Para Brenda López Alcántara.
Se cumple un año de la desaparición forzada de los 43 normalistas de Ayotzinapa. La incertidumbre y la pena de no saber qué pasó con ellos aún prevalecen de manera honda como cruel recordatorio de la fragilidad y la manera desechable con la que se maneja la vida y la justicia en México. Ayotzinapa y los miles de muertos y desaparecidos en nuestro país evidencian un sistema político corrompido e ineficiente que apuesta por la impunidad y la poca disposición por hacer justicia ante el delito y la violencia.
Sí, en México nos faltan 43, pero también miles y miles de personas más. Los números de muertos y desaparecidos en México son una elevada y escalofriante cifra que nos muestra de manera cuantitativa y cualitativa un panorama social y político preocupante y desgarrador. Pienso en lo que esto implica como fenómeno social, pero tampoco puedo dejar de pensar en esas víctimas en su entorno personal, en sus historias interrumpidas.
No son sólo crueles números de una guerra violenta: son personas que tenían un nombre y una historia tan cotidiana o parecida a la tuya o a la mía, con amigos y familiares que los amaban y esperaban. Seguramente guardaban algún anhelo por el cual caminar. También contaban con sus miedos o preocupaciones que los hacían a ratos vacilar; así como tú o yo.
Creo que en este sentido es necesario nombrarlos, darle rostro y visibilizarlos en su sentido más humano, más cotidiano; no olvidarlos. Para que su memoria nos ayude a construir dinámicas y razones para la búsqueda de justicia presente y futura.
Por eso hoy escribo de ti y para ti, Brenda; porque no quiero que seas sólo la nota roja de los periódicos locales, que sólo muestran la crueldad del secuestro y el asesinato de una joven estudiante. Porque eres más que eso y porque tu muerte es más que eso –tampoco es casual ni aislada.
Un día tu mamá te vio partir para la universidad para nunca volver. Muchos meses, angustiosos meses, pasarían para encontrarte desvanecida en una fosa solitaria junto a otra mujer. Sí, 19 o 20 años son muy pocos cuando las posibilidades resplandecen en el horizonte de una vida prometedora; te quitaron la oportunidad de ser abogada, de abrazar una vez más a tus padres, de reír con tus amigas. ¿Cuántas cosas se fueron en esa fosa? ¿Cuál será la historia de la otra mujer que yacía a tu lado? Cuánto no le habrá sido arrebatado a ella también. Yo te conocí poco, pero mi hermano compartió contigo en el mismo bachillerato de Santa Lucía y me platica sobre tu personalidad simpática y lo bonita que eras. Siempre notó en ti una facilidad por construir amistades; dice que eras “bien amiguera”. En el Facebook que dejaste tus amigos aún te escriben con cariño. Uno de ellos escribe sobre cómo tu humildad y belleza se conjugaban de tan armoniosa manera; sin duda, pese a tu ausencia aún hay muchas cosas que le sigues enseñando a tus amigos y familia.
Alguna vez oí hablar al padre Miguel Concha sobre la importancia de dimensionar políticamente el perdón. Platicaba que ante la vivencia de estos crímenes, nuestra indignación y dolor pueden volverse fácilmente odio. Pero mencionaba su admiración por las personas que ante el dolor, podían transformar el odio en amor. El amor que construye justicia, para buscar que estos crímenes no se repitan ni pasen por nadie más.
El 26 de septiembre, miles de personas salieron a las calles solidarizándose con los padres de los 43 jóvenes desaparecidos, unidos en un clamor por la verdad y la justicia –y estoy segura que también unidos por el amor. Antier nombramos a esos 43 muchachos, pero también se llamó a nombrar a las miles de desaparecidos y asesinados en México; también a ti te nombré, Brenda, porque tú también nos haces falta y tu recuerdo me hará siempre reafirmar por qué no debemos acostumbrarnos a ver a la gente desaparecer o morir en este país.
Estudiante del CELA generación 2012.Temas de interés: Teología latinoamericana, sociología de la religión, política y religión en América Latina, historia de Centroamérica siglo XX, Derechos Humanos, violencia de género