Por: Alicia Méndez Medina.
La casa estaba hecha de cartones,
maderas viejas y cobijada con zinc
encontrados por allá y acullá
la puerta armada con los restos de tanques viejos
y latas de salsa de tomate.
Cada cierto tiempo se escuchaban
los gritos del casero:
«Mi cualto coño: Cuando no la hacen a la entrada, la hacen a la salida»
«Mi cualto, coño o llamo a la camiona»
De baja estatura, la barriga enorme
y malhumor de aquellos, que
se llenan los bolsillos rentando cuartuchos a empobrecidos
transeúntes, muy de tumo,
transnacionales; habitantes del deseo de vida
Trashumantes…
La casa tenía forma alargada
por dentro dividida con cortinas
de muchos colores, enseres colgados y
trapos sobre la cama, en una esquina
un pequeño altar con velones.
Un gran promontorio parecía la
habitación maltrecha y llena de trapos.
Maria Ilua años atrás había
Llegado de una comunidad muy al norte, en la difusa línea que divide un
país y otro.
«Mi cualto coño»; decía el viejo casero
y todos se asustaban,
Con un niño al costado, por aquellos días: Un niño como los de su edad:
por las tardes jugando en las calles y por las noches durmiendo como
los de su edad: profundo. Sin miedo a nada.
Como de costumbre Ilua encendía el altar
para agradecer y pedir antes de salir a la calle, muy de noche: «de día de puerta en puerta, de noche, absolutamente, decía, la calle tá difícil, protección y guía».
En las noches: daba servicio en el viejo majapapa, ubicado en la orilla de la carretera,
cada tanto Ilua se posaba en la avenida tratando de atrapar los sueños que transitaban a la media noche sin lugar donde llegar, para que se adentraran en el fascinante mundo, donde el misterio hacía fiesta.
Apenas comenzaba a amanecer
cuando el velón amarillo alargó la llama
y prendió los cartones que tapizaban la casa de Ilua.
La llamarada anunciaba el amanecer,
las cortinas de colores se blandían
ante el fuego que iluminó las viejas calles de la barriada
ante la mirada atónita de todos, mientras el hijo de Ilua dormía profundamente.
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