Desde mediados del siglo XX, las ciudades latinoamericanas empezaron a vivir un auge de crecimiento urbano, que se proyectó en el transporte, las infraestructuras viales, la seguridad, el empleo, la vivienda, etc. Sin embargo, fue la vivienda uno de los aspectos más álgidos en la consolidación de las ciudades, pues tras los acelerados crecimientos poblacionales, se conformaron diferentes áreas de asentamiento que se constituirían como los núcleos de vivienda de las personas que llegaban a las ciudades. Por un lado, estos asentamientos son consecuencia, en parte, de amplias apropiaciones de terrenos en manos de migrantes internos; por otro lado, en la segunda mitad del siglo XX se puede identificar el “surgimiento y rápido desarrollo de grandes empresas industriales de construcción de vivienda que asumen la forma de monopolios, que realizan importantes inversiones de capital – casi siempre proveniente de un sector financiero externo a ellas- en la ejecución de grandes conjuntos de vivienda”. (Pradilla, 1983: p. 15)
De esa manera, en la producción de vivienda en América Latina apareció la figura de la inmobiliaria y constructora, que hizo que esta se pensara no de manera individual (casas unifamiliares) sino que las nuevas edificaciones son en serie, de estándares comunes y generalmente son edificios de apartamentos y condominios cerrados, con el fin de desarrollar una “arquitectura funcional”, la cual se denomina en este escrito como nuevas formas de habitar la ciudad.
La nueva configuración de la vivienda en la ciudad, genera unos impactos en términos políticos y sociales muy concretos, que se traduce en dos cosas: el detrimento del espacio público y el tejido social.
La disposición arquitectónica de las edificaciones contemporáneas en la ciudad, está siendo pensada en función de generar las condiciones necesarias para promover diferentes formas de control social y espacial. Aludiendo a las estructuras o edificaciones verticales, dentro de otras formas, Soja (2008) plantea que
La ciudad se presenta como una colección de ciudades carcelarias, un archipiélago de “recintos normalizados” y espacios fortificados que atrincheran, tanto voluntaria como involuntariamente, a los individuos y a las comunidades en islas urbanas visibles y no tan visibles, supervisadas por formas reestructuradas de poder y autoridad pública y privada (…) Esta obsesión por los sistemas de seguridad física, y, colateralmente, por el control arquitectónico de las fronteras sociales, se ha convertido en el verdadero espíritu de la reestructuración urbana (p. 421, 422)
En ese sentido, la planificación urbana promueve una segregación espacial clara entre estos conjuntos cerrados o unidades habitacionales, y los espacios que están fuera de estos. Todo espacio que no haga parte de los edificios vigilados o conjuntos habitaciones, son un potencial riesgo o peligro por el hecho de no poseer sistemas que proteja a las personas. En consecuencia, los lugares de encuentro como los espacios públicos, se empiezan a ver mermados y estigmatizados; ya nadie quiere estar ahí, por tanto, la apropiación de lo público se hace nula, y con ello, desaparece. Sin embargo, “se enlaza directamente la destrucción del espacio público con una seguridad ofensiva conspiratoria por parte de los funcionarios públicos, los promotores inmobiliarios y las profesiones urbanísticas con el fin de satisfacer la demanda de un mayor aislamiento social y espacial” (Soja, 2008: p. 427).
Teniendo en cuenta esto, el espacio público y las dinámicas que se juegan allí, se pueden caracterizar como el reflejo de la vida en sociedad y sus particularidades que ponen de manifiesto el estado de composición o descomposición del tejido social, en tanto se hace evidente el encuentro y la comunidad. Pero al estar ausente este tipo de dinámicas sociales, es claro que se está diciendo que los escenarios que permiten el encuentro, la posibilidad de construcción colectiva y la apropiación de espacios de todos, están siendo desvalorizados en términos sociales y los usos de lo público se restringen sintomáticamente. Como respuesta a ello, se identifica como una explicación las nuevas formas de habitar la ciudad en conjuntos cerrados y edificios de apartamentos; lo que antes eran los barrios tradicionales, con sus calles y parques como escenarios de encuentro con los vecinos, ahora se convierten en sinónimo de inseguridad, para lo cual la respuesta es buscar el aislamiento y el confinamiento en lugares que brinden esas condiciones de “seguridad” necesarias, en otras palabras, lo que puede ser un espacio público, se transforma en un espacio privado.
Pensar la vivienda, sus nuevas disposiciones arquitectónicas y los impactos que ello genera, así como otros elementos que conforman el espectro de lo urbano, es fundamental en el marco de una reflexión que nos permita ampliar una lectura compleja sobre la ciudad, y apunte a la consolidación y afianzamiento de las condiciones necesarias para una transformación social y política en nuestro subcontinente.
BIBLIOGRAFÍA.
Pradilla, Emilio. (1983) Notas acerca del problema de la vivienda. En Pradilla, Emilio, El problema de la vivienda en América Latina (pp. 9 – 31). Quito, Ecuador: Centro de investigaciones CIUDAD, Tercer Mundo.
Soja W, Edward. (2008). El archipiélago carcelario. Gobernar el espacio en la postmetrópolis. En Soja, W Edward, Postmetrópolis. Estudios críticos sobre las ciudades y las regiones (pp. 419 - 451) Madrid: Ed. Traficantes de sueños.
VII semestre Licenciatura en educación básica con énfasis en Ciencias Sociales.
Universidad Pedagógica Nacional de Colombia.
Grupo de investigación Geopaideia.
Líneas de investigación:
Enseñanza de la geografía.
Enseñanza de la historia.
Geografía urbana.
Educación y didáctica de las ciencias sociales.
Contacto:
Cristianparra244@gmail.com
https://pedagogica.academia.edu/cristianparra24