Basta que alguien me piense para ser un recuerdo
Oliverio Girondo
El lunes trece por la mañana el café me supo más amargo que de costumbre. Esa mañana me dediqué a escribir algunas páginas en relación con la memoria latinoamericana y los hijos del exilio. Al mediodía, abrí el portal de noticias y el corazón me dio tres tumbos: Galeano ha muerto. La noticia me cayó de golpe. No lo podía creer. Cerré la computadora y exhalé un gruñido. Inmediatamente me dirigí a buscar alguno de sus libros en mi biblioteca para sentir la vigencia de sus palabras y la calidez de sus abrazos literarios. Similar reacción la tuvo Atilio Borón que narra expresamente en su blog. Entre las muchas personalidades que podían morirse ese día ¿Porqué Galeano? De repente empecé a cavilar soliloquios más profundos con un tabaco en mano. Murió de cáncer en el pulmón; el tabaco nos robó la literatura como lo expresó su nieto en una carta. ¿A que se deberá tan mala suerte? Oleadas de escritores se nos van y no llegan sus remplazos pronto, no hay ejércitos industriales de reserva que puedan sustituirlos, cosa tan común para un mundo tan remplazable como el que vivimos. Se nos fue Gelman, se nos fue el Gabo, se fue José Emilio… Oleadas de escritores se sumergen en ese mar desconocido llamado muerte. Y es una muerte sin fin que deja a su paso mucha tristeza.
Me entristece la muerte de Galeano porque era uno de esos pensadores latinoamericanos indispensables. El hablaba con precisión de cosas muy complejas traducidas en palabras simples. Palabras que entiende todo latinoamericano: Despojo, acumulación, marginación. Allí radicaba su valía. No necesitaba mil páginas para explicar que América Latina es un continente desangrándose de manera perpetúa, con heridas a flor de piel que no terminan de sanar: heridas de dictaduras, de extractivismo de recursos, de injusticias no resueltas por ejemplo.
Galeano probó su suerte en diferentes géneros, desde narrativas hasta artículos periodísticos. Desde mi punto de vista el género mejor consolidado está en sus cuentos. Con precisión mínima los finales de sus cuentos atinan con una sorpresa. El lector puede identificarse en una sonrisa de complicidad al final de la lectura. El cuento del Amor de Galeano es simplemente maravilloso, una llaga abierta al final se convierte en un largo abrazo de curación. Ahí está la poderosa valía, en el alcance de sus palabras. Además, Galeano es un tipo que caía bien, uno lo lee y da la impresión de que es un tipo sencillo, sin contradicciones evidentes. Pocos escritores logran trasmitir esa sencillez en el lenguaje. Era un tipo congruente con sus ideas, si escribía para la gente común el también se comportaba como un sujeto común criticando las marañas del capitalismo. Cuanta falta hacen sujetos como Galeano que atinan a insuflar el aliento necesario para seguir adelante. Pocos intelectuales se atreven a expresar sus opiniones sin temor y sin tapujos incitando a la acción. Y él era uno de esos.
A estas alturas no lamento su muerte, lamento su ausencia. Para mí Galeano no ha muerto: Está más vivo que nunca porque sus obras están vigentes.
Generación 2011. Pasante de la licenciatura en Estudios Latinoamericanos. Becaria en el Instituto de Investigaciones históricas Dr. María Luis Mora. Entre mis temas de interés están: Cine documental de Santiago Álvarez, Exilio conosureño en México, Posmemoria, Teoría social en América Latina