Este año se cumple uno más de aquel 19 de julio que en 1979 contagió de alegría y esperanzas a los sectores más progresistas de América Latina y de otros pueblos del llamado Tercer Mundo. Ese día el pueblo nicaragüense, levantado en armas, derrocó a uno de los regímenes tiránicos más antiguos de Centroamérica y El Caribe. Ante el empuje popular, al dictador Anastasio Somoza no le quedó más salída que huir hacia Miami, verdadera patria material y espiritual de los oligarcas latinoamericanos. Su ejército personal, la Guardia Nacional –creada, amamantada, entrenada y financiada por sus patrones estadounidenses–, que de nacional sólo tenía el nombre, se desvaneció en el aire apenas se enteró de la huida de su jefe supremo. A Honduras y El Salvador fueron a parar, derrotados, sus criminales integrantes.
Pero, como después cantó Silvio Rodríguez, al águila imperial le dolió que el niño fuera sano a la escuela, que la población decidiera sobre su propio destino, que se entregara tierra a los que por siglos habían trabajado para un patrón sin ganar lo necesario para vivir y morir, que los obreros obtuvieran más derechos, que se alfabetizara al 49% de la población que estaba condenada a la ignorancia. Y la revolución fue castigada con sabotajes, sanciones, embargo económico, una guerra ilegal y criminal que continuó pese a las condenas internacionales, con calumnias y mentiras como sólo el imperialismo sabe hacer.
Después llamaron democracia a lo que se impuso una vez que el pueblo nicaragüense desistió de seguir aguantando esa guerra que parecía no tener fin y que seguía destrozando a las generaciones más jóvenes. Y el interés por Nicaragua, y por Centroamérica, se apagó rápidamente. Fue como una efímera moda. Los famosos intelectuales, artistas, y hasta miembros del jet set internacional que en su momento consideraron que bien valía la pena aguantar unos días de sol y de calor tropical para aparecer en la fotografía junto a algún comandante revolucionario, o que sinceramente aterrizaron en el país para tener impresiones cercanas sobre el proceso sandinista, también desaparecieron como por encanto. Nunca más volvieron a asomarse sus estrambóticas figuras por las calles polvosas y agujereadas de Managua, ni en los corredores de sus sucios y bulliciosos mercados.
Pero el pueblo nicaragüense siguió resistiendo, siguió luchando. Siguió buscando sus propios caminos. En la rebusca diaria sobrevivió al asfixiante desempleo que trajo la democracia, se recuperó de los cobros en hospitales y escuelas públicas, pese a la gratuidad ofrecida por la Constitución; emergió de las nuevas tragedias naturales –huracanes, deslaves, inundaciones, sismos– y humanas: políticos y funcionarios incompetentes, incapaces de pensar en otra cosa más que en sí mismos.
¿Qué ocurre hoy en Nicaragua? Lo que ocurre es mucho más complejo y con miles matices más del panorama blanco y negro que pinta el torrente de información que circula en un solo sentido, que mira solo con un ojo, que pareciera especializado en destacar sólo lo negativo. Todo lo que se ha publicado sobre Nicaragua en los últimos años, en y por los principales medios de comunicación y por las agencias noticiosas más conocidas, pareciera tener una sola intención: convencer al lector que las cosas están malas en el país, que no se ha hecho nada positivo, que todo va para mal o es un retroceso. Pero son mucho más las facetas y las voces que se omiten.
Se habla mucho de “la pérdida de espacios democráticos”, de represión policial, de limitaciones a la libertad de expresión. Las voces que denuncian esto son constantes, insistentes y con gran resonancia nacional e internacional. Son preocupaciones reales, pero al parecer no compartidas por la mayoría de la población.
Recientemente estuve ahí y pregunté en los mercados, a las señoras que vendían frutas y comidas muy cerca del hotel donde me hospedé, conversé con taxistas –sabemos que nadie mejor que los taxistas y los barberos pueden sintetizar el sentir y la opinión de un pueblo–, y la visión de ellas y ellos es diferente.
El tema sobre los espacios democráticos cada vez más limitados que denuncian cotidianamente los principales medios y que se repite como un eco incansable en medios internacionales, no pareciera un problema que les afecte directamente. Es más, lo ven con apatía. No quiero decir que eso sea positivo. No. Quiero resaltar que sobre esa existen otras preocupaciones más inmediatas, urgentes, vitales, para la población que se gana la vida en las calles, bajo el sol. En los sectores de clase media, los directores de organismos no gubernamentales, los políticos profesionales de los partidos tradicionales y los medios de comunicación opuestos al gobierno, sí es asunto central.
Respecto a la actuación policial, no existe represión generalizada y la Policía Nacional no actúa de manera brutal. Su actuación en los últimos años no se diferencia mucho de los parámetros establecidos desde 1990, cuando la revolución se agotó en las urnas. Tampoco caben las comparaciones con las acciones represivas de las fuerzas oficiales de Honduras o Guatemala, donde cada protesta concluye con saldo de víctimas fatales entre la población.
En cuanto a las limitaciones a la libertad de expresión, éstas no han impedido que sea denunciada prácticamente todas las mañanas en los medios denominados democráticos, ni que se publiquen numerosas caricaturas criticando o haciendo mofa de los actuales gobernantes, sus familias y sus políticas. En Nicaragua, los casos de asesinatos o desapariciones de periodistas no son frecuentes como ocurren en Honduras o México.
Una de las críticas más repetidas contra el actual gobierno es que impulsa sólo políticas populistas, clientelares, que “sólo migajas está entregando al pueblo”, pero en las calles se comenta que los gobiernos anteriores ni siquiera eso ofrecían al pueblo, ni de bromas. En los últimos siete años se han construido más viviendas de carácter social que en los diecisiete años de llamados gobiernos democráticos. Y son notables también las calles asfaltadas en la mayoría de los barrios populares de Managua. Acciones gubernamentales, como la entrega de láminas de zinc a los pobladores de menos recursos, criticadas por populistas, han venido a resolver necesidades urgentes entre estos sectores. También se han creado nuevos espacios recreativos para la población de menos recursos, pero esto no pareciera despertar el interés de los principales medios. No es noticia que vaya a publicar un medio internacional.
Se hacen muchas críticas a las actuales autoridades nicaragüenses, y no pocas son válidas. La crítica más generalizada es contra el proyectado canal interoceánico. En mi opinión, las oposiciones al proyecto canalero –que no ha pasado de ser eso: un proyecto– son las más fundadas y compartidas por buena parte de la población. Los temores de un daño ambiental inconmensurable al lago Cocibolca y su entorno son razonables, y más porque aún no se han dado a conocer los estudios respectivos. Por otra parte, hasta ahora tampoco existen evidencias concretas, totalmente convincentes, que indiquen –sin lugar a ninguna duda– que el canal será realidad.
No, Nicaragua no es perfecta. Tiene muchos problemas y muchas virtudes. Una de ellas, de la que se pueden sentir orgullosos los nicaragüenses, es que el país es el más seguro de Centroamérica. Y aunque no se reconozca así, ese es otro legado de ese ya lejano 19 de julio de 1979 que destruyó al represivo y criminal ejército somocista. Ese día se dio paso a la construcción de unas fuerzas armadas y policiales de carácter genuinamente nacional, que no miraban a sus conciudadanos como enemigos. Quizás sea éste el único legado tangible heredado de la heroica revolución que hace treinta y seis años triunfó contra todo designio imperial. Quizás existan otros legados, pero hay que acercarse un poco más, adentrarse en el país, para poder verlos con claridad. Así también se distinguirán los múltiples y complejos matices de la actual realidad nicaragüense de los que ningún gran medio da cuenta.
Profesor del Colegio de Estudios Latinoamericanos de la materia "Historia socioeconómica de Centroamérica". Especialista en historia y pensamiento de Centroamérica. Ha sobresalido en múltiples colaboraciones académicas en estas áreas.