Por: Miguel Ángel Escobar.
Se escucha el crujir de cristales bajo las suelas de las botas de Eleazar, el ambiente está saturado de humo y olor a plástico quemado. Las bombas molotov hechas de botellas vacías de Coca-Cola estallan contra las cortinas metálicas de los establecimientos de la avenida Francisco I. Madero. Algunas más son lanzadas por jóvenes entusiastas directo a las filas del cuerpo de granaderos para posteriormente darse a la fuga y seguir avanzando.
Eleazar, al igual que sus compañeros, trae el rostro cubierto con una improvisada capucha elaborada a partir de una camiseta negra. Recientemente a comenzado a participar en manifestaciones realizando lo que denomina acción directa. No está políticamente definido, pues por momentos la retórica anarquista lo cautiva, pero a veces siente encontrar razón también en los textos de Lenin, en realidad a él no le importan las etiquetas; él sólo cree en la libertad.
El fuego aumenta cada vez más, el bochorno se apodera del lugar. Un grupúsculo de jovencitas consigue penetrar en una tienda de ropa usando tubos y proyectiles, destrozan por completo la cortina metálica y quiebran los cristales del escaparate. Sin dudar ni un segundo, las muchachas se dirigen directamente a los maniquíes, les arrancan de un tajo los vestidos, y salen con ellos en las manos.
Al ver dicha escena, una señora escandalizada a punto del colapso les grita: ¡Muertas de hambre!, ¡Si quieren usar buena ropa mejor trabajen, delincuentes!
Se ríen, pues no son para nada sus gustos en moda y pretenden ponérselos. Así que comienzan a hacer trizas los vestidos convirtiéndolos en unos hilachos de un segundo a otro mientras una de ellas se despoja de su mochila y saca algunas botellas con un poco de gasolina. Los vestidos carísimos quedan transformados, gracias al talento de las chicas, en útiles mechas incendiarias.
Eleazar junto con sus amigos festeja el gran logro de las insurrectas, a forma de simbólica victoria algunos del grupo pintan consignas con aerosol, como “¡No a la imposición!”, “Fuera EPN” y “#YoSoy132”. La celebración les ha durado poco, dado que apenas han alcanzado a hacer algunas, cuando comienzan a rodearles los granaderos. Eso desorienta al grupo de intrépidas capuchas, porque todos los manifestantes de distintos contingentes se dispersan y corren despavoridos en distintas direcciones sin mucha claridad de cómo actuar.
Repentinamente, casi sin darse cuenta, el grupo de jóvenes rebeldes junto con algunos despistados, han quedado en estado de sitio. A todos, aunque no lo dicen, los embarga la incertidumbre y el miedo, saben a la perfección que no será nada fácil librarse del cerco que los policías les han construido a su alrededor. Queriendo disimular ante los demás, uno de ellos se valentona y lanza mentadas de madre y señas con las manos a los uniformados, lo siguen algunos más.
Eleazar ha quedado parcialmente paralizado mientras observa como poco a poco los granaderos ataviados con sus trajes antimotines se van acercando a ellos, únicamente piensa en una cosa, en las palabras que le dijo su padre la noche anterior: Y que ni se te ocurra ir mañana a la marcha, cabrón; porque donde me entere, no te la vas a acabar, te voy a dar la madriza de tu vida para que aprendas, ¿apoco crees que vas a poder cambiar el país gritando pendejadas en la calle?
De un momento a otro, al ver lo que acontece, algunos periodistas empiezan a grabar y tomar fotografías. De forma crédula algunos de los jóvenes se sienten esperanzados, piensan que no les van a poder hacer algo si hay cámaras, pero, así como les llegó la ilusión, se les desvanece. Un joven encapuchado, para ellos desconocido, lanza sin más un proyectil hacia los policías. Todo se acabó. La excusa perfecta para lanzarse contra los muchachos.
Los policías corren hacia ellos para interceptarlos, los que recibieron el proyectil buscan apaciguar el fuego, y del muchacho que lo lanzó no se vuelve a saber más. Rápidamente se arma un caos de gritos y golpes. Los policías están completamente decididos a someter a los capuchas, por lo que lanzan bombas de humo para confundirlos, pero los jóvenes se resisten, tratan de mantenerse en circulo y no separarse, sin embargo no lo logran por mucho tiempo, ya que los granaderos los superan en número y los fragmentan con relativa facilidad.
Una vez disuelto el grupo, comienzan a golpearlos con toletes directo en las costillas, los varones reciben numerosos rodillazos directo al estómago; mientras al mismo tiempo, a unos metros de distancia, aprovechándose de la confusión y el jaloneo, dos de los oficiales recorren sus lujuriosas manos por los cuerpos de las jóvenes rebeldes sabiéndose ellos plenamente impunes. Los periodistas continúan fotografiando cuando un grupo de granaderos la aleja del lugar para que no sigan capturando las escenas.
Eleazar alza la mirada al escuchar los gritos de rabia de las muchachas, instintivamente trata de correr hacia donde ellas se encuentran, pero es en vano, uno de los granaderos consigue sujetarlo del brazo y le da un toletazo en las piernas, haciendo así que caiga de rodillas sobre el pavimento. El hombre enfurecido lo desafía mientras Eleazar se encuentra arrodillado: ¿Te crees muy gallito?, ¿qué vas a hacer ahora?
El uniformado se burla del jovencito, dándole asimismo patadas en la espalda. Los huesos de Eleazar se escuchan crujir con cada impacto que recibe una y otra vez, su vez paulatinamente empieza a perder fuerza, ahogando los gritos consecuencia de su sufrimiento. El policía parece no tener intenciones de detenerse en algún momento, cada patada es más fuerte que la anterior. El joven se tambalea hacia enfrente dejando caer su cuerpo casi inerte sobre sus puños, los pequeños restos de cristales que se encuentras esparcidos por el suelo, le penetran la piel, pero a él no le importa, el dolor por los cristales clavados en sus nudillos es nada comparado con el de las patadas que ha recibido.
Aprovechando su posición, el granadero toma impulso y coloca una patada rotunda directo en el diafragma de Eleazar, haciendo que despida todo el aire de su interior. Mientras tanto sus compañeros siguen forcejeando para conseguir escapar y no pueden más que lamentarse por lo que están viviendo. El oficial no se cansa, continúa golpeando con saña al muchachito como si se tratara de un bulto inanimado, la última patada, más colérica que rodas las anteriores, le revienta la nariz y hace que su cabeza se impacte contra el filo de la acera, rodeándose de un charco de sangre casi instantáneamente. Sólo así el hombre deja de golpearlo.
Impulsado por un morbo enfermizo, el granadero se dirige al joven encapuchado para descubrirle la cara y así observar orgulloso su trofeo. Da un único jalón a la camiseta, dejando al descubierto el infantil rostro de un niño de no más de diez y seis años. Un frío estrambótico recorre el cuerpo del oficial dejándolo petrificado, permitiéndose apenas desprenderse de su casco y su careta. Ha pasado de vanagloriarse por sus acciones, a derramar lágrimas que le caen por las mejillas como cataratas al ver la cara de un niño que ni siquiera pinta bigote, la cara de Eleazar, su hijo.
Se derrumba cayendo sobre sus rodillas mientras abraza pegando a su cuerpo el cuerpecito de Eleazar, no puede creerlo, acaba de terminar con la vida de su propio hijo. Para él, el tiempo se ha detenido, no atiende a lo que está sucediendo a su alrededor, sus oídos tapados apenas alcanzan a percibir lejanas las voces del resto de encapuchados gritándole asesino.
En su cabeza rememora en un segundo desde el día que recibió la noticia de que sería papá, hasta la noche anterior en que amenazó a su hijo. Se siente profundamente arrepentido, sin embargo, sabe que eso nada cambia, no deja de repetirse para sí mismo: “maté a mi hijo, maté a mi hijo”.
En este mismo momento se está trasmitiendo por cadena nacional la toma de protesta del ahora nuevo presidente de la República, y el padre de Eleazar a manera de burdo consuelo recita susurrando la frase que repitió cada vez que era cuestionado por sus brutales acciones: sólo seguía órdenes.
Sobre Miguel Ángel:
Soy estudiante de la licenciatura en Estudios Latinoamericanos, músico y fotógrafo itinerante. He colaborado en el medio alternativo La Molocha Mx, he publicado fotografías en la revista cultural Primera Página y también he publicado artículos de análisis político en la revista De 180 Grados.
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