No sé usted, apreciado lector, pero yo me aburro con muchísima frecuencia. Cuando las clases se vuelven monótonas y discursivas, cuando la plática de mis amigos deriva en absurdos irremediables o cuando el vasto paisaje en el túnel del metro se empieza a tornar trillado, sucumbo al tedio y mi mente se dispersa. Pues bien, en esos letargos avasalladores suelo practicar un juego al que le hago una cordial invitación en este momento. El requisito es no tener conocimientos profundos de lingüística ni etimologías (ya que pueden estropear el divertimento), y poseer una mente abierta y saltarina.
Esta travesura intelectual consiste en tomar palabras cualesquiera y descomponerlas en partes, jugando con todas las posibilidades que atraviesen por nuestra mente. Dicha descomposición no tiene que ser del todo racional ni tiene que estar fundamentada en preceptos lingüísticos, pero para preservar lo divertido, han de ser coherentes.
Tomemos, por ejemplo, dos palabras al azar: sociedad y comunidad.
En la primera reconocemos inmediatamente una derivación de «social» y eso, siguiendo con el juego, nos remite a la palabra «socio». Recuerde que, al menos en esta actividad, no nos podemos permitir deslices incoherentes, por más entretenidos que parezcan ante nuestro oído (como es el caso del ardid popular de «suciedad» para referirse a la palabra en cuestión). Tenemos, pues, la palabra «socio», como diminutivo, pero también como sujeto de la sociedad —porque, además, así lo entiende la Real Academia Española. Pero ¿no le parece chistoso que esa palabra pequeñita tenga una connotación ampliamente capitalista? Si usted le dice «socio» a un empresario, éste pensará que le habla de un sujeto que aporta capital a la compañía. Así es entendida por mayoría de las personas.
Lo cierto es que, en su acepción más simple, el socio es el miembro de la sociedad, es decir, una parte de esa entidad conformada por sujetos que persiguen un fin determinado. Pero déjeme decirle que cuando yo pienso en socio, inmediatamente lo relaciono con la libre elección de la persona para adscribirse a esa asociación, en tanto que aporte algo a la misma, porque considera que es la mejor manera para alcanzar los objetivos que persigue, y con la libertad que tiene para abandonar dicho conglomerado cuando los resultados no le satisfagan. Eso es un socio. La sociedad está constituida por socios, libres de abandonar cuando les plazca, por razones pragmáticas. ¿Eso ocurre en la práctica? Es un caldo bastante revuelto, ¿no le parece? Estamos conjugando lo que significa una palabra en lo abstracto con lo que puede significar en la realidad.
Juguemos ahora con «comunidad». Seguramente habrá notado, como yo, que aquí tenemos dos palabras que se unen juguetonamente: común y unidad. Como una unidad, se unen. Al igual que en el ejemplo anterior, identificamos a un sujeto: el común. La RAE tiene una definición preciosa, un material inigualable para nuestro juego: «dicho de una cosa que, no siendo privativamente de nadie, pertenece o se extiende a varios». Vamos, no es de nadie pero sí pertenece. El sujeto “común” es parte íntegra de un todo orgánico (la comunidad) y da la impresión de que, a diferencia del socio, el común no es un mero ente pragmático que puede abandonar cuando le venga en gana, sino que, sin él, sin uno solo de los comunes, la comunidad no podría existir.
Ya se habrá dado cuenta usted de que este juego es algo tramposo y que no es tan inocente como se lo planteé al principio. En América Latina el problema de la organización social y política nos sobrepasa, no sólo a nivel continental, sino también en lo particular, pues cada país es receptáculo de culturas diversas, de distintos modos de pensar que imposibilitan —o al menos dificultan— el reconocernos como un todo estructurado. ¿Las naciones (si es que se me permite hablar de naciones) de América Latina son «sociedad» o son «comunidad»?
Las palabras tienen un mundo detrás, profundo y complejo, complejizable en la medida en que lo cuestionemos y nos apropiemos de él. Ellas dan orden y estructura a nuestro aparato psíquico, a nuestra personalidad, y en buena medida, a nuestra identidad individual frente a los diversos modos en que se han organizado los seres humanos a lo largo de los milenios y a lo ancho de todas las geografías. ¿Usted se reconoce como «socio» o como «común»? Yo no sabría decirle; apenas es un juego de palabras.
Estudiante de la generación 2014
Temas de interés: la literatura como proceso cultural (análisis desde la antropología), la relación de la literatura con la sociedad de consumo.
Se desempeña como asistente de la profesora América Malbrán Porto en las materias "Historia de América Precolombina" y "Etnias contemporáneas" .