Dicen que en julio “Oaxaca está de fiesta”, al recibir a miles de turistas extranjeros y nacionales que se congregan en la capital para presenciar la Guelaguetza, “máxima fiesta de los oaxaqueños” –cuentan por ahí. Cada año se juntan en el Cerro del Fortín representantes de las ocho regiones de Oaxaca en un multidinario espectáculo, donde muestran sus bailes, música y tradiciones. En julio toda Oaxaca se siente muy “orgullosa” de sus pueblos originarios, todo parece un armonioso y colorido paraíso turístico. Aunque habría que aclarar que la palabra guelaguetza no hace alusión a los bailes, sino, que esta es una palabra zapoteca usada en el Valle de Oaxaca para referirse al acto de ayuda comunitaria; guelaguetza es el principio solidario de reciprocidad entre el pueblo oaxaqueño.
Pero por más que me divierta y me pueda resultar simpático tan singular evento, confieso que como oaxaqueña siempre me acompaña una honda incomodidad cuando pienso en “la Guelaguetza”. La fiesta y el espectáculo organizado por el gobierno del estado, pareciera a ratos un mosaico de cliché folklórico, que para mí, reluce como un atrayente y seductor espejismo de lo que se quiere proyectar al exterior; como una forma que busca difuminar una adversa realidad, con una colorida imagen bordada a partir de débiles y conflictivos hilos.
Sólo por señalar algo, cabe mencionar cómo los pueblos originarios de Oaxaca afrontan de manera cotidiana los sinsabores de la discriminación y la marginación. Pero, de repente, con la fiesta de la Guelaguetza todo ese desprecio o indiferencia se vuelve encanto y “orgullo”. La pobreza en la que viven se torna en admiración y folclórico embellecimiento. Basta sólo un instante, el final de las fiestas de julio, para que aquellos admirados mixes, mixtecos o zapotecos se vuelvan de nuevo en la despreciada y discriminada mayoría. Porque visualizarnos en una estática y colorida postal es “más divertido” para el espectador de la Cuidad de Oaxaca que verlos en alguna manifestación tapando calles, reivindicando sus derechos o protestando contra las carencias y los abusos.
Tampoco falta la socorrida queja de lo “feo y cochinos que se ven los maestros plantados en el zócalo”, ante las recurrentes tomas de la sección 22 a este espacio de la cuidad. Estas quejas son mayores cuando se acerca julio y la Guelaguetza, porque esos “inconscientes maestros dan mala imagen al turismo, principal ingreso económico de Oaxaca”. Claro, hay que “quedar bien” con nuestros invitados nacionales y extranjeros, dar imagen de un estado siempre inconforme con esos maestros “revoltosos” que no hacen más que “dar problemas”, que empañan la alegría de la Guelaguetza. Y si nuestra economía estatal cuelga del delgado hilo del sector terciario, este momento no es el oportuno para cuestionar que la precariedad del desarrollo económico del estado de Oaxaca va más allá de un zócalo tomado.
Confesaré que en el 2006, aquel difícil e imborrable año donde la insurrección civil se hizo latente, ver arder la Rotonda de Las Azucenas en el Cerro del Fortín por la televisión nacional me hizo sentir un gesto de morbosa alegría. Ese acto para mí mostraba al mundo que en Oaxaca éramos más que ese producto cultural exótico de bailes y trajes bonitos. También éramos resistencia.
Es cierto, no todo puede ser tan malo. Como mencionaba al principio, la Guelaguetza que organiza el estado es un buen espectáculo, yo misma he asistido en diversas ocasiones y no negaré que la pasé bastante bien, pero queda en eso: en un buen show –que se adquiere comprando boletos por Ticketmaster si eres capaz de pagar su elevado costo o en su defecto formarte horas y horas para disfrutar la gratuidad de los palcos C y D. También lo es que la importancia y centralidad que se le ha dado a este espectáculo ha impulsado a que diversos municipios busquen mecanismos de preservación de ciertos elementos culturales, por medio de ferias y otros eventos bastante enriquecedores.
En fin, el próximo 27 de julio se efectuará la segunda emisión de la Guelaguetza en el cerro del Fortín con una constante vigilancia de la Policía Federal que acosa las calles de Oaxaca. La festividad se mezcla con las tensiones políticas que trae consigo la resistencia de la CNTE ante las nuevas reformas a las estructuras educativas del estado, tras la reciente disolución del Instituto Estatal de Educación Pública de Oaxaca. Sin duda, habrá algo más que bailes y música, pero como dice el spot de la Secretaria de Turismo ¡Tienes que vivirlo! Y eso incluye sus manifestaciones y revueltas populares, porque sí: somos más que ese colorido espejismo.
Estudiante del CELA generación 2012.Temas de interés: Teología latinoamericana, sociología de la religión, política y religión en América Latina, historia de Centroamérica siglo XX, Derechos Humanos, violencia de género