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Juan Shulz Givaudan

El Mundo infeliz de Aldous Huxley


El Fondo de Cultura Económica acaba de publicar un libro con las notas de viaje en 1933 al Caribe, Centroamérica y México, del escritor británico Aldous Huxley, titulado Más allá Del golfo de México. Sin duda es un escritor más conocido por su novela distópica Un mundo feliz, o también por las leyendas populares en torno a su personaje apasionado de la parapsicología, y entre algunos por sus pioneras reflexiones de pretensiones científicas con drogas alucinógenas, en su libro The Doors of perception, título según parece, inspiró a que la sobrevalorada banda californiana adoptara el nombre The Doors.

Alguna vez la literatura de viajes estuvo consolidada como uno de los géneros más populares dentro de la Gran Bretaña: un siglo XIX tan expansivo para la corona británica, no solo les trajo un saldo favorable de la balanza gracias a las colonias que explotaban, e invadían de sus productos industriales, sino que en el plano cultural también hubo lo que podemos llamar sin la mínima precisión intercambio: circularon historias y leyendas de lo que sucedía alrededor del mundo, y a su vez se llevaban o traían ciertas costumbres. Muchas de las grandes obras literarias decimonónicas, suelen llevarnos a bordo de un barco mercante errante entre territorios “salvajes”. Ya a principios del siglo XX viajar era un deporte, en el que las clases con posibilidades competían por ver quién iba a un lugar más exótico; los aventureros llevaron al límite esa competencia, y en un temprano siglo XX, el estadounidense Peary venció la carrera por alcanzar el polo norte en 1909; y el noruego Amunndsen alcanzó el polo sur en 1911. A diferencia del tipo de viaje con fines científicos como el de Darwin, ese tipo de viajes no tenía ningún fin práctico, eran vanidosos deportistas compitiendo por ver quien llega más lejos, y que regresaban a sus países a mostrar sus fotos y aderezar sus hazañas, y lo que contaban era aceptado como revelaciones por un público cándido ávido de exotismo. Es el tipo de viajero que a Levi Strauss en Tristes Trópicos dice irritarle tanto.

En América, el valiente y honorable filósofo sevillano Bartolomé de las Casas, fue uno de los primeros en construir un tipo de discurso, que durante siglos persiste como una herramienta hermenéutica con la que se denuncian los abusos coloniales europeos. Dudo que el padre nunca imaginó con cuanta retórica se utilizaría la construcción del “buen salvaje” cuando él le llamaba “mansas ovejas” a los indios. Pero el caso es que se convirtió en el contrarrelato favorito de los europeos que trataron de oponerse al otro tipo de discurso: el de la justificación de la colonización: ya sea por sentimiento religioso, por sentir una superioridad racial o cultural o por imponer el “libre” mercado.

La ciencia, como reconocían antes los científicos como Einstein, sabían lo fundamentales que eran los aportes de la imaginación; ahora que su disciplina suele estar subordinada a la industria es distinto, y con una vulgaridad asombrosa los científicos (incluso muchos sociales) identifican a la ficción como algo contrario a la verdad; perciben a la poética y la imaginación son meros componentes del entretenimiento, o de culturas atrasadas. Sin embargo durante la parte final del siglo XIX, cuando su escisión no era tan brusca, la ciencia fue una propagadora de mitos que impulsó a los viajeros a ir a tierras “vírgenes” a encontrar explicaciones existenciales, que complementaran sus agnósticas inquietudes que la modernidad no podía resolverles; a encontrar algo en que creer en las sociedades no “contaminadas” por occidente. De lo cual se fueron construyendo relatos que después los latinoamericanos adoptarían como estrategias propias de identidad: beatos esencialistas; espeleólogos obstinados en encontrar la sabiduría en un ritual; románticos mestizos cargadores de culpas bobas creadores de indigenismos racistas; ¡descubridores de ruinas de culturas que vivieron bajo la armonía y el socialismo hasta que llegaron los españoles!

Antes de llegar a América Latina, Aldous Huxley ya había viajado por buena parte de Asia y de Europa; incluso cuando tenía 31 años en 1925 escribió un libro contiene ensayos donde reflexiona sobre el viaje, en el que dice: “Pocas cosas resultan más patéticas que el espectáculo de los inexpertos viajeros, criados en el respeto a esos mitos, realizando desesperadamente sus mayores esfuerzos para que la realidad externa concuerde con la fábula” (Huxley;1981;22). Nueve años después, en 1934, cuando escribe este libro sobre América Central, esa visión persiste y no se deja seducir por el folclore. Al contrario trata de desarmar esas constricciones románticas. Empieza con una sátira al viajero europeo común que lo acompaña en el crucero en el que viaja, donde abundan los “adolecentes de 45 años” que les vendieron la aventura exótica que les va permitir “escuchar el eco amortiguado de risas paganas y salvajes plegarias”; por un camino “que se sigue a los viejos conquistadores en el fascinantes romance de la ruta española”.

El libro de Aldous Huxley, lo cual podría sorprender, si se considera su caricatura burda del vidente, del experimentador de alucinógenos y entusiasta de la parapsicología, no viene a contribuir al mito de las Indias Occidentales como un lugar mágico, o a describir la solemnidad barroca; su relato espeta con el filo del humor inglés algunos de los mitos que los viajeros construirían. A mi parecer lo que mejor logra en el libro es ser muy inglés, para bien y para mal. Hay momentos que se pone la camiseta de Jonathan Swift y no le queda grande. El humor inglés es una de las armas más efectivas que he conocido para hacer tambalear tabús o limites morales o estéticos, o al menos intentarlo. No digo que sea un libro humorístico a la manera de Evalyn Waugh (que por cierto unos años después de Huxley vendría a México durante la expropiación y escribiría por encargo un libro a favor de las empresas petroleras. Del cual se arrepentiría y sin haberlo leído no dudo que sea su peor libro) pero voluntaria o involuntariamente hay situaciones que son verdaderamente hilarantes, pues para un foráneo a veces las contradicciones son más evidentes que para el ojo ya acostumbrado. En los albores del gobierno posrevolucionario mexicano ya ironizaba sobre esa forma absurda de erguir monumentos en vez de hospitales: “Esos quioscos tienen, resulta obvio, un valor simbólico antes que nada. Representan de algún modo, el espíritu cívico, son como los equivalentes psicológicos del hospital ausente y del sistema alcantarillado que no existe”(189); y más mordaz es con la oligarquía guatemalteca, que bien podría de ser cualquiera de las élites latinoamericanas malinchistas, o extranjerizantes: “Los mestizos centroamericanos son criados para ser más arios que los arios”.(Huxley; 1980;67)

Una cabeza amueblada con muchos conocimientos, añadido a la variedad de culturas y paisajes hace que sea un relato muy versátil. Va de la erudición arquitectónica, a un conocimiento amplio de lo que había en su época de las culturas antiguas, en especial los mayas, a comparar con sufrimiento su trayecto por las sierras de Oaxaca con un infierno de Dante. O de asombrarse por la belleza de cierto paisaje, pasa sin menor embrollo a describir con emoción el traje típico de una guatemalteca como un espléndido y abigarrado ornamento de árbol de navidad. Realmente su velocidad para pasar de ser serio, pedante o erudito a ser hilarante es fabulosa, y hace que el lector este a la espera de que chiste o reflexión vaya hacer en el próximo lugar que visite.

Si el lector busca un potente goce estético por un Guatemala más hondo mejor acudir al maravilloso libro de Luis Cardoza y Aragón: Guatemala, las líneas de tu mano. Aquí pocos títeres quedan con cabeza. Es un libro divertido, incómodo, que permite hacer comparaciones de época tremendas: pero no es un libro de mucha profundidad social, y sería pretencioso pedírselo a un viajero que estuvo un mes. Es un libro ligero, que tiene reflexiones contundentes sobre el nacional socialismo (Por esos años, en Alemania su amigo Cristopher Isherwood estaría escribiendo una novela entrañable que recomiendo mucho: Adiós a Berlín), y sobre los nacionalismos en general; es un desacato certero a la narración tradicional del “exotismo por el exotismo”. Huxley, aunque por momentos parezca un desvaído con bermudas reproduciendo prejuicios, no es ningún diletante. Es un visionario, no porque pueda ver con claridad todo lo que va pasar, sino porque usa su conocimiento y tiene las agallas de arriesgar a suponer el futuro. Muchas veces no se equivocó, y no sólo eso, sino que fue puntual en sus designios: léase la carta que le envió a George Orwell en un temprano siglo XX, y sorpréndase el lector de lucidez para predecir un siglo. Y repito: no es un adivino, es un hombre con un olfato asombroso para intentar comprender los comportamientos humanos, aunque sus palabras también le fueron contraproducentes, en 1951 escribió un hipotético ensayo titulado “Si mi biblioteca ardiera”; y en 1961 su casa de Hollywood ardió en un feroz incendio.

Toda la imaginación que tiene en varios rubros no la tiene en cuestiones laborales: “A la vista o disfrazado, como esclavitud o en alguna otra forma menos brutal, el trabajo forzado ha sido utilizado por doquier en el desarrollo de países salvajes (sic). Y es extremadamente difícil imaginar cómo podrían haberse desarrollado sin él” (Huxley;1980;156) De sus opiniones económicas discrepo casi por completo, pero la verdad no buscaba clases de economía política en un libro de viajes de Aldous Huxley, ni tampoco buscaba un libro que complaciera mis inquietudes. Sin embargo, hay que reconocer el esfuerzo con que Huxley intentó documentarse. A pesar de sus constantes tropiezos no deja hacer reflexiones inteligentes, los nacionalismos y las burocracias ocupan páginas muy divertidas de su sátira, ni la enciclopedia británica se salva de ser mordazmente criticada. Huxley detesta las reivindicaciones raciales, tan baratas a algunos indigenismos construidos por mestizos esencialistas. Tampoco es un libro de realismo social, donde predominen indios explotados por la United Fruit Company. Es un libro completamente ciego para ver el imperialismo. Es un libro que abusa de forma absurda del psicólogo Pablov para explicar los comportamientos sociales, es una narración sobre Centroamérica pero que le sirve para reflexionar de la situación humana. Le interesa mucho reflexionar la vieja problemática de que aspectos de culturas “atrasadas”, comunales, pueden ayudar a mejorar las condiciones de vida de las civilizaciones “avanzadas”, individuales. Le interesan las religiones y las problemáticas de la industrialización en los países. De antropólogo se hubiera muerto de hambre. Su psicología puede por momentos estar al nivel de la estulticia: “El hecho de que soportaran casi sin quejarse la enorme opresión de sus gobernantes es una evidencia de que estaban psicológicamente satisfechos”.

Pero no decepciona, siempre tiene una nueva forma de ver las cosas de las que sin duda podemos sacar una buena reflexión. Con la ciudad de México dice cosas perfectas, actuales: “Nunca vi tanta gente delgada enfermiza y deforme como en los barrios pobres de la metrópoli, nunca tanta mugre y tantos harapos, tantos signos de pobreza desesperada. Como argumento contra nuestro sistema económico actual la ciudad de México es irrebatible”. Y sobre el turismo en México no deja de ser actual: “Para el turista se parece al edén; pero para los habitantes lo sienten demasiado dolorosamente como México” (Huxley;1980;89); porque “el país no es inseguro para los viajeros. La carnicería es doméstica, entre amigos: una cuestión de vendettas, de patriotismos locales, de celos y rivalidades.” Al final del “antiprólogo” de la edición del Fondo de Cultura Económica, Hernán Lara dice que le resulta complicado entender la postura frente a México de Huxley. No entiendo a qué se refiere, quizás como es tradición en este país esperaba que el extranjero viniera a tirar flores. No sé.

Hoy, cierta moda entre las clases que trabajan para acomodarse, repiten como loros que viven para viajar; y llenan de lugares comunes que viajar es una forma de conocer. Pero cuando -casi por imposición- vemos sus fotos y escuchamos sus historias, parecería que fueron hacer lo que Epicúreo hacía en su jardín (nunca viajó Epicuro excepto cuando fue desterrado); aburguesados militantes del itinerario que no traen del otro lados más que suvenires y anécdotas. Más allá de las posturas de Huxley, su método del viajero reflexivo que de su experiencia se esfuerza por proponer interpretaciones que hagan pensar el sentido del mundo, no sólo es una gran manera de viajar; sino también de leer un libro. De esa entrañable amargura a los trópicos, estoy seguro el lector puede sacar un buen provecho.

Bibliografía

Aldous Huxley; A lo Largo del Camino. Barcelona : Caralt, 1981

Aldous Huxley; Más Allá del Golfo de México, Buenos Aires : Sudamericana, 1980

Estudiante generación 2012

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