Colombia hoy cuenta con un marco jurídico de protección animal, que implica el reconocimiento de los demás animales como “seres sintientes” y no como “bienes inmuebles”, definición otorgada anteriormente en el Código Civil. Con la Ley 1774 de 2016, algunos casos de maltrato animal son sancionables, con condenas que pueden ir desde multas hasta 36 meses de prisión, según determine el juez. Por supuesto, como es de esperarse, aunque la ley parezca incluir a todo individuo perteneciente al reino animal, en realidad sólo protege a determinadas especies en determinados casos. Parece que el reconocimiento –con base científica– de la sentencia de los demás animales es algo que podemos manipular para justificar las acciones de dominación que ejercemos sobre ellos.
Recientemente, distintos medios hicieron público un pronunciamiento de la Corte Constitucional que aclara que, si bien los animales son seres sintientes y por lo tanto no deben sufrir maltrato, sí son seres comercializables. El pronunciamiento fue necesario ante el inconformismo de ciertos sectores con la ley –especialmente la derecha, representada por el procurador Alejandro Ordoñez–, que insistían en que los demás animales no pueden gozar de la misma dignidad que los seres humanos y que por lo tanto, no pueden ser objetos de derecho.
Ante esta situación surgen en mí varios interrogantes, referentes al movimiento animalista en el cual me reconozco. Pregunto: ¿cuál es el destino del animalismo en América Latina?, ¿Estamos transitando por los mejores caminos?, ¿estamos consiguiendo mejorar las condiciones de vida de los demás animales?, ¿cuál es el papel y alcance que tiene la ley –en un Estado humanista, antropocéntrico y dominado por la misma élite– en nuestras propuestas y disputas? Compartiré algunas de las conclusiones a las que he llegado.
El destino no puede ser la Ley.
Seguramente la mayoría de animalistas estarán de acuerdo conmigo en que el fin último no puede ser la modificación de las leyes, pues éstas no pueden garantizar que desaparezcan las relaciones de subordinación y dominación que entablamos con los demás animales. Muy seguramente, quienes más compartirán esa afirmación son los veganos abolicionistas. Aun así, me parece evidente que la labor animalista en Colombia y otros países latinoamericanos, se centra en la reforma legal, que además de desgastante, genera resultados míseros. Efectivamente, es un alivio poder denunciar casos de zoofilia, por ejemplo, y por lo tanto no negaré que frente a algunos casos el uso de la ley es favorable. Lo que pongo en discusión es el hecho de que el Movimiento animalista centre sus esfuerzos en la modificación de las leyes, y aunque no lo reconozca como el objetivo último, sí resulte siendo su principal preocupación. En ese sentido, pienso que el objetivo que hemos de plantearnos debe ser más ambicioso. No debe centrarse en generar pequeños cambios dentro del sistema, porque el problema es el sistema en sí mismo.
Además, quisiera enunciar una cuestión que me parece imprescindible en el debate, y es que creo necesario que el animalismo deje de mirar la superficie y empiece a ir a la base, a la estructura del problema. Debemos tener la capacidad de cuestionar el sistema que ha subyugado, no únicamente a los demás animales, sino también a los seres humanos considerados de naturaleza animal. Un sistema que jerarquiza, explota, subordina, domina y reprime. Al respecto, pienso que aún tenemos mucho que aprender de los demás movimientos sociales latinoamericanos, aquellos que se han alzado críticamente contra el sistema en su conjunto desde posturas antisistémicas y subalternas.
Recuerdo ahora que, recién inició el debate para promulgar la Ley en contra del maltrato animal, Luis Guillermo Vélez publicó en La Silla Vacía un texto titulado “¿nos obligarán por ley a convertirnos en veganos?”, texto al cual le hallo razón en un punto. El autor del texto indica que la realidad socio-cultural del país no está preparada para una política pública que reconozca a los demás animales como seres sintientes. Y se hace evidente con los levantamientos del procurador y las aclaraciones que ha hecho la Corte Constitucional. La ley es un apoyo, sí, pero el trabajo fuerte está con el pueblo: aquellos encargados de cuestionar lo establecido y construir nuevos mundos posibles.
Concluyo con las palabras acertadas y oportunas de Paul B. Preciado: “El cambio necesario es tan profundo que parece imposible. Tan profundo que es inimaginable. Pero lo imposible es lo que viene. Y lo inimaginable es lo debido. ¿Qué fue más imposible o más inimaginable: el esclavismo o su abolición? El tiempo del animalismo es el tiempo de lo imposible y de lo inimaginable. Nuestro tiempo: el único que tenemos”[1].
[1] Véase: “El Feminismo no es un humanismo”. Disponible en: https://elestadomental.com/revistas/num5/el-feminismo-no-es-un-humanismo
Universidad Pedagógica Nacional, Licenciatura en Ciencias Sociales, décimo semestre.
Línea de investigación: Formación Política y Memoria Histórica, en torno a problemas relacionados con los estudios de género y los estudios críticos animales.
Activista en Veganos Unidos.
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