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SOLIDARIDAD Y SOBERBIA: DOS CARAS DE LA ACADEMIA


Para Alaíde Foppa Falla y las compañeras organizadoras del Homenaje por los cien años de su Natalicio.

El 19 de diciembre es una fecha impregnada de rabia y nostalgia. En ésta, se hace necesario rememorar un acontecimiento por demás desgraciado, que toca las fibras más sensibles no sólo del selecto mundo de la intelectualidad latinoamericana, sino de la condición humana en su más extenso sentido: la desaparición de la multifacética y prolija Alaíde Foppa Falla.

Pensar la desaparición de la maestra Foppa como un golpe al panteón de figuras insignes en América Latina, sería frívolo y predecible: la memoria oficialista está llena de dolor ilustre, eclipsando la furia y el llanto por miles de rostros sin nombre, presas de la misma vorágine de violencia. Pero estas manifestaciones de las vicisitudes de la lucha, también nos invitan a replantearnos sobre la actitud de los que permanecemos, y de cómo nos apropiamos de la memoria de cada uno de esos seres cruelmente silenciados.

Asumo inmediatamente la dificultad de hacerle justicia a la labor de Alaíde Foppa en esta modesta columna, pues es imprescindible mencionar su importante labor como poeta, crítica de arte, feminista, académica y traductora. Estas dos últimas facetas son las que 34 años después de su desaparición –seguramente muy para el pesar de la propia Alaíde- entraron en disputa. Pero de eso hablaremos más adelante.

Como menciono en el nombre que doy a esta columna, pienso que podemos posicionarnos desde dos frentes, no sólo en la academia, sino en la vida misma: la solidaridad y la soberbia. Aunque nunca está por demás mencionar que, como seres imperfectos y mutables que somos, tendemos a oscilar entre estos dos polos a lo largo de nuestra vida. No obstante, nuestras acciones han de tender siempre hacia alguno de estos puntos, y es por esta tendencia por la que seremos recordados.

Soy muy joven para poder testimoniar empíricamente en cuál de los dos frentes se posicionó Alaíde Foppa a lo largo de su trayectoria. Sin embargo, como estudiante, lectora y humanista podría asegurar a cabalidad que el peso de su solidaridad habla por sí misma. Saco a colación, por ejemplo, el desprenderse del seno de su educación europea, para asentarse como voluntaria asistencial en Guatemala durante inicios de la década de los cuarenta, época de transiciones políticas. Constantemente exiliada –y hasta donde sé, nadie es expatriado por los desplantes de una inmensa soberbia- en México nos compartió su amplio conocimiento en lenguas, al traducir al español clásicos de la literatura italiana; fundó, además, la cátedra de sociología de la Mujer en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, prestó su voz al programa “Foro de la Mujer”, transmitido por Radio Universidad, además de legarnos una de las primeras publicaciones formales de corte feminista: la revista fem; sin contar los innumerables versos de su poesía.

Tales aportaciones a la academia darían las condiciones propicias para la petulancia, que tanto presenciamos cotidianamente. ¿Pero quién, en el holgado mundo de la élite intelectual, sembraría en su descendencia la inquietud por participar activamente en los procesos políticos de una patria lejana? Alaíde Foppa, también en la siempre añorada Guatemala, vio perderse entre el tumulto de la lucha armada a dos de sus hijos, dedos de su mano[1]. Y ante tal tragedia, no optó por guarecerse en el ostracismo del dolor, ni siquiera porque su compañero de vida sucumbiera por ese mismo dolor ante el abismo infinito de la muerte.

Aun se dilucidan sus verdaderos motivos, pero lo cierto es que al poco tiempo ella viajó a Guatemala. Su solidaridad –se dice- la impulsó a abrazar la causa de su prole y prestar sus servicios “diplomáticos” al movimiento guerrillero. Lo que sí sabemos, es que un 19 de diciembre, ella nunca volvió.

Ante tal incertidumbre, su aparición se exigió incasable por más de dos décadas. Al corroborar el fin de sus días, se dio paso a rescatar su memoria de diversas formas. A 34 años de su desaparición, un grupo de estudiantes del CELA tuvo a bien rendirle un modesto homenaje. Lo que no sabían, era que tras la intención de rememorar la solidaridad de Alaíde, la soberbia se abrió paso ante la incredulidad de los escuchas.

El célebre y triste episodio ocurrió en noviembre de 2014, en el ya mencionado evento. Al comienzo, en el discurso inaugural se alzó una mano, y después una voz, refinada y determinante. Nunca supimos el nombre de aquella académica, pero recordamos a la perfección su malestar: ¿por qué nunca se informó a las autoridades de la carrera de letras italianas sobre el homenaje a su fundadora? No cabía duda que emprender la iniciativa del tributo a Alaíde Foppa sin su consulta o consentimiento era un agravio imperdonable.

Lo que yo quisiera preguntar a esa académica, de refinados modos e indignadas palabras es: ¿por qué ningún miembro de dicho gremio tuvo la iniciativa de recordar con un evento a su fundadora?, ¿por qué ese afán de colgarse los méritos, e indignarse cuando alguien se nos anticipa, sin conocer sus razones?, ¿por qué no unirse a evocar la memoria de NUESTROS desaparecidos? Y ante todo: ¿quién puede sentirse con el derecho exclusivo a recordar y a enunciar lo recordado?

[1] Véase, “Alaíde Foppa” en Analecta Literaria, disponible en: <http://actaliteraria.blogspot.mx/2013/04/alaide-foppa.html>, fecha de consulta: 18 de diciembre de 2015.


 
 
 

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