En las últimas semanas, los medios masivos de comunicación nos han inundado con las desafortunadas declaraciones de un político y empresario norteamericano, cuyo nombre será obviado en este modesto espacio por empacho de su desmesurado uso. Pero he aquí una pista que nos hará identificarlo inmediatamente: “México está […] trayendo drogas, crimen, a los violadores”.
Seguro saben de quién se trata y de dónde es originario. Sin embargo, no necesitamos ir demasiado lejos para encontrar la reproducción de este tipo de discursos en un ámbito más cotidiano, y por supuesto, dentro de nuestra propia América Latina.
Al igual que muchas otras prácticas manifiestas de desigualdad, las expresiones del racismo se han perfeccionado con el paso del tiempo, en gran medida, debido a la victoria de diversos movimientos sociales que han logrado visibilizar prácticas y conductas que, desde una perspectiva hegemónica, se consideraban perfectamente normales. Como crisol de etnias, es evidente la diversidad de la población latinoamericana en cuanto a sus orígenes y sus colores. No obstante, la presencia de una forma de establecer relaciones de poder y verticalidad basadas en los orígenes étnicos de los individuos ha permeado incesantemente en las prácticas cotidianas, como en el habla o la publicidad, por citar sólo algunos ejemplos. El racismo es un fenómeno que se ha ido normalizando en esta parte del mundo, pues ha adquirido formas sutiles y sofisticadas y ha ayudado a modelar prácticas y comportamientos, sobre todo en sociedades cuya población es mayoritariamente de origen amerindio.
Como producto de siglos de colonización, ha existido una ideología del racismo sostenida por lo que el teórico holandés Adrianus Van Dijk, quien analizó el discurso racista en los medios españoles y latinoamericanos, denomina “las élites simbólicas”: la clase política, los propietarios de los principales medios masivos de comunicación, los grupos que determinan los contenidos de la educación en sus respectivos países, etc. Por lo tanto, considero importante aproximarnos a algunas formas cotidianas del discurso elaboradas por miembros de esta élite, a las que la gran mayoría de la población se encuentra constantemente expuesta.
Hay ocasiones en que años y años de perfeccionamiento de las prácticas racistas son tirados por la borda. Es entonces cuando el patetismo y el escándalo toman su lugar, exhibiendo la verdadera naturaleza de nuestra clase dirigente o diversas figuras públicas, quienes parecieran trasplantados de lo más decadente de la mismísima época colonial, aunque más bien demuestran que el discurso y las prácticas racistas están lejos de haber desaparecido.
Los tres casos célebres que me gustaría retomar se centran (¿curiosamente?) en individuos cuyos actos impactan de tal forma que visibilizan con descaro y alarma las jerarquías simbólicas y materiales que reinan en nuestro contexto. La ostentación de estos ejercicios, aunado a sus cargos representativos, imprimen un grado considerable de violencia a sus actos y discursos.
Sin mayor preámbulo, demos comienzo al bestiario con estos ilustres personajes:
En abril pasado, el gobernador de Chiapas, Manuel Velasco Coelho, representó una escena digna de la llegada de un redentor. En su visita a la comunidad de Oxchuc, Velasco decidió revivir la antigua tradición de cargar –sí, en hombros– en una especie de trono, al gobernante por las calles principales del pueblo. Lo que no dimensionó este “humilde servidor” público, es toda la carga simbólica que implica acción, ya que no sólo revive antiquísimas y caducas representaciones mesiánicas, sino que no le importó exhibir a los habitantes de la comunidad en el más puro escenario del servilismo.[1]
Otra joya invaluable nos la proporcionó el consejero presidente del Instituto Nacional Electoral (INE), Lorenzo Córdova, cuando se difundió una llamada en la que hacía mofa e imitaba groseramente el habla de un dirigente de una comunidad indígena de Guanajuato. Independientemente de la veracidad de la interpretación, el tono de sorna y desprecio al referirse al líder indígena es innegable. Además, se trató de desviar la atención del tema de su evidente práctica racista y discriminatoria con la “invasión de su privacidad”. Más allá de esta severa exposición, el aparato político mexicano respaldó y pasó por alto este hecho al considerar “exagerada” la petición de renuncia de este funcionario por parte de la sociedad civil.
Si bien los funcionarios públicos dan prolíficas y cuantiosas aportaciones a este catálogo de aberrantes expresiones de racismo descarado (se me viene a la mente el celebérrimo “hay que marcarlos con tinta blanca para que no se formen dos veces para la ayuda”, del diputado perredista Ariel Gómez, sobre los haitianos que padecieron el terremoto en 2010), el digno epílogo nos lo regala la ex reina de belleza boliviana 2004, Gabriela Oviedo, quien coronó su reinado con esta “notable” aseveración sobre su lugar de origen:
“La idea errónea de que Bolivia es solamente un país andino está totalmente equivocada […] Quien no conoce Bolivia cree que somos todos indios del oeste. La Paz da esa imagen: gente pobre, de baja estatura e india. Yo soy del otro lado del país, nosotros somos altos, somos gente blanca y sabemos inglés”.
[1] . Para ilustrar este grotesco hecho, la imagen de Velasco puede consultarse en siguiente link: http://aristeguinoticias.com/1504/mexico/foto-indigenas-cargan-en-hombros-al-gobernador-de-chiapas/
Alumna de la generación 2010.
Tema de tesis: representaciones de la masculinidad en
"Trilogía sucia de la Habana" de Pedro Juan Gutiérrez.
Temas de interes: literatura erótica,"el periodo especial" cubano,
estereotipos de género
Otras actividades: miembro del Comité de Relaciones Académicas en
"Revista de Humanidades Populares", interés por la creación literaria,
tengo un cuento publicado en "Hysteria. Revista de Sexualidad y Cultura".