Por: Karla Corona.
Para la noche que conocí a Dante yo ya había pasado un mes recorriendo las playas costarricenses, caminando, leyendo, fumando y mi actividad favorita, escribiendo. Mis playas preferidas sin duda alguna fueron Zapotillal y Carbonal, aunque debo decir, que la playa Naranjo mejor conocida como Roca Bruja, que por ciento parece que la única embrujada era yo, no se quedaba atrás, pues era demasiado hermosa. Recuerdo esa noche porque ya era muy tarde, el bajo sol, el clima templado y la calma del agua me tumbaron en una relajación exuberante que me hizo apreciar el panorama. La noche se había dejado caer, la suave brisa del mar empapaba mi cara recién lavada y el hambre hacía que mi panza estuviera sujeta a una trompada de fuertes sonidos, pues no había comido nada por estar escribiendo. Decidí ir a buscar un delicioso gallo pinto, el cual en realidad me recordaba mucho a México pues era una mezcla de arroz, frijoles, carne picada y tortillas. Yo me encontraba caminando hacia los muelles por la playa, sintiendo la arena sobre mis pies tocando mis dedos, cuando entre miradas lejanas reconocí mi destino.
Vi a un hombre con unos ojos muy obscuros, aunque su silueta hacía que se mirasen más grandes de lo que realmente eran. Tenía unas cejas bastante tupidas, lo cual no era ninguna imperfección pues gracias a su gran tamaño, lograban que sus ojos no carecieran de sombra y se notasen sus largas pestañas, las cuales solían tocar con bastante rapidez sus párpados cada vez que tendían a cerrarse. Cuando sonreía se le formaban de ambos lados de la cara unos pliegues que resbalaban por su nariz hasta llegar a la punta de los labios y en ese punto, se cerraban como campana de iglesia para mostrar ocho dientes delanteros, el resto de ellos se encontraban ocultos detrás de la lengua. Sus labios eran carnosos y tenían un color rozado, haciéndome recordar cuando solía beber mucha cerveza de cereza y se me pintaban de forma “natural”, todo el mundo comentaba sobre el color de mis labios y yo me sentía bonita. En su mejilla derecha tenía un lunar, el cual si bien no resaltaba del todo, tenía un aspecto sumamente agradable a la vista, porque su tamaño era proporcional y se encontraba exactamente en medio de sus mejillas, así que cuando sonreía el lunar se lucía a si mismo. Su nariz era mediana y no contaba con fosas nasales tan extensas, lo que hacía que quedara perfectamente acomodada entre sus pliegues preciosos de campana dorada. Su cabello era color café y me parecía muy peculiar la forma en la que lo peinaba, pues lo hacía sin tanta dificultad y sin gel. La parte delantera hacia el lado derecho y el resto lo peinaba hacia atrás y hacia un pequeño lado sobrante del izquierdo, obteniendo sin problemas un peinado que duraba sin duda el día completo.
Después de un rato de coincidir entre miradas Dante se presentó conmigo, empezamos a discutir sobre mi tiempo en Costa Rica. Sentí que Dante y yo no teníamos nada en común, habíamos pasado horas discutiendo sobre el cambio climático y aunque ambos estamos convencidos de éste, nuestras herramientas y nuestros agentes de cambio son muy distintos. Él por su lado le apuntaba al cambio en las estructuras físicas, la rentabilidad de los recursos naturales, los cultivos. Yo por mi lado optaba por las sociales, porque no consideraba que todo debía ser basado en la capacidad del capital, sino en las innovaciones pedagógicas de la cultura. Podría decir que yo me conocía lo suficiente para saber que más que el tema, lo que me interesaba completamente era él.
Pasó la noche y entre el silencio dado por nuestros seres, decidimos recuperar la apreciación pasajera del cielo. Estábamos deseosos por tocar el agua así que nos acercamos a la orilla y sumergimos nuestros dedos. Decidimos sentarnos junto a unas rocas, las cuales no estaban tan alejadas del agua, pero tampoco tan cerca como para seguir mojándonos los pies. Noté que sus manos temblaban un poco, le pregunté sobre ello y me contestó que se debía a un par de alergias que tenía al aire, ambos nos miramos y reímos. Lo miré nuevamente con detenimiento y percibí sus ojos recorriendo mi cuerpo entero, sé que observaba fijamente mis labios pues no quitaba la mirada, y yo tampoco deseaba que lo hiciera. Sus manos dejaron de temblar y sentí como su mirada penetró mi blusa y yo idealizaba que fuera mi pecho, pero él, de forma inmediata y nada sutil recogió su mirada al notar que lo había descubierto. Balbuceó entre pensamientos y fantaseó en su cabeza. Ambos demostramos las ganas de querer seguir juntos toda la noche, pero la pena nos absorbió y nos despedimos.
Fue el siguiente fin de semana cuando ambos decimos conocer el Parque Nacional Manuel Antonio. Comenzamos por Punta Quepos. Llegamos después de caminar durante un muy largo rato pero cada pisada valió la pena, porque la playa se encontraba en medio de grandes montañas y bosques, haciéndonos caer rendidos ante su belleza y su clima húmedo tropical. La noche se nos vino encima y nos encontramos sentados sobre unas hamacas, teníamos calor y unos vecinos nos regalaron una botellita de guaro. Dante y yo la tomamos por turnos entre juegos mentales y trucos. Sus manos ya no sentían temblor, mi corazón solo tendía a acelerase, consideré que era porque Dante no paraba de verme, disimulaba, pero entre miradas lo descubría haciéndolo de pies a cabeza. Puede distinguir la hermosa sonrisa que se le formaba en el rostro, como aquella primera noche en la playa.
Su mirada me causaba una sensación de placer muy amplia y sentía como Dante entre el juego y nuestros tragos al guaro, cada vez estaba más cerca de mi. La temperatura de mi cuerpo se enalteció, mi cuerpo se contrajo y sentí cada parte de él. Sentí como mis pupilas se dilataban, disminuyendo la luz y aumentando el brillo al verlo. Ambos teníamos la mirada fija en el otro y nuestros impulsos por tocar nuestros labios eran cada vez más fuertes. Mis deseos parecían estar pasando por todos sus pensamientos y sus pensamientos estaban interiorizados en mis deseos. Pasó el tiempo y el sol comenzó a desvanecerse, ya solo éramos sombras a punto de desaparecer. Quisimos ser cada rastro de la imagen proyectada por nuestros cuerpos. Las intercepciones de los rayos de luz por fin se rozaban y los únicos que no hacían movimiento, éramos nosotros. Su rostro reflejado en mi mirada y mi amor desbordado en la suya, no hacían más que llamarnos a sucumbir ante el deseo. Ya solo éramos sombras.
Se nos acabó la luz y ahora solo escuchábamos el dulce golpeteo del aire, quisimos evaporarnos entre la naturaleza y sentirnos rozando la piel. Mi corazón palpitó sin poder controlarse y la pasión que subyacía de nuestras ideas y nuestros seres explotaba. La luz se obstaculizo aún más y ahí estábamos de frente, le busqué entre la obscuridad y nuestros corazones se encontraron.
Sus besos eran cálidos e intensos, sus manos rozaban mi cuerpo entero y sólo podía pensar en lo viva que me sentía desde el instante en el que lo conocí. Sus besos desprendían dulzura y desataban con toda rapidez y fuerza amor. Sus besos me hervían la sangre y pude identificar la dulce melodía de su palpitar acelerado, con deseos remotamente escondidos. Era nuestra primera noche juntos, y la sensación de timidez estaba completamente superada.
Sobre Karla Corona:
Generación 2017, CELA. Me interesa ayudar a la creación de mejoras publicas y privadas, proporcionando herramientas
concretas del conocimiento, sobre el
desarrollo socio-político cultural en América Latina.
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