A Juan Efraín Hernández O.P.
Me resultaba imposible no detenerme un momento a reflexionar, aunque fuera de manera breve la figura de Óscar Arnulfo Romero. Su beatificación llevada a cabo hace unos días (23 de mayo) es un buen pretexto para esto; aunque para mí cualquier pretexto cotidiano siempre ha sido bueno para evocar su memoria. Pero más allá de ejercer un proselitismo ciego y descontextualizado de la figura de Monseñor Romero, hablar de él para mi es retomar y analizar un momento de la historia de El Salvador encarnada por la lucha popular y la cruenta violencia de la guerra. Donde Monseñor Romero con sus álgidas denuncias contra el ejército y las injusticias provocadas por un sistema económico y político deshumanizador y agresivo, se estableció como un símbolo del compromiso, la defensa y la lucha de “los sin voz” en El Salvador.
Para mí Monseñor Romero es la valiente y amorosa metáfora de la “Iglesia de los pobres” en América Latina. Representa los miles de laicos, sacerdotes y religiosas perseguidos, difamados y martirizados por el Estado –y muchas veces por su propia Iglesia–, que rescataron y se comprometieron con una ética cristiana de preferencia y acción por los pobres y marginados. Estos cristianos que no se conformaron con el paternalismo pasivo de caridad hacia los pobres, sino, que se plantearon una solidaridad activa con éstos y su lucha.
Hoy la jerarquía de Iglesia después de una largo camino dice “sí” a la beatificación Romero; pero más allá de la aceptación oficial, ¿qué implica que el Papa haya reconocido el martirio de Romero? Que las autoridades eclesiásticas hayan aceptado la beatificación de Romero es de alguna manera voltear y entrar en diálogo con la Iglesia popular de América Latina, que había sido incomprendida y en ocasiones condenada por los papas anteriores, Juan Pablo II y Benedicto XVI. De alguna manera es reconocer a los católicos de Centroamérica y América Latina que al igual que Romero se atrevieron a alzar su voz y actuaron contra las injusticias de su tiempo. La entrada de Romero a la oficialidad de la Iglesia, también abre la posibilidad a que las partes conservadoras que siempre se habían opuesto a su beatificación, busquen descontextualizar y despolitizar su mensaje. Ya que reconocer a Romero es también un llamado de atención a las jerarquías indiferentes a la pobreza y los problemas del mundo. Sin embargo, pienso que el legado vivo de Romero que inspira a la gente de El Salvador y el mundo a trabajar por la paz y la justicia, es un elemento que ayuda a resistir la monopolización conservadora de su imagen.
Hoy la Iglesia le dice “sí” a Romero iniciando su proceso de canonización, pero más allá de los límites visibles de la Iglesia representada en el Papa, los cardenales, obispos o sacerdotes; la Iglesia que es comunidad fraterna que construye el “Reino de este mundo” a partir de acciones colectivas en favor de la justicia y los derechos humanos, es la que siempre le había dicho SÍ a Monseñor Romero, nombrándolo desde su muerte en 1980 San Romero de América.
Estudiante del CELA generación 2012.
Temas de interés: Teología latinoamericana, sociología de la religión, política y religión en América Latina, historia de Centroamérica siglo XX, Derechos Humanos, violencia de género.