Lejos de las consecuencias catastrófica que la tecnocracia neoliberal le arroga al Brexit, lo que las últimas semanas han dejado ver es que el conocimiento, el Saber, la manera de pensar y (re)producir la realidad se mantiene en un profundo avasallamiento colonial. Y es que lo que el Brexit en realidad mostró al mundo es que, para el discurso hegemónico, la historia sigue siendo un proceso que nace, se desenvuelve y se agota indefinidamente en Europa.
En efecto, el mundo volteó a ver a Gran Bretaña y a La Unión Europea con el asombro de quien observa, a la manera en que Francis Fukuyama lo hizo con la desintegración del bloque soviético, el fin de la historia, la consumación del destino lineal-ascendente-unidireccional de la humanidad. Pero lo hizo, igual que Fukuyama, no por causa de alguna arbitrariedad subjetiva, o por que sea un ignorante de “lo social”. Por lo contrario, lo hizo con esa mirada de asombro que sólo el conocimiento construido desde la especificidad epistemológica occidental es capaz de totalizar.
La retórica neoliberal se impuso sin clemencia con sus “análisis” financieros, macroeconómicos, comerciales, etc. El mundo, histórica y socialmente hecho mundo a través de la colonización europea y del autorreconocimiento de la modernidad occidental en la barbarie planetaria, de facto, volvió a quedar reducido a la masa geográfica europea. Y es que lo que el discurso enuncia no es esa supuesta “catástrofe” económico-financiera, sino esa suerte de axioma eurocéntrico que hace de Europa el motor de la historia y del progreso de la humanidad.
El mundo, colonizado en sus Saberes por el eurocentrismo (por su “objetividad analítica”, por “su
rigor positivista”, por su “neutralidad axiológica”), sigue creyendo que el desmembramiento de la Unión Europea es un acto de lesa humanidad en contra de los pueblos que nos dieron la ilustración, un atentado en contra de la democracia, de libertad, la felicidad, y la igualdad; en suma, una muestra de barbarie en contra de la civilización y de la humanidad misma.
Y al hacerlo, desprecia las luchas del pueblo venezolano —ahogado por la maquinaria de una estructura capitalista de carácter global, y acusado como el autor intelectual y material de la miseria en la que se encuentra—, en el seno de la OEA; niega la victoria de los cubanos en la conclusión de los Acuerdos de Paz entre el Gobierno colombiano y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia; y encubre la marcha de la hegemonía estadounidense en Argentina, Brasil y Perú.
Los eventos en Europa son importantes, sin duda. Pues en tanto el capitalismo se mantenga como estructura, como aparato de producción/apropiación de subjetividades, de materialidades, de Seres, de Poderes y Saberes, el mal funcionamiento del centro será transmitido a la periferia. Pero no porque el centro sea el motor de la humanidad; sino porque en su eterna actividad civilizatoria, en su inagotable acto colonizador, el opresor hace pagar al oprimido por la síntesis dialéctica del sistema que él mismo (re)produce invariablemente día con día. El discurso es avasallador: consuma su circulación y su circularidad enseñando al colonizado a discurrir desde la posición histórico-social del colonizador.
Por ello, lo dramático del Brexit, para la periferia, no fue el discurso racial, la xenofobia, la explotación del Otro, las guerras de colonización, el despliegue del poder imperial británico en Asia y en África, el extractivismo ejecutado por sus empresas o el saqueo de recursos naturales a costa de los usos y costumbres nativos en América Latina y el Caribe. Para la periferia, el drama del desmembramiento europeo fue la trasferencia de capitales, el acceso a mercados, las exportaciones y las importaciones, la inversión directa e indirecta.
¡Absurda fatalidad autoinflingida! En un solo movimiento, el excluido, el Otro, el alterno, el encubierto de la historia, la cara oculta de la modernidad discurrió con mayor fuerza que el Superhombre, el fin de la historia. Pero en el acto lo que enunciaba no era la muerte del Superhombre, sino su propia muerte. Porque aunque en ese movimiento de enunciación lo que señaló fue su temor de que el tiempo se agotase, de que la era de la civilización se consumase, lo que en realidad discurrió fue la inexistencia de su resistencia. Resistencia ante la universalidad, ante el acto de totalización de un proyecto de civilización moderna/capitalista impuesto.
El nuevo fin de la historia no es la fragmentación de Europa. Ni siquiera su desaparición. El verdadero fin de la historia es esa renuncia explicita de la Otredad a denunciar a su creador.
Licenciatura en Relaciones Internacionales,
Universidad Nacional Autónoma de México,
8º Semestre en Curso.
Líneas de Investigación:
-Estudios sobre la modernidad/ colonialidad/ decolonialida
-Marxismo y Pensamiento Crítico Latinoamerican
-Estudios sobre Interculturalidad-Intersubjetividad en América Latina y el Caribe
-Violencia de Estado, Terrorismo y Narcotráfico en América Latina
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