Hace unos días visitamos la ciudad de Bogotá en el marco del Coloquio de identidades en América Latina. Los que viajamos, oriundos en su mayoría de una ciudad mega poblada como el Distrito Federal observamos con asombro tantas cosas en común que tenemos con el cacicazgo de Bacatá. Bacatá era el antiguo nombre con el que se le denominaba a la confederación de los chibchas, también llamados muiscas. Ellos fueron los pobladores originarios de lo que actualmente se llama Bogotá.
Imaginar como aquélla Bacatá de los muiscas y la gran Tenochtitlan de los aztecas podrían tener sus respectivas traducciones de la colonización resultó aún más inaudito para mis ojos. El saqueamiento de recursos, la pauperización en las calles, el comercio ambulante, los vendedores de minutos y los vendedores del tiempo aire son constantes en nuestras historias que se repiten como las sinfonías del subdesarrollo.
Sin embargo ninguna de esas observaciones fue tan interesante como la experiencia de viajar en el sistema de transporte Trasmilenio. La traducción en el DF del trasmilenio es el metrobus. Mismo camión, mismo empresario y mismo concepto: Un carril confinado, una serie de rutas, una tarjetita para recargar y miles de personas que necesitan trasladarse de un lugar a otro. Inútil fue confiar en mis conocimientos citadinos y pensar que comprendería al trasmilenio en un abrir y cerrar de ojos ¿No eran al fin y al cabo la misma cosa pero con nombres diferentes? Definitivamente no fue así mis queridos amigos.
Los códigos culturales son diferentes, hablamos el mismo idioma pero en el nombrar las cosas está la diferencia. El primer día pregunte que camión debía tomar para llegar a determinado lugar y los policías vestidos de militares me respondieron con una risita pícara. El segundo día me perdí, al tercero cogí la línea inadecuada y al cuarto fui arrollada por una horda desesperada al ingresar al trasmi. Suficientes experiencias para concluir que, el trasmilenio no era igual que el metrobus del Distrito Federal.
¿Pero a que se debía? Empecé a cavilar y concluí que en el nombre llevaba la penitencia. Tras-milenio, atravesar el milenio. Su nombre supone un modo eficiente de trasladarse en el siglo XXI, moderno, operativo, milenario. Las puertas recurren a un ritmo acelerado para abrirse y cerrarse con un pitido irritante. Esto lo hicieron para evitar que aquellos que eluden dignamente el pago de un sistema ineficiente, equivalente al típico y rebelde #posmesalto se estrellen con el vidrio y no puedan ingresar al moderno transporte.
¿Pero por que tanto afán? Porque hay que cubrir el equivalente a 11 pesos mexicanos para trasladarse en la hora valle y seguir manteniendo las riquezas de los creadores del trasmi y el metrobus. Irónicamente se cobra más tarifa a los sujetos que se le ocurre la idea de trasladarse a la hora pico, y cobrar un poco menos a los que se trasladan en horarios menos concurridos. Una hilarante lógica de explotación para cobrar más impuesto al que menos tiene.
Y no digo que el futuro de la modernidad sea para los más desprotegidos. El futuro está en quiénes recurren a la rebeldía para resistir los embates de un transporte ineficiente, que de moderno sólo tiene el logotipo. Pues ya lo decía el poeta martiniqués Aimé Cesaire en su Discurso sobre el colonialismo:
“Una civilización que se muestra incapaz de resolver los problemas que suscita su funcionamiento, es una civilización decadente[1]”.
Hasta la próxima edición!
[1] Césaire, Aimé. Discursos sobre el colonialismo. Vol. 39. Ediciones Akal, 2006. P. 13
Generación 2011. Pasante de la licenciatura en Estudios Latinoamericanos.
Becaria en el Instituto de Investigaciones históricas Dr. María Luis Mora. Entre mis temas de interés están: Cine documental de Santiago Álvarez, Exilio conosureño en México, Posmemoria, Teoría social en América Latina