Porque existe el derecho al grito. Entonces grito.
Clarice Lispector
Se avecina una conmemoración importante en México. De mayor trascendencia quizá, que el fervor patriótico que simboliza el Grito de Independencia. Este grito ornamentado por los medios de publicación, aderezado con unos cuantos cuetes y las cuetizas que se pusieron muchos mexicanos. Dicho grito al que hago referencia no estuvo exento de significativos errores a niveles internacionales. Como el de nuestro joven embajador en el Reino Unido quién cometió un error un poco inadvertido. Su error expresado en un grito que reivindica al famoso dictador del Siglo XX: ¡Que viva Porfirio Díaz! resulta una hilarante coincidencia en tiempos de una dictadura neoliberal como la que vivimos. No resulta casual que individuos de mentalidades cortas pero con trayectorias académicas deslumbrantes detenten exagerados cargos. Que decir de nuestra clase política, inepta para gobernar un país multifacético. El mal gobierno acumula error tras error y el descontento social crece aritméticamente. No hablo sólo de sus funcionarios en el extranjero, ni de personajes vinculados en el terreno de la política, hablo de actores específicos que operan bajo el cinismo y la más profunda red de complicidades.
El 26 de septiembre los estudiantes gritaremos nuevamente. No gritaremos vivas y elegías folklóricas. Gritaremos como un ejercicio necesario. Sacaremos la voz desde lo más profundo para liberar tanta rabia contenida. Entre las muchas bondades del grito es que ayuda a liberar del cuerpo esos amarres que atan e inmovilizan. El grito es un acto que llama la atención de los demás. Cuando alguien grita pidiendo auxilio por lo general alguien voltea para ver lo que sucede. El grito es un hecho presente en la naturaleza del ser humano. Es un recurso límite cuando el sujeto se siente atrapado.
Los días que se vienen congregaran muchos gritos en las calle. Esperamos causar la mayor de las impertinencias en los espectadores. “Cómo no, si que sí, ya volvimos a salir” Gritos de consignas necesarias en medio de una larga agonía. Tragedia tan grande y tan inaudita como la de un Saturno devorando a su hijo[1].
Ha pasado un año desde que se supo de una tragedia inusitada. Ha ocurrido un atentado directo contra el sector estudiantil. Y la historia no podrá absolver fácilmente ese hecho. Desaparecer a 43 jóvenes es una llamada de alerta. Año con año volveremos a pisar las calles los estudiantes y volverán a salir esos gritos de indignación. Gritaran esas bocas que claman descontento y exigen la más oportuna de las justicias. “Yo pisaré las calles nuevamente” cantaba Pablo Milanés haciendo alusión a la dictadura chilena de 1973. Esta vez el grito será de digna rabia. De rebeldía insurrecta. Porque estos gritos resultan más potentes que el clamor de una independencia pasajera.
En la última obra publicada de una escritora brasileña de origen judío, Clarice Lispector escribío una frase que resuena cada vez que la vuelvo a leer: “Existe el derecho al grito”. Gritar para exigir justicia se convertirá en un derecho necesario. Cada quién será libre de escoger entre usarlo o no.
[1] Francisco Goya, Saturno devorando a sus hijo, 1819-1823. [Pintura]