Tenía trece años. Esa edad difícil en la que se ha dejado de ser niño pero aún no se es joven y mucho menos adulto. Una edad de fuertes cambios hormonales que se expresan de maneras imprevisibles, con mucha energía. Edad en la que se empieza a explorar la vida desafiando los límites hasta entonces impuestos. Disfrutaba el futbol y practicaba casi todas las tardes. Cursaba primer año de secundaria. Se dice que era muy buena estudiante. Espigadita. De una altura bastante común para una niña de su edad, hija de las familias empobrecidas, de posibilidades y oportunidades negadas, en los empobrecidos países centroamericanos.
Su rostro tenía una belleza y una fuerza propias del trópico, heredada de la mixtura de los pueblos que ya habitaban estas tierras hace más de quinientos años y de la sangre africana que llegó esclavizada a América para enriquecer a los antepasados de quienes ahora se dicen los más cultos, los mejores educados, los de buenas maneras, los más civilizados.
Vi su imagen en la fotografía reproducida por muy pocos diarios, y en el breve video del noticiario en el que estalla su furia. Se había sumado a las protestas en demanda de soluciones a un problema que le afectaba directamente, en lo cotidiano y más inmediato, producto de la explotación y la desigualdad de hace siglos. Ahí explotó su rebeldía adolescente. Dijo apenas diez palabras, que aún pueden escucharse en el corto video publicado en youtube: “Puta, hey, puta, ni sillas tenemos. Compren sillas, viejo hijuelagranputa”. Diez palabras que expusieron la situación de la educación pública en Honduras, especialmente en los barrios más pobres, donde las escuelas carecen de lo más elemental. Un reclamo justo a quienes viven con todas las comodidades que da el poder. Pero se dirigió especialmente al presidente hondureño y a su ministro de Educación: “compren sillas”.
La respuesta no se hizo esperar. Pocos días después, horas podría decirse, fue encontrada muerta. Su cuerpecito frágil, como el de un colibrí, fue encontrado dentro de un costal. Tenía claras huellas de haber sido torturada. Algunos noticiarios informaron que también estaba mutilado.
Quienes detentan y disfrutan para sí el poder han querido lavarse las manos atribuyendo el crimen a la delincuencia común, a la ola de violencia que anega Honduras desde hace años. “Una pelea por territorios”, sugieren como motivo. Pero, ¿porqué un delincuente común asesinaría a una escolar de trece años que no cargaba nada para ser asaltada? ¿No es acaso demasiada casualidad su muerte violenta después haber expresado su protesta de forma tan vehemente? ¿No se está utilizando la violencia común como un velo para encubrir el accionar de escuadrones de la muerte que, como en años no muy lejanos, pretenden eliminar toda voz disidente?
Los que se han hecho del poder y consideran al país como suyo han declarado que era una alumna indisciplinada, que a veces se salía de clases (como si eso justificara el horrendo crimen). Pero, ¿quién como adolescente no se salió alguna vez de una clase aburrida? ¿Y quién no se saldría de un salón que carece de las sillas necesarias para recibir clases?
Sigo viendo su lindo rostro afromestizo y no puedo evitar pensar que pudo haber sido mi hija o mi sobrina, al igual que cualquiera de los 43 estudiantes de Ayotzinapa desaparecidos pudo haber sido mi hijo, a quienes ahora se ha hermanado como mártir y ejemplo, y en el clamor por justicia y contra el cese de la impunidad.
Hoy escribo sobre ella –Soad Nicole Bustillo Ham– con la esperanza que no se olvide su nombre.
Profesor del Colegio de Estudios Latinoamericanos de la materia "Historia socioeconómica de Centroamérica". Especialista en historia y pensamiento de Centroamérica, y ha sobresalido en múltiples colaboraciones académicas en estas áreas.