Los conceptos son dones malditos y maldiciones benéficas pues, aunque hacen más puntual y precisa nuestra comprensión de las cosas mundanas o metafísicas, entorpecen la dinámica de la realidad. Cada uno debe tener un contenido real y adjetivo que lo haga diferente de otros. Se utilizan en circunstancias disímiles, en contextos específicos y determinan, en buena medida, las acciones que los teóricos y los burócratas emprenden con respecto a los diferentes escenarios del mundo real.
Me permito explicar al lector este contrariedad con dos conceptos importantísimos para la actualidad: migrantes y refugiados. Migrante es, naturalmente, quien se mueve, quien abandona su territorio natal y se desplaza a otro. Refugiado es quien sale huyendo de su lugar de origen y se refugia en otras tierras. Los refugiados son, pues, también migrantes. ¿Pero acaso no concuerdan ustedes en que los migrantes lo son porque se refugian de las condiciones económicas y sociales (violentas, incluso) de sus lugares de origen?
Hay un punto de intersección. Esa miríada de palabras que en lo real (real lacaniano, la esencia innombrable y profunda de la cosa) tiene poquísimas diferencias, posee un trasfondo tétrico que la ha degenerado: se ha convertido en concepto, es decir, alguien ha decidido que una cosa es eso y no lo otro, que lo otro siempre va a ser lo otro y no eso. Es ahí cuando se le impregna un contenido político.
Según Google (y todos los que recurren a él para aclarar dudas), un refugiado es «[una] persona [q]ue se ha refugiado en un país extranjero a causa de una guerra o de sus ideas políticas o religiosas». Es decir, una persona que escapa de la violencia, un perseguido a quien se ha obligado a escapar de casa. Como los refugiados sirios que llegan por montones a Europa. Como los 10,000 sirios que México está «considerando» recibir. De ellos se escucha muchísimo y se lee a raudal en las redes sociales, porque es un asunto prioritario. «Si Europa lo hace, México también debería, estamos ante una responsabilidad moral»; «México mantiene la convicción de que en el ámbito bilateral debemos encontrar soluciones para las crisis como la que se está viviendo en este momento en Siria», leí por ahí, en un comentario cuyo origen no quiero recordar.
Siguiendo con Google, un migrante es «[una] persona [q]ue llega a un país o región diferente de su lugar de origen para establecerse en él temporal o definitivamente». Los hay, por supuesto, documentados e indocumentados y están sujetos a las leyes migratorias del país destino. Existen incontables flujos migratorios, porque no es una situación coyuntural sino permanente: de Marruecos y Senegal a España, de Medio Oriente a Grecia e Italia, de México a Estados Unidos y Canadá, de Bolivia a Brasil, de Brasil a Estados Unidos, de Túnez y Rumania a Francia, de África Subsahariana a Grecia, de África a Italia y el resto de Europa, de Irán y Asia a Estados Unidos, de Centroamérica a Estados Unidos, et al.
Jurídicamente, definidos por el Instituo Nacional de Migración, en México existen los «inmigrantes»: «el extranjero que se interna legalmente al país con el propósito de radicarse en él, en tanto adquiera la calidad de inmigrado». Como los migrantes centroamericanos que atraviesan el país —lo intentan— desde la frontera con Guatemala hasta el norte para poder llegar a Estados Unidos.
Se diferencian por muchas cosas de orden legal y demás, pero cualitativamente (he ahí lo abominable) los refugiados son un problema humanitario, mientras que los migrantes sólo son una figura más del derecho positivo.
El problema es gigantesco, porque forma parte del problema generalizado de la desaparición forzada, del cual los migrantes que atraviesan el territorio mexicano son víctimas asiduas. Cuando los migrantes llegan a los primeros albergues en la frontera, es decir, cuando apenas han atravesado una ínfima fracción del territorio nacional, ya muchos han sucumbido ante la trata de personas, la desaparición, la tortura y el abuso sexual. Pero eso, en los medios, no es un problema humanitario porque no llegan escapando de una guerra o de un sistema dictatorial (contra-occidental) que lacere su libertad de expresión o de culto.
También encontré por ahí una imagen (creo que de Amnistía Internacional) que decía «no debe negársele el refugio a nadie». Pero yo me pregunto, ¿qué clase de tropelías son necesarias para que la situación de los migrantes centroamericanos que sufren la violencia en México sea considerada como una crisis humanitaria también? O para que nosotros mismos, que vivimos con esa realidad, la veamos en la misma dimensión. Tal vez los conceptos no nos sirven para comprender la dimensión agraviante del problema. Tal vez no es cierto que existan palabras para todo, que hay cosas que no se definen sólo con conceptos.
Estudiante de la generación 2014.
Temas de interés: la literatura como proceso cultural (análisis desde la antropología), la relación de la literatura con la sociedad de consumo.
Se desempeña como asistente de la profesora América Malbrán Porto en las materias "Historia de América Precolombina" y "Etnias contemporáneas"
Twitter: @LordBoreal