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Eduardo Elías Gómez

Los sinsabores del buen gusto


Quiero iniciar aceptándome culpable de una actividad que pudiera tildarse de irrespetuosa, ociosa e incluso insolente: escuchar conversaciones ajenas. Tal práctica me ha vuelto diestro en ciertas habilidades a la hora de escuchar aquello que no está dirigido a mí. Sin embargo, aquello que no he podido lograr ha sido el no involucrarme ni sentirme interpelado en aquellas afirmaciones que tienen un sentido que no comparto; las más de las veces prefiero interrumpir la comunicación y opto por alejarme de los descuidados y asediados emisores de la charla que me causó malestar.

Recientemente tuve la desventura de seguir una breve conversación sobre un baile popular y espontáneo de música afrocubana afuera del Palacio de Bellas Artes; el par de interlocutoras que escuché se dieron a la tarea de contrapuntear despectivamente su existencia con la de las otras gentes que, sin notar siquiera su presencia, bailaban, cantaban y se reían con los yembés de fondo. Para ellas, dos mujeres vestidas elegante e incómodamente, recién salidas de un gran concierto, aquello que tenían en frente era algo inexplicable (inaccesible, pensé yo); ¿cómo era posible que a pesar de la belleza del recinto hubiera gente que se atreviera a dar esos espectáculos de tan pobre gusto, donde la música, la materialidad y la corporalidad del baile eran tan contrarios a aquel gusto y aquel paradigma de belleza que el Palacio de Bellas Artes significaba?

¿Cuál gusto? ¿Cuál estética? ¿Cuál belleza?

Lo espinoso de hablar de estética es que parece no serlo. En la moderna historia del concepto, no son pocas las veces que se recurrió a él para definir un sistema de categorías (análogo a la ética o a la lógica) que pudiera dar cuenta de ideas universales útiles para instrumentar y explicar las sensaciones que el humano puede desplegar en su contacto con el mundo. Sin embargo, asediada por las sombras de la historia y la teoría del arte occidentales, la estética no ha podido desembarazarse del concepto de belleza.

Dicho concepto ha llenado innumerables veces los vacíos de los cuestionamientos que la estética ha propuesto. Tratada como el epicentro de la sensibilidad, se ha convertido en la categoría que marca toda normalización y sistematización de las posibilidades estéticas de cualquier persona. De manera periférica y complementaria, el resto de las categorías se han vuelto un medio camino o un camino falso a aquel telos que la belleza representa. Lo trágico de dicho esquema radica en ser el mismo que subyace en nuestra formación cultural-estética y, más todavía, en ser aquel que se ostenta como la fuente del único y perfecto gusto, frente al que todo lo demás está mal hecho, incompleto, es feo o anti-estético.

En el entorno de las resonancias vanguardistas de principios y mitades del siglo XX, Latinoamérica se ha unido a la discusión y enunciación de problemas de la estética, señalándola como un campo más donde era imperativo volver a pensar los presupuestos eternos e inamovibles de la sensibilidad humana. Así, por ejemplo, Juan Acha inició cuestionando las consecuencias de mirar monolíticamente el arte latinoamericano desde las historiografías tradicionales europeas; señaló también que la expresión estética y cotidiana de las culturas latinoamericanas era el lugar donde se encontraba el valor patrimonial más importante, simbólico e identitario del continente, en contraste con la apreciación arte-centrista de las interpretaciones europeas.

Sin embargo, de manera sutil en su trabajo, está también la idea de que las expresiones estéticas, aun siendo inherentes a todas las personas, se encuentran lejos de conformar una unidad a pesar de la presencia de sistemas y categorías aparentemente comunes para todos: las polarizaciones sociales del continente crearon también una polarización en las categorías que llenan la percepción de las personas. La pervivencia de los imaginarios estéticos tradicionales (herederos orgullosos del romanticismo alemán) se defiende y se atrinchera en la belleza como el fin de toda acción estética; la resistencia y creación de otros sistemas colectivos americanos ha contrapuesto a la primera un imaginario estético popular que reivindica la experiencia personal (casi hedonista) por encima de los afanes universalistas de lo bello y lo perfecto.

De haber tenido aquella tarde Kant a un lado y a Juan Acha del otro, el primero hubiera dicho de aquel par de señoritas que su juicio y gusto por la perfección técnica del Palacio de Bellas Artes estaba en el proceso necesario de desvinculación conceptual requerido para alcanzar una idea pura de la belleza; Juan Acha, creo yo, hubiera visto gustoso la apropiación colectiva de un espacio tan tieso a través del baile y habría celebrado el otro tipo la desvinculación conceptual de esa experiencia estética: cantar y bailar nos es común a todos, construir un palacio está, por demás, lejano de lo inmediato y peligrosamente cercano a una proceso de racionalización de la belleza.

En gustos no hay nada escrito…

Alumno de la generación 2011.

Tema de tesis: dimensión política de las representaciones cinematográficas en el cine documental cubano durante los primeros años del proceso revolucionario.

Temas de interés: historia del arte y las ideas estéticas en América Latina, intersecciones entre el texto literario y la forma cinematográfica, estudios de recepción y crítica artística. Contácto: Twitter @homodiscens

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