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Rodrigo Gastón García Reyes

Las tramas del poder


Este mundo es un monstruo de fuerza, sin principio ni fin […]; es una fuerza que se encuentra en todas partes, una y múltiple como un juego de fuerza y de ondas de fuerza perpetuamente agitadas, eternamente en cambio […] como un devenir que no conoce ni la saciedad, ni el disgusto, ni el cansancio.

Friedrich Nietzsche

En un breve pero habitualmente denso texto titulado Método, incluido en el primer volumen de su Historia de la sexualidad (1976), Michel Foucault enumera una serie de «proposiciones» y «reglas» en torno al poder con la finalidad de evitar «malentendidos acerca de su identidad, su forma, su unidad».[1] Entre ellas podemos destacar «que el poder no es algo que se adquiera, se arranque o se comparta, algo que se conserve o se deje escapar»; «que las relaciones de poder no están en posición de exterioridad respecto de otros tipos de relaciones (procesos económicos, relaciones de conocimiento, relaciones sexuales), sino que son inmanentes» a ellas; que «las relaciones de poder no se hallan en posición de superestructura, con un simple papel de prohibición o reconducción» puesto que «desempeñan, allí en donde actúan, un papel directamente productor»; «que el poder viene de abajo», en tanto «no hay, en el principio de las relaciones de poder, y como matriz general, una oposición binaria y global entre dominadores y dominados»; que «no hay poder que se ejerza sin una serie de miras y objetivos»; «que donde hay poder hay resistencia, y no obstante (o mejor: por lo mismo), ésta nunca está en posición de exterioridad respecto del poder»[2].

Es muy probable que quien conozca la obra del colombiano Santiago Castro-Gómez sepa que una de sus mayores inspiraciones es precisamente el pensamiento del filósofo francés y, en particular, su método genealógico, el cual le ha servido para llevar a cabo su trilogía sobre las genealogías de la colombianidad –que aún espera el tercer y último libro. Menos probable es que se tenga presente que ese interés en Foucault puede rastrearse al uso que hiciera de dicho autor su maestro, el también colombiano Roberto Salazar Ramos. Salazar encontró en el pensamiento foucaultiano un punto de apoyo para cuestionar algunos supuestos fundamentales de la tradición de pensamiento liberador y latinoamericanista, de la cual él mismo –como parte del llamado Grupo de Bogotá– se consideraba artífice y defensor.

Durante nuestra investigación de tesis sobre este grupo, podíamos imaginar claramente a Roberto Salazar leyendo el Método de Michel Foucault –en particular los pasajes indicados al principio– antes de que afirmara que «en realidad los trabajos de Foucault me hicieron despertar de ese sueño ingenuo en el cual había fraguado la historia latinoamericana. Fue a partir de los textos de Foucault como pude comprender la pertenencia del proyecto de una filosofía latinoamericana de la liberación, tal como la habíamos formulado, a la episteme de la subjetividad moderna y su carácter contestatario».[3] Los apuntes de Foucault le sirvieron a Salazar Ramos para apuntalar y cuestionar algunos argumentos del pensamiento latinoamericanista del Grupo de Bogotá que, como lo hacían pensadores desde otros países, insistía en dotar a los pueblos latinoamericanos de cierta «exterioridad» respecto del sistema de dominación imperante o en leer la historia en una clave finalista o teleológica hacia la liberación.

No es de extrañar por lo tanto que Castro-Gómez, en sus trabajos poscoloniales/descoloniales posteriores a su afamada Crítica de la razón latinoamericana, tomara distancia de la aproximación del wallersteiniano «análisis de Sistema-Mundo» preferida por Aníbal Quijano, a través del cual se hace énfasis en la colonialidad como un patrón mundial de poder. El estudio de las herencias coloniales en América Latina del colombiano tomó la forma de un programa rizomático y heterárquico para identificar diferentes formaciones o tramas del poder colonial en lugar de deducir las diversas expresiones de un patrón mundial de poder, del cual «derivarían» .

De esto que Castro-Gómez deje de “hablar de ‘la’ colonialidad en general”, e identifique al menos “tres ejes de la colonialidad que son irreductibles entre sí”: la colonialidad del poder, que se refiere a la dimensión económico-política; la colonialidad del saber, que apela a lo epistémico; y la colonialidad del ser, que apunta hacia la ontología.[4] Esto es: entender el poder como un conjunto de tramas o entramados particulares.

Concebir el poder como tramas tiene al menos dos consecuencias: 1) renunciar a la noción finalista según la cual podría destruirse todo poder o existir por fuera de él, y 2) abandonar la idea de que las diferentes manifestaciones del poder obedecen a un mismo núcleo que, de ser afectado, las afectaría igualmente; es decir, partir de la idea de que cada trama de poder, aunque pueda reforzarse junto con otra (clase y género, por ejemplo), tiene su funcionamiento específico propio, por lo que no pueden ser afectadas en conjunto del mismo modo por los mismos esfuerzos y resistencias.

El primer punto, debe aclararse, no se traduce en una propuesta hacia la inacción y el conformismo (si necesariamente estamos «en» del poder, ¿para qué oponerse?), sino a la creación de poderes distintos: «No querer ser gobernados, como lo indica Foucault, no significa no querer ser gobernados en absoluto. Significa, precisamente, “cómo no ser gobernados de esa forma, por ése, en nombre de esos principios, en vista de tales objetivos y por medio de tales procedimientos.” […] ¿Ser gobernados? Sí, pero “no de esa forma, no para eso, no por ellos”. Gobernados, sí, pero por nosotros mismos».[5]

[1] Michel Foucault, El discurso del poder, presentación y selección de Oscar Terán, México, Folios, 1983, p.174.

[2] Ídem, pp. 175-177.

[3] Roberto Salazar Ramos, Posmodernidad y Verdad. Algunos metarelatos en la constitución del saber, Bogotá, Universidad de Santo Tomás, 1994, pp. 27-28.

[4] Grupo de Estudios sobre Colonialidad (GESCO), “Los avatares de la crítica decolonial. Entrevista a Santiago Castro-Gómez”, en Tábula rasa, núm. 16, enero-junio, 2011, p. 219. [en línea], <http://www.redalyc.org/pdf/396/ 39624572012.pdf> (consultado el 20 de julio de 2015).

[5] Alejandro Sánchez Lopera, “El estallido de la verdad en América Latina”, en Nómadas, núm. 31, octubre, 2009, p. 58.

Alumno de la generación 2011. En proceso de titulación con una tesis sobre el debate alrededor de la posmodernidad filosófica en América Latina y la emergencia de una crítica de la razón latinoamericana.

Temas de interés: filosofía y pensamiento social posmoderno, las relaciones tecnológia subjetividad e hibridez cultural.

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