Para Cristina, su reencarnación
El 25 de septiembre del año 72, con 50 pastillas de secobarbital, el doble de la dosis prescrita para tratar su angustia y ansiedad, Alejandra Pizarnik reclamaba su derecho a quitarse la vida.
Aún hoy continúa la polémica en torno a su muerte, si fue suicidio o accidente, porque a pesar de haber sufrido constantes depresiones y de las alternancias en hospitales psiquiátricos, el día anterior la poeta argentina se encontraba perfectamente normal; recibió a varios amigos e insistió a otros más para que la visitaran. Es una discusión inútil porque todos estamos dispuestos a tragarnos la idea hermosa de que la autora de El infierno musical decidió desagraviarse definitivamente de las pleamares existenciales. Lo creemos, tal vez, porque su poesía siempre tuvo un dejo de melancolía irreal, de llamado irremediable al silencio perpetuo, como si la surreal escritora tuviera «la muerte siempre al lado», como en aquel poema memorable de Los trabajos y las noches.
Su poesía es la de quien mira al mundo con ojos primitivos, es decir, con miedo constante e incertidumbre perpetua. Ese poema (Ojos primitivos) es el que más me convence de que Pizarnik no murió por accidente, sino por decisión. Con esa frase arrolladora que da inicio al verso («En donde el miedo no cuenta cuentos y poemas, no forma figuras de terror o de gloria») sintetiza con maestría una verdad profunda, misteriosa: que el acicate que impulsa a mujeres y hombres a considerar el suicidio es el mismo que hace germinar en las conciencias individuales, en los rincones más oscuros del espíritu, la vocación o el deseo de escribir literatura. Ambos, la escritura y la inmolación, son formas de rechazo contundente contra la realidad como se vive. ¿Por qué inventaríamos mundos paralelos y realidades lingüísticas si la que tenemos delante nos gustara? ¿Por qué una persona abandonaría este mundo por decisión propia, ejerciendo un derecho natural, si su vida fuera en efecto llevadera?
La literatura, por supuesto, tiene una dimensión política, histórica, académica, filosófica, y demás trasfondos conceptuales que fascinan a críticos, profesores y lectores, aquellos en quienes recae la importantísima tarea del análisis interpretativo, sin el cual la literatura sería solamente una sarta de irrealidades perniciosas y nocivas para el conocimiento verdadero, como pensaba Platón. Pero las razones subjetivas por las cuales alguien dedica su tiempo y su energía al ejercicio literario son, digamos, nebulosas para la aprehensión racional. Se escriben novelas, cuentos y poemas porque la insatisfacción con la realidad es gigantesca, excesiva.
Esta rebeldía puede ser muy generosa, desde luego, motivada por la injusticia y la explotación que rodean al sujeto literario. Pero también puede ser egoísta —sin que esto sea peyorativo, como ridículamente se acostumbra—; tal es el caso de Alejandra, a quien la vida siempre trató mal desde niña, colocándola a la sombra de una familia agredida por el antisemitismo, de los prejuicios y códigos morales de la Argentina de los años 50 con los que nunca se identificó, de una hermana «agraciada», más bella, más esbelta, más «normal». Es perfectamente coherente pensar que cuando ese paliativo fugaz que representa la literatura para algunos de nosotros es superado y se manifiesta inepto, los ojos primitivos, los ojos del miedo, dejan de mirar las letras, se abandonan al impulso libertario y enfocan la mirada en la muerte.
Ella misma lo expresa:
Escribo contra el miedo. Contra el viento con garras que se aloja en mi respiración.
Y cuando por la mañana temes encontrarte muerta (y que no haya más imágenes): el silencio de la comprensión, el silencio del mero estar, en esto se van los años, en esto se fue la bella alegría animal.
Tal vez sea que Alejandra, cuando realmente se encontró muerta —ya sin imágenes para evocar—, halló por fin la comprensión de su destino y de su mero estar, el estar-de-verdad, el estar-en-paz por fin con el mundo que tanto se había burlado de su subsistencia. Pizarnik, en su inteligencia y fuerza extraordinarias, encontró alicientes para liberarse doblemente. ¿Cuántos otros escritores han elegido esa misma opción a lo largo de la historia? ¿Cuántos más lo haremos alguna vez?
Estudiante de la generación 2014.
Temas de interés: la literatura como proceso cultural (análisis desde la antropología), la relación de la literatura con la sociedad de consumo.
Se desempeña como asistente de la profesora América Malbrán Porto en las materias "Historia de América Precolombina" y "Etnias contemporáneas"
Twitter: @LordBoreal