Por: Andrés Martínez Guzmán.
A pesar de que hemos escuchado hasta el cansancio que nos quedemos en casa, no hemos podido llevar en su totalidad la práctica de dicha oración simple. Ya ha quedado claro que la cuarentena sólo es posible para cierto sector de la población con un privilegio de clase, que le permite sobrellevar de mejor manera el encierro en comparación con otros menos favorecidos. Siendo estos últimos sujetos los que, en aras de garantizar su sustento, se ven en la necesidad de salir a diario.
Sin embargo, la permanencia en las calles por parte del grueso de la población no obedece únicamente a dicha desventaja socioeconómica. En los más recientes días se han evidenciado fiestas masivas, familias viajando con destino a alguna playa y otros tipos de reuniones que son contrarias a las normas de la sana distancia y la nueva normalidad. La culpa es, en parte, de las acciones individuales de cada sujeto; pero a pesar de esto, no es posible ignorar la dimensión sociohistórica de este fenómeno de desobediencia civil. La cual, si bien no compone una respuesta absoluta a todos los problemas generados por la pandemia, ofrece un nuevo punto de vista a tener en cuenta como factor que se suma a la lista de obstáculos en la eficacia de la lucha contra la pandemia .
Contrario a lo que pueden opinar ciertos sectores de la sociedad, que atribuyen como origen de esta insubordinación a la “ignorancia del pueblo”, esta responde más bien al nivel de confianza que tiene la gente en sus gobernantes. De acuerdo a las estadísticas, sólo un 9% de la población confía plenamente en los políticos mexicanos[1]. Esta cifra, en principio, no es más que la consecuencia de vivir bajo un estado corrupto. En el año 2019, México ocupó el puesto 131 de 180 en el índice de percepción de corrupción[2]; situándose por debajo de Birmania y por encima de la República de Malí. Por ello, hasta cierto punto es lógico que la gente dude y no acate las medidas de prevención contra el COVID-19, dado que ciertos personajes de la vida política, aún en plena crisis se han visto inmiscuidos en actos de malversación de fondos (cómo los 14 millones de pesos que gastó el gobernador Cuauhtémoc Blanco para un comercial).
En complemento a la corrupción, se debe tener en cuenta el actual desarrollo de la guerra híbrida[3] en el país; que más allá de los juicios políticos acerca de que bando ostenta la verdad, no se puede poner en duda que dicho conflicto merma la confianza de los ciudadanos y por ende tienden a no acatar las medidas sanitarias. Esto debido a que se genera una contradicción al momento de recibir la información, producto de un contraste entre las fuentes emitidas por el gobierno y las de otros medios de comunicación. Ya sea mediante el rechazo de las cifras oficiales del Estado o atacando directamente al subsecretario Hugo López-Gatell, se genera un vacío en la verdad que tiende a relativizar los hechos. Lo cual, bajo el contexto actual, lejos de aportar a una mirada crítica, contribuye a la escalada del número de casos activos.
Por último, hay que señalar que la desconfianza no surge por medio de la generación espontánea o corresponde a una inmediatez temporal; todo lo contrario, nace de una experiencia históricamente violenta de la relación entre gobernantes y gobernados. Se podría trazar una genealogía sobre la desconfianza del pueblo mexicano, incluso antes de que pudieran denominarse como tal (es decir durante el periodo colonial). Pero más efectivo, para el caso que nos atañe, sería comenzar la periodización al inicio de la guerra sucia en la década de los 60 y, tomar como punto tentativo de cierre, las repercusiones de la guerra contra el narco que se extienden más allá del sexenio de Felipe Calderón. Arrastramos una herida de aproximadamente 50 años de profundidad, la cual a todas luces no va a sanar pronto. Aun cuando asuma el poder un gobierno que, en apariencia, se distancia de los anteriores, la rehabilitación de la confianza se dará en términos de larga extensión.
La suma de estos factores (y de otros que pude llegar a pasar por alto), demuestran que detrás de esa desobediencia disfrazada de ignorancia o falta de empatía, se esconde un ligero rastro de desconfianza racionalizada, producto de una mala relación con el gobierno. Desde luego esto no justifica en absoluto comportamientos que perjudican el buen cumplimiento de las normas sanitarias, por el contrario, sólo pone en relieve un problema que debe comenzar a tratarse con urgencia.
La solución corresponde a una de largo plazo temporal y no simplemente a un cambio administrativo. Se debe reforzar el nivel de confianza entre los ciudadanos con actos contundentes que vayan más allá de la superficialidad mediática, entroncada con los discursos demagógicos que no rebasan la dimensión del papel y el oído. Es necesario implementar de manera más rigurosa, tal como se promete en los periodos electorales, la transparencia y la rendición de cuentas en todos los niveles administrativos.
Por supuesto que el cumplimiento de estas transformaciones no puede quedar sometido a la buena voluntad de las personas, con el aumento de la transparencia debe existir paralelamente un aumento en el rigor de las leyes encargadas de castigar los actos de corrupción. Volviendo a los datos arrojados por el IPC, es perceptible como los países con menor percepción de corrupción (Dinamarca, Nueva Zelanda y Finlandia) han tenido, tomando en cuenta el tamaño de su población, una mejor trayectoria epidemiológica[4] que países con peores registros dentro de la estadística IPC[5].
Puede que sea más visible esta relación entre confianza gobernantes-gobernados y superación de crisis, si tomamos un ejemplo más cercano. Pienso en ese pequeño país del cono sur llamado Uruguay. Quien a pesar de compartir la historia trágica de la región (Uruguay estuvo bajo un régimen dictatorial desde el año 1973 hasta 1985), en la actualidad se coloca en el puesto 21 del IPC. Siendo de esta forma el país latinoamericano mejor posicionado, incluso encontrándose por encima de países como Francia o Estados Unidos. Los cuales, por desgracia, han sobrellevado de peor manera la pandemia en comparación con Uruguay.
El cual si bien cuenta con una población absolutamente menor que dichas naciones, esto no debe ser tomado como factor que anule mérito alguno. Y es que comparándolo con países de un similar tamaño poblacional, pero con menor IPC, se puede notar una ventaja para el país sudamericano. Es decir, que comparando los 987 casos confirmados del Uruguay, respecto a los 45,633 casos confirmados de Panamá[6] (quien se ubica en el puesto 101 del IPC), es ostensible como el nivel de confianza puede llegar a representar un factor importante en el confrontamiento de crisis.
Aunque, volviendo al caso mexicano, hay que tener en consideración que, incluso con el utópico funcionamiento del aparato jurídico, lo más probable es que, como en cualquier enfermedad crónica, se tenga recaídas y la confianza de la población caiga de nuevo. Pero repito que, como lo he expresado un par de párrafos arriba, la solución a este problema no se encuentra en la superficial inmediatez, más bien descansa en la poca explorada apuesta transgeneracional. Es decir, que puede que las personas que están hoy a cargo de una dependencia de gobierno no vean los resultados durante su administración. Pero sin duda, al igual que un árbol recién sembrado, las futuras generaciones granjearan los resultados de las medidas aplicadas en el pasado.
Puede que el daño actual, derivado de esta desconfianza poblacional, sea insalvable bajo el contexto de la pandemia actual. Pero de no comenzar a trabajar en la solución de esta rémora, y de las muchas otras, nos condenamos de antemano a atravesar las futuras crisis de una forma, la cual, no tendría por qué ser tan adversa.
Referencias
· Animal Político. 2020. Solo 9% De Los Mexicanos Confía En Partidos Políticos; El Nivel Más Bajo En 22 Años. [online] Disponible en: www.animalpolitico.com/2017/10/mexicanos-confia-partidos-politicos [Consultado el 11 Julio 2020].
· Herrera Arguelles, H. (2019, 28 noviembre). La guerra híbrida en México. 24horas el diario sin límites. https://www.24-horas.mx/2019/11/28/la-guerra-hibrida-en-mexico/
· The global coalition against corruption., T. I. (s. f.). Índice de percepción de la corrupción por países. Transparency International. The global coalition against corruption. Recuperado 28 de julio de 2020, de https://www.transparency.org/en/
· University & Medicine, J. H. (s. f.). Coronavirus Resource Center. Jhons Hopkins. University & Medicine. Recuperado 28 de julio de 2020, de https://coronavirus.jhu.edu/map.html.
Notas
[1] Animal Político. 2020. Solo 9% De Los Mexicanos Confía En Partidos Políticos; El Nivel Más Bajo En 22 Años. [online] Disponible en: www.animalpolitico.com/2017/10/mexicanos-confia-partidos-politicos [Consultado el 11 Julio 2020]. [2] Datos sustraído del Transparency International. The global coalition against corruption, organismo encargado de medir el índice de percepción de corrupción anualmente. Disponible en: https://www.transparency.org/en/ [3] Término acuñado por el sociólogo brasileño Guillem Colom, concebida para advertir una tipología de conflicto que integra el empleo de medios convencionales e irregulares para el desprestigio y desestabilización de un país, por parte de una élite neoliberal. Fuente: Herrera Arguelles, H. (2019, 28 noviembre). La guerra híbrida en México. 24horas el diario sin límites. https://www.24-horas.mx/2019/11/28/la-guerra-hibrida-en-mexico/ [4] Es posible acceder al historial de cada país, de acuerdo a los datos proporcionados por las autoridades locales, gracias a la recopilación de datos y mapeo realizado por la Universidad Johns Hopkins (Baltimore, EE.UU.), disponible en: https://coronavirus.jhu.edu/map.html. [5] El caso del continente africano, o de algunas naciones asiáticas, se presentan como contradicciones, en tanto que su número de casos confirmados es bajo. Esto responde a una multiplicidad de factores que, como hemos dicho al inicio de este texto, representan individualmente una fracción de la totalidad del problema. Sin embargo, dentro de ese cumulo de variables podemos rescatar dos que pueden responder parcialmente esta anomalía. En primer lugar, hay que tener en cuenta que varios de estos Estados actualmente se encuentran bajo regímenes totalitarios y, en muchos casos, represivos. Por lo que la cuarentena en dichos lugares no es planteada como una sugerencia o recomendación, sino que es decretada y cumplida bajo parámetros militares; lo cual produce un aumento en la efectividad de las medidas gubernamentales. Aunque también hay que tener en cuenta que dichos regímenes pueden incurrir en la distorsión de las estadísticas nacionales, como el caso de Turkmenistán o Corea del Norte. Y, en segundo lugar, se debe recordar que el continente africano cuenta con una experiencia previa superior a otros continentes, en lo que a pandemias se refiere. Los tragos amargos y las victorias en la contención de enfermedades como el ébola o la malaria predisponen a los ciudadanos a creer en sus gobernantes, al menos en este rubro. [6] Panamá cuenta con una población estimada en los 3 842 000 siendo el país más cercano en la región al número poblacional de Uruguay que es de 3 487 000 aproximadamente.
Andrés Martínez Guzmán:
Actualmente cursa el sexto semestre de la carrera de Estudios Latinoamericanos en la Facultad de Filosofía y Letras (UNAM).
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