La ceremonia de beatificación del martirizado arzobispo de El Salvador, monseñor Oscar Arnulfo Romero, realizada a finales de mayo pasado, dejó en evidencia la falta de pudor, el cinismo y la impunidad propia de las elites derechistas salvadoreñas, características comunes también a las de sus similares de los demás países centroamericanos. A ellos se les puede aplicar perfectamente el reconocido refrán que dice “matan y van al entierro”, pues algo así hicieron. Bueno, no es exactamente que hayan asistido al sepelio del cuerpo de Monseñor Romero. En ese acto solo estuvo presente el pueblo llano, el que sufría la represión de la Fuerza Armada salvadoreña y sus escuadrones de la muerte. ¿Quién no ha visto aún las famosas imágenes que muestran cómo los fieles seguidores del religioso asesinado son masacrados en las escalinatas de la propia catedral por el ejército que se suponía debía defender al país y a sus propios conciudadanos? Ahí no estaba presente ningún miembro de las élites adineradas.
Nadie que se considere serio puede negar el vínculo que existe entre el asesinato de Monseñor Romero y la obcecada actitud –criminal, anticristiana y antihumana– de las poderosas élites económicas de El Salvador por preservar a costa de sangre y fuego sus ofensivos privilegios. No escatimaron nada: torturas, muertes y masacres de tantos inocentes –cómo no recordar los crímenes de lesa humanidad que representan las masacres en el Río Sumpul y en El Mozote–, así como de los hombres y las mujeres que se rebelaron en armas con el ánimo de construir una sociedad más justa, más humana. No escatimaron nada… ni siquiera el asesinato de un obispo. Esos crímenes son un baldón que acompañará hasta el fin de los tiempos a la Fuerza Armada de El Salvador y a las élites adineradas y derechistas que esos militares defendieron, y cuya expresión política es el Partido Arena.
Por eso mismo no puede comprenderse más que como un acto de cinismo, falta de pudor y como una prepotente exhibición de impunidad, la presencia del ex presidente Alfredo Cristiani y de políticos de Arena, como el hijo del autor intelectual del asesinato de Monseñor Romero, en el acto de beatificación del Santo y Mártir de América. Por eso afirmo, asesinan y asisten a la beatificación de la víctima, y luego marchan a sus casas impunes y sonrientes. Alguien podría argumentar que la presencia de los coautores del crimen –los dirigentes de Arena– y del heredero del principal señalado de planificar y organizar el asesinato es prueba del nuevo clima político y de la reconciliación que han alcanzado los salvadoreños. Pero tal argumento sería un error de interpretación cuando no una completa falsedad. Si realmente los sectores tradicionalmente poderosos en El Salvador pretendieran una verdadera reconciliación de la sociedad salvadoreña, si de verdad admiran y respetan el ejemplo de Monseñor Romero, no reivindicarían como a su principal héroe político a Roberto D’Abuisson, el autor intelectual del asesinato del prelado.
Lo mismo valdría decir para el exmilitar represor Otto Molina, actual presidente de Guatemala. En febrero pasado, de visita oficial a El Salvador y frente al mausoleo donde descansan los restos del obispo mártir, Molina declaró que la beatificación de Romero era una bendición para los salvadoreños y los guatemaltecos. Sin embargo, esa bendición no le impide al exgeneral detener la represión contra las comunidades indígenas de su país que luchan por la defensa de sus tierras comunales y por la protección del medio ambiente. Alguien debería de hacerle oír al presidente guatemalteco la última homilía de Romero, cuando en nombre de Dios pidió “cese la represión”, palabras por las cuales fue asesinado.
El presidente estadounidense Barack Obama, que también expresó sus congratulaciones por la beatificación del Santo de América, es otro de los que ha visitado el mausoleo de Romero, y al hacerlo se sintió “profundamente emocionado”, según declaró después. Una emoción que al parecer no fue tan fuerte como para llevarle a reconocer la responsabilidad que también tienen Estados Unidos en el crimen del religioso. Más aún, si existiera un verdadero arrepentimiento, el gobierno estadounidense bien podría desclasificar los documentos secretos en su poder que aclararían definitivamente el crimen y contribuiría a llevar a la justicia a los perpetradores.
La ceremonia de beatificación también ha dejado en claro que las élites capitalistas salvadoreñas y sus socias no tienen el menor reparo en lucrar con la memoria del obispo mártir. Es notable para cualquier viajero que se dirija a San Salvador cómo la línea aérea de capital colombo-salvadoreña Avianca-Taca promueve la figura y el mausoleo del obispo como otro destino turístico más a visitar, junto a las playas privatizadas a favor de las transnacionales hoteleras y a uno que otro sitio de interés cultural. Por esto mismo es indispensable mantener viva en la memoria de las nuevas generaciones las acciones y las palabras de Monseñor Romero que lo convirtieron en la voz de los sin voz y un verdadero pastor de su pueblo. Acciones y palabras por las que la derecha salvadoreña decidió asesinarlo.
Profesor del Colegio de Estudios Latinoamericanos de la materia "Historia socioeconómica de Centroamérica". Especialista en historia y pensamiento de Centroamérica, y ha sobresalido en múltiples colaboraciones académicas en estas áreas.