Por: Dra. Brenda Morales Muñoz, Mónica Kassandra Urbina Gasca, Tania Berenice Humara Gil, Brenda Monjaraz García y Cam Fernández Cifuentes.
Este ha sido un semestre atípico por muchas razones y ha representado un reto para profesores y estudiantes. Estamos en medio de una pandemia intentando impartir y cursar clases en línea, pero nuestro estado emocional y psicológico no es el óptimo. El encierro, aunado a la preocupación por nuestra salud y la de nuestros seres queridos, no permite que tengamos la misma concentración. Tomando lo anterior en cuenta y sabiendo que la pandemia y el confinamiento no impacta de la misma forma en todas las personas, hice una actividad en una de mis clases del CELA (Metodología de la investigación literaria, de cuarto semestre). Después de revisar los distintos géneros literarios, pedí a mis estudiantes que escribieran una crónica sobre cómo están viviendo la pandemia. El resultado fue muy enriquecedor. Aprovechando el espacio que nos da la Revista Horizontes, cuatro alumnas han querido compartir sus textos. Gracias Cam, Mónica, Tania y Brenda.
Dra. Brenda Morales Muñoz
“Crónica de un día (más) en la pandemia”
Mónica Kassandra Urbina Gasca
Para Jorgito, con mi más
profundo cariño y amor,
te mantengo vivo en la memoria
Desperté con la luz del sol matizada típica de mi habitación, deseando que ese día por fin las cifras de contagios y muertos descendieran, o que se hubiera encontrado una cura eficaz para esta enfermedad que nos ha arrebatado tanto. Era 22 de junio de 2020 y parecía que dentro de lo que cabe sería un día ameno, era lunes así que tenía que tomar mis clases de historia como ya era costumbre. Esos fueron los pensamientos que cruzaron mi cabeza durante gran parte del despertar matutino. Después de casi cinco horas seguidas de discusiones en torno a lecturas históricas, teóricas y un tanto de reflexiones “colectivas”, fui a la cocina y tomé rápidamente un vaso de agua, y también un respiro mediante una bocanada de aire.
Era 22 de junio ¿cuántos días iban ya de confinamiento? Bah, no lo recuerdo ya, todo había sido tan estresante, tan agotante y aún más desde el día en el que esa noticia llegó a nuestros oídos. “Jorge se infectó de Covid-19” me dijo mi tío días antes, con esa voz mecanizada gracias a la sutil modificación de los teléfonos celulares. No podía creerlo. Jorge, Jorgito, George, mi primo que jugaba conmigo en las tardes, que me ayudaba a hacer mis maquetas en la primaria. Jorge, el primo mayor de la familia que siempre nos ofrecía su amplia sonrisa aún en los momentos más difíciles.
Después de colgar, mantuve el teléfono caliente entre mis manos, apretándolo, y ese día no paré de llorar, y los que le siguieron tampoco. Después traté de refugiarme en la actividad cotidiana, al menos de algo sirvió esa característica presión académica. Era el día quiénsabe cuanto, y al llegar la noche, mi tío llegó con una de las peores noticias. La muerte, un ámbito que valga la redundancia es parte inherente de la vida… Resulta tan incierta una muerte en estas condiciones, en este contexto tan desconocido, tan extraño.
Me invadió un dolor de cabeza que persistió por un largo rato, se instaló en mis cienes, y se negó a irse a pesar de haber dormido una buena siesta. A todo este malestar físico se le agregó todavía el cansancio, tanto del cuerpo como del alma, y el día pasó y esos sentires no me abandonaron, se quedaron ahí, contemplando, dispuestos a no marcharse en un buen tiempo. El aire se sentía pesado, incómodo, recuerdo que el ambiente lucía como un día más en este ya eterno confinamiento. Cuando me asomé por la ventana la gente se veía despreocupada, creo que para muchos era eso, un día más. Tal vez para mí también lo era, pero sin duda este año, este periodo de tiempo ha sido, es y seguirá siendo el más duro, el que ha traído tanto dolor a pesar de las experiencias tan distintas que se han tenido, y nuevas vivencias increíbles que se quedarán para siempre en nuestra memoria.
“Un día en mi cuarentena”
Tania Berenice Humara Gil
Te despiertas, es el mismo día que ayer, tal vez sólo cambia que hoy hace más frío de lo normal y tus ojos están hinchados por el insomnio de anoche y leer en la computadora. Te despertaste a las nueve y veinte y tu clase empezaba a las nueve, corres buscando el cargador de tu computadora e ingresas a la clase, qué alivio, no fuiste la única que se quedó dormida. Usas tu teléfono para darle los buenos días a las personas que amas, pero tampoco te dan ganas de una conversación más amplía con casi nadie porque lo más interesante que hiciste esta semana fue ir al dentista y confirmar que la agorafobia cada vez es más real, ojalá que tus amigos no se olviden de ti. Obviamente no prendiste la cámara, tu cara es lo que menos quieres ver en este momento, ni que tus compañeros te vean, incluso en las clases presenciales el sentirte observada era causante de los ataques de ansiedad muchas veces y participar es imposible, tu corazón se acelera desde el momento en que piensas en decir algo, qué imponentes son los micrófonos apagados.
Los días son todos prácticamente iguales desde que comenzó la pandemia, recientemente se cumplió el día 150; te levantas, vas a la ciberescuela, comes, intentas hacer tarea, difícilmente avanzas algo y repites, definitivamente hay días en los que es más fácil ser optimista, normalmente es terminando las terapias.
11 AM. Como te levantaste tarde no te dio tiempo de desayunar, y mientras corres a la cocina para empezar tu siguiente clase te preguntas cómo es que te levantabas a las 6: 30 de la mañana para arreglarte y llegar a tu clase de las 8, ahora parece imposible. En la mitad de la segunda clase comienzas a cabecear y a decir verdad ya estás completamente distraída, retwitteas cosas y te pones a contar el número de ladrillos en tu techo con el profesor de fondo y sientes culpa porque seguro también está cansado y debe ser rarísimo hablarle a un montón de pantallas negras con micrófonos silenciados que seguramente también están en Twitter o quejándose de la clase por mensaje.
2 PM. Se acabaron las clases en línea y lo más lógico sería ponerte a hacer tarea, eso lo tienes muy claro, las que ya no tienes claras son las ganas ni la vista y prefieres regresar a dormir, pero igual no puedes porque sabes que tienes cosas que hacer, es un rato de ansiedad muy incómoda y en eso ya perdiste por lo menos hora y media.
3: 30/ 4 PM. Bajas a comer con tu mamá y tu hermana, hace unos días decidieron dejar de escuchar las noticias a la hora de comer porque las ponía muy tristes, se ha vuelto un espacio más relajado y sigues sorprendida de la buena convivencia que han tenido desde que están aquí encerradas.
5 PM. Los lunes tienes terapia a esta hora, ha sido un proceso complicado adaptarte a tener que hablar por teléfono con la psicóloga y sentir que todo lo que dices puede ser escuchado en casa, pero igual es reconfortante tener a alguien a quien contarle lo que sientes, hablas del problema que ha sido poder concentrarte últimamente y cómo las tareas se van apilando y ya no sabes ni por dónde empezar. Poco a poco vuelves a sentir un poco de motivación a pesar de sentirte triste y esto es un proceso semanal complicado. Ojalá que la salud mental no fuera tan cara, sobre todo ahora.
6 PM. A estas alturas de la cuarentena ya pasaste por todas las etapas, la de cocinera, la que hornea, la loca de la limpieza y la señora de las plantas, ahora estás en la etapa fit porque se supone que eso te hará sentir mejor ahora que llevas una vida completamente sedentaria y le dedicas una hora a eso.
Terminas a las 7 PM y te detienes a preguntarte cómo es que no has avanzado nada en tus tareas a pesar de haber estado en tu casa todo el día. Estás cansada y un poco frustrada, pero comienzas a ponerte a leer lo que tendrías que haber entregado hace tres semanas y avanzas y se siente bien y piensas que ojalá la motivación te dure por lo menos hasta mañana para poder seguir con todo lo que te falta.
10 PM. Tu hora favorita del día es cuando compartes un espacio virtual con la persona que quieres, es complicado estar en cuarentena sin contacto físico y llevar meses viendo a las mismas 3 o 4 personas alrededor de ti, así que ese espacio virtual se vuelve muy importante… las llamadas, los mensajes e incluso Netflix Party ahora son partes indispensables para que una relación funcione y te vuelves a preguntar cómo es que puedes hablar tanto con alguien cuando llevas 150 días haciendo prácticamente lo mismo, pero se siente bien, ya no estás en tu casa ni él en la suya, es un espacio únicamente suyo, reconfortante y casi tangible.
Para las 12 el día ya no parece tan malo y sigues leyendo ahora que hay completo silencio en casa y ojalá que mañana sí te levantes temprano.
“Un día a la vez”
Brenda Monjaraz García
Todo comenzó el día 28 de marzo del 2020, para mi fortuna el día de mi cumpleaños. Y digo comenzó porque fue el día en que la pandemia, el confinamiento, el no poder estar con todos los integrantes de mi familia, al fin se sintió real. “Me cayó el 20” de que éste sería un cumpleaños recordado; hasta ahora tengo la costumbre de que cada vuelta al sol, hago algo que nunca he experimentado antes, y esta ocasión no fue diferente. Nunca había estado únicamente en casa, festejando sólo con mis papás y sin salir a ningún lado, fue entonces cuando comprendí que lo único que quería era estar con las personas más importantes para mí. Sorpresivamente me organizaron una reunión virtual con amigos y familiares. Todas las caras que añoraba ver estaban presentes, en algún plano que no era el físico, pero estaban. Es curioso cómo la tecnología, que para estas generaciones ha estado siempre al alcance de la mano, ahora se ha vuelto primordial para comunicarnos con los nuestros; sin embargo, sigue sin ser suficiente. Ahora más que nunca extraño y recuerdo cada momento cotidiano, desde el salir y convivir con gente desconocida que, sin saberlo, conformaban gran parte de mí.
Entonces algo en mí cambió, mi enfoque dejó de estar en el exterior y comencé a ir hacia dentro de mí. Tenía la necesidad de hacer otras cosas, hacer lo que quizá siempre quise, pero nunca me tomé el tiempo. Mis días comenzaban haciendo yoga y meditación, después almorzaba con mis papás y nos poníamos al tanto de las noticias de enfermos y muertos que no eran tan cercanas, pero tampoco eran tan lejanas como hubiera querido; después tenía mis clases de la carrera, estudiaba tarot, canto, coro y música. Era tan cómodo estar en mi casa y hacer lo que antes hacía, aunque ahora sin salir, sin agotarme por el camino y por el ajetreo citadino, que pronto se volvió tan rutinario que se volvió agobiante. Siempre he sido inquieta, libre y social, alguien que conforme iban transcurriendo los días trataba de hallar esa libertad en 4 paredes, dentro de un cuerpo, dentro de la mente, sólo quería sentir paz. Aprendí a estar de otra manera con las personas, de corazón a corazón, muchas se alejaron pero muchas otras continúan reforzando una conexión que va más allá de la distancia.
La cuarentena, que se extendió hasta ahora a casi 6 meses, ha sido una mezcla de buenos momentos, risas, lágrimas, enojos, tristeza, miedo, algo que era normal pero ahora recargado y todo en un mismo día, y así era el siguiente y el siguiente. El tiempo se sentía diferente, los días eran más cortos, pero casi iguales, se sentía como estar en el limbo, en un eterno presente sin saber si tendría futuro. Incluso en mis sueños esta situación se manifestaba, soñaba historias alocadas y extrañas como todos y estaba consciente ya de que nada era igual.
¿Para cuándo todo volvería a ser como antes? Me preguntaba mucho eso, entonces me contestaba: -Quizá ese era el problema. Las cosas ya no volverán a ser como eran después de esto, quizá era necesario. Dicen que en donde te agarró la cuarentena es justo donde tenías que estar, lo que tenías que enfrentar, disfrutar y vivir. Para mí por lo menos, sí ha sido así.
En las noches tenía algunos momentos mágicos de conexión y de paz; otros en los que la incertidumbre, la ansiedad, la nostalgia y el existencialismo me visitaban para bombardearme con todo lo que no había querido vislumbrar. He llegado al punto de replantearme quién soy esencialmente, qué es lo que quiero y hacia dónde quiero ir. Tengo más claro que deseo seguir descubriendo mi interior antes que querer salir al mundo anestesiada y perdida. Al final, creo que es un momento histórico el que estoy viviendo, que así como estoy volviendo a mi raíz y estoy cambiando, es un reflejo de lo que está sucediendo o de lo que exigía el mundo, la tierra, los seres y el universo. Las grandes crisis derrumban, son como una torre que es partida por un rayo que sacude y destruye todo lo obsoleto, pero que dejan una puerta para construir algo nuevo, una oportunidad de re- evolucionar. Siento que estoy cambiando, siento que la humanidad entera lo hace conmigo, sé que somos uno pero que cada uno debe librar su propia batalla, espero que en algún punto donde nos encontremos, lo hagamos más sabios, menos tercos, más humanos. Ahora disfruto de cada momento sin dar nada por sentado, el no saber qué pasará mañana me hace concentrarme en el hoy, en vivir un día a la vez.
Crónica
Cam Fernández Cifuentes
El 19 de marzo a las 6:47 de la mañana mamá llamó desde el hospital. Adriana había fallecido. Mi jornada de sana distancia empezó el 23 de marzo cuando volvía de Cuernavaca sole en un camión porque mamá se quedó acompañando a su hermana. Tenía miedo pero esta vez me tocaba agarrarme los pedazos sin ayuda.
Todo me da miedo, siempre todo me ha dado miedo. Estar vive me parece, a veces, una tarea agonizante que no le pedí a nadie. Un pelo fuera de lugar me lleva en espirales de pánico. Desde el 23 de marzo, todas las noches pongo la cerradura, reviso el horno tres veces, desconecto el microondas, y por favor que no se me olvide revisar las ventanas, o el calentador de agua, o que la luz del lavabo esté prendida pero la del baño no, que si no dormir es imposible. Bueno, dormir me cuesta igual de todas formas.
Mamá tenía que regresarse el 26 de marzo a Argentina, pero entre el terror y la urgencia se acomodó en casa (la que fue su depa en los noventa, y ahora es el mío, y entonces fue nuestro). Mamá se instaló en la mesa del comedor que no me gusta con una computadora que le prestaron, durmió en la cama que está en el que es mi estudio y dio clases de teoría política y economía mientras yo asistía a reuniones infinitas en zoom hablando de una educación popular que no íbamos a poder llevar a cabo. Mamá me cocinaba el desayuno, el almuerzo, y la cena, y limpiaba la casa y le hacía mimos a la Appa y al Momo porque siempre nos estaba cuidando de lo que sea que nos asustara allá afuera (o acá adentro).
Mamá me estaba cuidando cuando cayó la toma de la facultad y empecé a tener problemas digestivos que al día de hoy me han hecho perder peso y cambiar por completo mi dieta. Me abrazó cuando me levanté a las 3 de la mañana pensando que me iba a morir porque nada de lo que probaban funcionaba. Vomité por primera vez en once años. Al final, era Salmonella. Ahora soy intolerante a la lactosa, al huevo, a la papa, y tomo jugos verdes en la mañana cuando pasé casi veintidós años sin comer vegetales. Ningún cambio es fácil. Ni justo. Por lo menos, me acompañaba ella.
Esterilizamos a Appa, que mantenía en vela a media unidad en las noches. Momo me pegó un par de sustos porque se estreñía, pero lo solucionamos: era la avena. Perdón Momo: te quedaste sin postre. Yo, en cambio, me quedé sin tiempo: empezó el semestre a las patadas, a los empujones, llevándonos por delante a todas, todos y todes, haciendo que nos tragáramos las lágrimas y las broncas y la impotencia. No puedo hacer mucho. Abrimos Discord y jugamos Cards Against Humanity, o vemos una película, tachamos otro anime de la lista. No he entregado nada en ninguna de mis clases, pero escribo casi todas las noches pequeñas historias para mis amigues. El otro día las sumé: alrededor de 150 páginas de fanfiction, de canciones, de cuentos y de poemas. Pero no me pidan un mapa conceptual de Saussure que me quedo mirando la hoja en blanco y lloro.
Creo que todes estamos llorando mucho: es como una purga de todo eso que nos lleva doliendo desde siempre y que apenas ahora sale a la luz del fuego. Nos incendiamos de afuera hacia adentro y nos desborda todo como lava escurriendo furiosa de bocas dormidas. Extraño Trelew y cruzar a zancadas de la FFyL a la ENALLT para mis clases de portugués y de ahí a Ingeniería porque me tocaba ensayo de coro. Estábamos preparando unas polifonías. Desde abril que no ensayamos, pero yo sigo cantando belle qui tiens ma vie para quien quiera escucharme a las dos de la mañana. También practico en silencio las canciones que cantaba durante la obra de teatro que presentamos en el centro de memoria Circular de Morelia 8 bajo la obra de teatro Lunas de Octubre. La música me trae confort, y ahora espero que me den la información del proceso de admisión a la Escuela Introductoria de Música 1, que es a donde decidí anotarme en medio de estas mareas. A veces espero que me haga un poquito más feliz de lo que me ha hecho la carrera que ya casi termino.
La cuarentena ha sido para mí un recordatorio de lo efímero que es todo. El tiempo, las clases, la calma, Adriana, y Lalito, y mi abuela. Papá está lejos y lo lloro todos los días, cuánto daría por estar viendo un partido de fútbol que no importa con tal de sentarme a su lado y agarrarle las manos. Antes de ayer se abrazaron, mi mamá y él, por primera vez desde febrero. Y yo pienso, ¿Cómo me va a importar más un reporte de lectura que el saber que mi mamá y mi papá finalmente están juntes y a salvo? Cada que me gana el miedo Appa se acuesta a mi lado y Momo pide que lo saque para darme besitos. Quiero volver a Argentina un rato, o para siempre, o para nunca, pero no quiero irme porque no sé si me dejarán volver a mi living de paredes amarillas y heno regado en el piso. Ya no veo a mi familia. Ya no veo a mis amigos. El otro día, me quedé encerrade afuera del departamento y tuvimos que entrar por la ventana de mi cocina, que está en el segundo piso. Y eso fue el evento más memorable de mi mes, de mi año.
Ya casi es un mes de que se regresó mamá. De que me quedé con el silencio de casa y el extrañar el olor del cigarrillo. Incluso de la olorosa y asquerosa sopa de verduras que tanto le gusta. Era de ella. Otro pedacito más de esa realidad tan lejos.
No sé si me importa pasar el semestre o la carrera. En este punto me motiva más que llevo tres años acá adentro que otra cosa. Sí me gusta mi tema de tesis. Y mis profesores. No me gusta darme cuenta de que siempre debí haber estudiado algo más. Que podría haber viajado, en vez de doce, sólo dos horas a Buenos Aires. Claro, no tendría ni a la gente que me sostiene, ni a mis amigxs, ni a mis experiencias. En una de esas, me arrepentiría de no haber estudiado esto.
Hay memorias más allá del miedo y sueños que a veces salen de debajo de mi almohada. Hay tareas como estas que me motivan a sentarme frente a tantos pixeles a pesar de mis ojitos cansados y de mi espalda adolorida. Quizás es el jugo verde que me tomé en la mañana: Popeye me enseñó que la espinaca es muy poderosa. Quizás es que extraño. Que el 22 se cumplen cuarenta y ocho años de la masacre y papá no va a poder ir al acto porque tiene 65. Quizás, pienso, es que todavía aguanto, todavía me levanto a las ocho y desayuno, me baño, me pongo a disposición del mundo y arremeto con lo poco que me queda. Quizás es que todavía me queda harto amor y harto cariño para pensar en que se puede resistir desde el querer en colectivo.
Y hoy, que no me siento tan cansade, escribo.
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