Por: Karla Corona.
Corríamos entre la gente cuando nos jalonearon, perdí las manos de mi compañera entre la multitud y caí al suelo. Logré levantarme y seguí corriendo, pero al final de esa noche nos acorralaron entre las calles de Busto y Quintana. Sabíamos el plan de acción ante una posible represión, pero no pudimos escapar, nos quedamos solas. La Fuerza Armada nos golpeó, nos pisoteó, nos subió a un auto y nos cubrió con una manta. Yo solté golpes en todas las direcciones que me fueron posibles, pero no logré safarme. Me amarraron los brazos en una posición realmente molesta y después de un fuerte golpe en la cabeza, quedé inconsciente.
Al despertar me encontraba en una casa de seguridad completamente desnuda, adolorida hasta el alma y completamente sola. Mi cuerpo percibía la frialdad del piso y la humedad de las paredes. Pude sentir la sangre de mi cabeza escurriendo por mi rostro, pero no pude limpiarla porque tenía las manos atadas. Mis ojos querían cerrarse, pero yo con todas mis fuerzas, lograba mantenerlos abiertos intentando descubrir mi paradero. Durante días permanecí sin probar bocado, nadie me habló, nadie me buscó, me habían abandonado y encerrado. El lugar era bastante grande, pero no se escuchaban ecos, nadie me escuchó gritar, no había ni un solo ruido, me sentí desconcertada y atormentada. Jamás supe cuántos días pasaron exactamente desde mi encierro, pero yo los sentí como si fueran años.
Un día unos hombres me despertaron con una cubeta de agua helada, comenzaron a interrogarme sobre mi compañera Jacaranda, mejor conocida como Rabiosa, me dijeron que debía darles toda la información posible y que me dejarían salir de ahí. Al principio hicieron burlas de mi aspecto, aunque en realidad yo no podía sentir más que asco por todo lo que ya me habían hecho y por todo lo que sabía que me esperaba. Tenía que ser fuerte, pero también tenía que ser más lista que ellos, debía usar todas las tácticas que su maldito sistema me había enseñado desde pequeña, que no eran más que ceder a mi ideas para complacer sus oídos, dejarme manipular y fingir estar de su lado, traicionar mis pensares y mis ideales en cada respuesta, vivir para la complacencia ajena y dejar mis utopías de lado. Ellos, dichosos de su trabajo de salvadores nacionales, se sentían vanagloriados por la patria al deshacerse de la virulenta revuelta, y yo deseosa de escupirles en la cara, para ese momento solo podía pensar en salir viva de ahí.
Me quitaron la venda de los ojos, me dieron un vaso con agua y después se sentaron frente a mi. Me hicieron leer el título del periódico de ese día “Comenzó la lucha Salvadoreña contra el comunismo” decía el titular. Para ese momento yo alcazaba a comprender perfectamente que una vez mas, la hegemonía política de derecha salvadoreña volvía al poder. Su argumento principal siempre sería el comunismo. Jacaranda y yo jamás fuimos comunistas, pero al creer firmemente en la libertad plena de toda persona y en la autogestión, fuimos candidatas a la ejecución y a nuestro silencio eterno. Fuimos condenadas al sufrimiento y a las ejecuciones sumarias por parte de las fuerzas del gobierno. Los hombres que vigilaban mi celda, no paraban de describirme la dolorosa muerte de mi compañera Jacaranda. La colgaron de las manos en el techo y la golpearon con barras de hierro, le dislocaron la espalda y un hombro, con un aparato eléctrico la atormentaron durante horas, pero sé que jamás habló. Colocaron cables en los dedos de sus pies, conectando y desconectando la corriente una y otra vez. La golpearon con cinturones y cuando su cuerpo ya no resistió más, violaron su sagrada esencia. Caímos pese a todas nuestros mecanismos de auto cuidado y nos destrozaron por dentro y por fuera las ganas de querer seguir viviendo.
Al día siguiente me trasladaron a una cárcel, ahí pasé días, semanas, meses quizá. Permanecí encerrada, fui torturada. Sabía que los cuerpos de mis compañeras ya flotaban en ácido, sabía que sus huesos habían sido destrozados, mutilados, que los habían dejado sin piel. Supe por otros compañeros de celda, que los agentes utilizaban maquinarias de destrozo de reses para hacernos hablar.
Mi cuerpo coloreaba de rojo el cemento cada día por los golpes y yo pensaba… ya no vivo más, ni un segundo más. Por momentos pensaba en negociar mi libertad y mi dignidad, pero ni para ello tenía fuerza, estaba ahogada de dolor. Por las noches pensaba en Jacaranda, pensaba en que jamás volvería a verla y eso me hacia sentir triste, pero después pensaba en nosotras riendo entre la gente, cantando y bailando en la playa en los meses de enero. Pensaba en la fuerza de nuestro cariño y en nuestra amistad, eso me mantenía viva y me dejaba dormir una vez más. Los días se hacían eternos, pero yo ya no tenía miedo. Me sentía cansada físicamente, pero aún no lograban desmoronar mi humanidad.
Mi huida fue posible una tarde de marzo, gracias a la fuerza de Resistencia Nacional, un grupo guerrillero perteneciente al Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, tenía un vago conocimiento de su trabajo, pero para ese entonces ellos me habían salvado la vida y yo no pude estar más que agradecida. Entraron al cuartel, se escucharon disparos, vidrios rotos y cerraduras explotando. Entre dos guerrilleros me levantaron de mi celda, soltaron mis brazos amarrados y cubrieron mi desnudez con sus ropas. Me cargaron y me subieron junto a los demás presos a una camioneta vieja con cabina. Nos explicaron que debían soltarnos en el centro y que de ahí nosotros tendríamos que buscar ayuda por nuestra cuenta.
Al paso de lo años siguientes logré huir de El Salvador y convertí el virus de la rabia en inmunidad activa, me aferré a estimular mis defensas, a generar vínculos de cuidado colectivo. A convertir toda furia en herramienta de combate y alegría. Mejoré mis atributos sociales y no cedí a su manifiesto de agresividad, de resentimiento, de terror, de miedo, nunca más. Cada día que pasa, cuando me siento fastidiada por la vida, pienso en mi Jacaranda y en su sonrisa de eterna primavera y ahí, vuelvo a encontrar fuerza para seguir luchando. A la fecha, nos siguen llamando infecciosas, pero la libertad no solo se propaga como una plaga, la libertad está sembrada y dispuesta a florecer desde cualquier parte, ya sea desde las montañas y el alto mar, hasta del cemento atravesado por la sangre.
La libertad llegará a una, cuando el desenvolvimiento humano pase a ser un nivel más que superar, la libertad solo llegará con la desobediencia y la rebeldía.
Fin.
Sobre Karla Corona:
Generación 2017, CELA. Me interesa ayudar a la creación de mejoras publicas y privadas, proporcionando herramientas
concretas del conocimiento, sobre el
desarrollo socio-político cultural en América Latina.
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