La adhesión de la Universidad al programa HeForShe impulsado por ONU Mujeres (icónicamente representado por Emma Watson, como «global Goodwill Ambassador of UN Women») y la publicación el 29 de agosto en la Gaceta del Acuerdo por el que se Establecen Políticas Institucionales para la Prevención, Atención, Sanción y Erradicación de Casos de Violencia de Género en la UNAM, ha generado reacciones contradictorias. Mientras que los defensores de la campaña la reciben con beneplácito aleluyesco (entre ellos el Consejo Técnico de Filosofía y Letras y la Comisión de Género a los cuales pertenezco) y los universitarios de a pie se toman fotos con el canónico letrero color magenta, otras voces, como es el caso de las compañeras feministas, han señalado la amenaza demagógica que en ella subyace. Ahora somos parte de una campaña internacional que pone el dedo en el párrafo de la igualdad, tanto la violencia de género como la desigualdad laboral, pero las secuelas que han dejado años de negligencia y oídos sordos ante las denuncias de acoso, hostigamiento y los múltiples casos de violaciones atendidos por administrativos abúlicos y sexistas («¿Estabas tú sola? ¿Qué traías puesto?») no permiten vislumbrar horizontes diferentes al de la desconfianza o la indiferencia.
Nada hay de raro en que así suceda. Según datos facilitados por el propio Programa Universitario de Estudios de Género, 49.3% de universitarias dijo haber sufrido diferentes tipos de hostigamientos en instancias académicas y alrededor de 71 estudiantes denunciaron haber sido obligadas o cohesionadas (palabras que engloban un amplio abanico) a realizar actividades sexuales. Por supuesto, existen incontables casos que no son denunciados por razones de diversa índole –miedo a las represalias o falta de orientación– y no es posible incluirlos en los datos estadísticos; lamentablemente y según la experiencia nacional, estos últimos serían la mayoría.
Hay que señalar que el nuevo Acuerdo expedido por el Dr. Graue parece más bien un intento por ordenar los diferentes e insuficientes esfuerzos que hasta ahora han surgido en el seno de la institución a partir de la violencia de género, darles coherencia y articularlos en un discurso que, como ha sucedido con tantas otras cosas, está propenso a quedarse en el papel. Es verdad que este primer documento es el preámbulo del ya legendario y polémico Protocolo de Atención de Casos que próximamente emitirá la Oficina de la Abogada General, pero también es una convocatoria desesperada para buscar alternativas desde cada entidad académica, una suerte de llamado a una «lluvia de ideas»: a cada facultad e instancia de la Universidad le corresponde, según expresa el Acuerdo, idear programas de capacitación y sensibilización, orquestar campañas en materia de denuncia, difundir los procedimientos (todavía inciertos) para la atención y sanción, desarrollar diagnósticos periódicos sobre la violencia local, facilitar la creación de personal «orientador» para el acompañamientos de las víctimas, entre otras «medidas estratégicas» propensas a derrumbarse o ni siquiera concretarse por su falta de estructura precisa. ¿Por qué? Porque no existe una dependencia que centralice esas acciones y las encamine con vocación pragmática, crítica y especializada. Lo más cercano es el Programa Universitario de Estudios de Género (PUEG), que en su condición de entidad académica y no administrativa, solo presta asesoría cuando se le solicita –cosa que hacen, es verdad, con la mejor disposición–, pero no es mencionado en ninguna parte del Acuerdo, prevaleciendo así el trabajo burocrático sobre la discusión analítica.
En el sexto punto del Acuerdo, el Dr. Graue señala la necesidad de «diseñar y ejecutar programas, proyectos y acciones de carácter estructural [las cursivas son mías] para erradicar la violencia de género, transformar el imaginario social y las prácticas que la naturalizan al interior de la Universidad». No sé a qué se refiera por carácter estructural; no sé si se refiere solo a promover el lenguaje incluyente, o a la miríada de problemas transversales a la violencia de género en la UNAM, esa Hidra cuya cabeza todos tienen miedo de cortar: la jerarquización de la universidad fundamentada en el Estatuto del Personal Académico que hace más fácil sancionar a unos académicos que a otros; las relaciones académicas basadas, como en el siglo XIX, en el principio de «vecindad», es decir, la posibilidad de otorgar el beneficio de la duda a profesores, trabajadores y algunos estudiantes por la cercanía que guardan con los órganos de poder; el poder incontestable del STUNAM; la incapacidad del cuerpo de Vigilancia para salvaguardar los principios básicos de seguridad…
Podemos seguir cortando cabezas con el resultado infructuoso que todos conocemos a través del mito, pero al menos es nuestro deber visualizarlo: esa es la esperpéntica cara de la violencia de género en la UNAM. ¿Quién fuera Heracles para enfrentar a aquella bestia? Mientras llega, tendremos que hacerlo nosotras, nosotros.
Estudiante de la generación 2014.
Temas de interés: la literatura como proceso cultural (análisis desde la antropología), la relación de la literatura con la sociedad de consumo.
Se desempeña como asistente de la profesora América Malbrán Porto en las materias "Historia de América Precolombina" y "Etnias contemporáneas"
Twitter: @LordBoreal