La Iglesia católica en México es una institución que pese a los procesos de secularización sigue guardando una fuerte influencia sobre la esfera política. Por esta influencia me pregunto sobre cuáles pueden llegar a ser los posicionamientos e injerencia de la Iglesia frente a la coyuntura de crisis y violencia actual. Hablar de la Iglesia o la religión puede causar un marcado resquemor si pensamos en cómo nos ha mostrado a lo largo del devenir histórico su funcionalidad como elemento justificante y divinizador de las formas sociales ligadas a deshonestos intereses económicos o políticos. Pero ¿qué sucede cuando a partir de la religión se empieza a cuestionar, denunciar y a buscar alternativas que erijan rumbos distintos en un contexto de corrupción, violencia e injusticia? La complejidad de la situación actual, nos hace observar y tomar en cuenta los diferentes y diversos actores sociales, la Iglesia y la religión son uno más de ellos, ¿qué nos dicen?
Hace unos meses —el ocho de enero para ser precisos— asistí a la Universidad Pontificia de México a un foro de discusión denominado La Iglesia frente a la corrupción, la injusticia y la violencia en México[1]. El evento contó con la participación de destacadas figuras eclesiales como Raúl Vera, Alejandro Solalinde, Miguel Concha, Javier Sicilia, María Zamarripa y Ramón Castro y Castro. Si bien los ponentes presentes eran una pequeña parte dentro de los diversos matices y posturas existentes dentro del complejo conglomerado eclesiástico, era destacable e interesante observar los debates y propuestas de un sector de la Iglesia que se manifiesta abiertamente contra los atropellos de un Estado corrupto y violento. Un sector de la Iglesia que a su vez arremete y denuncia ávidamente la pasividad e indiferencia de la jerarquía católica.
Me sorprendió como cada intervención se hacía cada vez más radical, más denunciante y políticamente más posicionada, con una clara conciencia de que rezar ya no basta. Durante el foro se abordó de manera diferente la preocupación por la crisis nacional, enmarcada y evidenciada por lo acontecido en Ayotzinapa. Entre los ponentes prevaleció un eje común: la importancia de una praxis cristiana que actué de manera comprometida al servicio de la construcción de la paz y la justicia. Sin disociar la fe de la realidad histórica y política. Junto a un llamamiento al compromiso por los marginados de esta sociedad.
El primero en tomar la palabra fue Mons. Castro y Castro obispo de Cuernavaca, que habló posicionado desde la jerarquía de la Iglesia. Anunció cómo ésta se encuentra preocupada por la abrumadora violencia que arrasa a nuestro país; preocupación que se ve reflejada en la producción de documentos que toquen el tema de la justicia, la paz y la reconstrucción social. Sin embargo, veía con tristeza la poca difusión de estos documentos.
La intervención de Miguel Concha director del Centro de Derechos Humanos “Fray Francisco de Vitoria O.P.”, denunció el sistema actual, apelando a la urgente necesidad de reconstruir el sistema y el quebrantado tejido social; llamando a crear un nuevo orden donde se recupere la dignidad humana. El padre Concha señaló la gran responsabilidad que tiene la Iglesia en este reto de reconstrucción social; postuló que la Iglesia debe acompañar a los movimientos sociales, al ser la lucha por la justicia “una parte sustantiva del Evangelio”.
La voz de Javier Sicilia irrumpió la tranquilidad de la mesa, al denunciar cómo la Iglesia ha llegado a confundirse con un partido político, que se ha alineado con “las peores causas”. Se quejó sobre la manera en que la Iglesia se ha olvidado de su articulación comunitaria y humana, que le exige estar de lado de los dolientes de esta sociedad. Sicilia declaró sin miedo: “la Iglesia no está a la altura”, al referirse a la insensibilidad que ha mostrado la jerarquía católica para dar la cara por los que sufren los horrores de la violencia. La queja de Sicilia arremetió contra las declaraciones de Castro y Castro, al hacer evidente cómo la Iglesia no podía ocultarse detrás de cartas pastorales, documentos o simples discursos de buena voluntad.
María Zamarripa, con una evidente claridad política y aguda crítica a las repercusiones sociales y éticas del neoliberalismo, señaló que lo acontecido en Ayotzinpa no era un accidente o un caso aislado, sino que formaba parte de una larga trayectoria de violencia e impunidad; que se evidenciaba en antecedentes como: la guardería ABC, Atenco, Aguas Blancas, Cuidad Juárez, etc. Zamarripa hizo una enérgica denuncia sobre la infiltración del crimen organizado en el Estado mexicano, visualizando la urgencia que existe de articular un atentico movimiento ciudadano que enuncie otra vía. Ya que se hacía clara la imposibilidad de esperar un cambio a partir de los políticos o de la jerarquía eclesial.
Raúl Vera llamó de manera enérgica a “escuchar el clamor de los pobres”, hacerlos sujetos y darles voz. Bajo esta línea llamó a apoderarse del artículo 39 y construir junto a los pobres una constitución y elecciones populares, porque los partidos políticos ya no tenían cabida ni legitimidad. Vera señaló que la Iglesia no debe visualizarse como un sistema doctrinal, sino que debe verse en su sentido comunitario, que ve el “Reino de Dios” más allá de los limites visibles de la Iglesia; señalando que “Dios está con los que trabajan por la justica”, tengan o no confesión religiosa.
Alejandro Solalinde en sus conclusiones señaló que el Estado ya no es un interlocutor válido, por su demostrada corrupción e inmoralidad. Solalinde hizo un llamamiento a pasar de la indignación a la acción y la estrategia; a refundar desde abajo, tomando en cuenta los aportes y participación de dos fuerzas importantes que han sido descuidadas dentro de la Iglesia: los jóvenes y las mujeres.
Presenciar esta discusión junto a cientos de laicos, religiosas y sacerdotes, me hizo vislumbrar lo significativo que podría llegar a resultar la Iglesia en esta coyuntura. Pero sólo si se pensaba la Iglesia más allá de sus rígidas estructuras y jerarquías, si se agrupaba, vislumbraba como comunidad. Los ponentes coincidieron en el potencial que tiene la Iglesia para trabajar en la reconstrucción del tejido social. Concuerdo con ellos si pensamos en lo importante que resulta en estas situaciones de crisis agrupar y hacer comunidad como eje de acción y cuestionamiento político. La cuestión de esto, está en tomar “conciencia cristiana” de que el Reino de los cielos no es lejano o posterior sino que es el Reino de este mundo. Sólo cabe observar los significativos aportes de las Comunidades Eclesiales de Base dentro de la organización y participación política de importantes movimientos populares en América Latina —el levantamiento zapatista en Chiapas, el movimiento de los Sin Tierra en Brasil o la Revolución Sandinistas en Nicaragua—. Todos estos cristianos empezaron como un acto comunitario de fe, reflexión y acción.
[1] Conferencia disponible en : http://www.ustream.tv/recorded/57340727
Estudiante del CELA generación 2012.
Temas de interés: Teología latinoamericana, sociología de la religión, política y religión en América Latina, historia de Centroamérica siglo XX, Derechos Humanos, violencia de género.