La población de Guadalupe-La Patrona (Veracruz), según sé, no supera los 3500 habitantes, con una distribución por sexo aproximada del 50/50. Es una comunidad pequeña y creciente cuya mayor trascendencia hasta 1995 fue la de servir de estación ferroviaria a medio paso entre Córdoba y Medias Aguas. Por esas viejas vías que cruzan el pueblo se desplaza el «Tren de la muerte», la llamada «Bestia», ese enmohecido y ruidoso tren de mercancías que, como las criaturas mitológicas de la antigüedad, no es nunca el mismo (es más bien una ruta que comprende varias máquinas) pero sus atributos mortíferos y las abrumadoras historias que de él se cuentan le confieren uniformidad legendaria. En sus lomos traicioneros se montan, cada día, los miles de migrantes centroamericanos que intentan cruzar México para llegar a la frontera con Estados Unidos, exponiéndose a los peligros mortales del acero oxidado y la velocidad de las ruedas que, en un descuido, pueden cortar hueso y carne con facilidad macabra.
Pero desde aquel año y con una velocidad que se acelera, el pueblo se ha vuelto celebérrimo a nivel internacional, porque fue en 1995 cuando «Las Patronas» iniciaron su actividad. Se trata de un grupo de mujeres que a título voluntario, sin recibir remuneración de ningún tipo y motivadas por la generosidad, ofrecen alimento a los migrantes que viajan en las espaldas del tren. Se colocan a un lado de las vías, con los paquetes de víveres previamente arreglados y, al vertiginoso paso de la máquina que en otros tiempos significó el progreso y ahora es un penoso símbolo de la segregación y del exilio, extienden sus manos con las bolsas de comida para que los migrantes puedan tomarlas, o las lanzan con optimista fuerza hacia arriba, al espinazo metálico repleto de centroamericanos.
De eso, felizmente, se ha escrito mucho, ha sido tratado por casi todos los medios periodísticos serios, pero hasta ahora ningún trabajo nos había adentrado tanto en la vida de estas mujeres, ni nos había impregnado de la sensibilidad que las motiva, como el documental Llévate mis amores de Arturo González Villaseñor. Con una visión de talento inusitado, el joven director nos acerca a Las Patronas en sus más íntimas dimensiones: sus sueños, sus anhelos, sus alegrías, sus miedos, su cariño y su grandeza, pero sobre todo, su tristeza. Es esto último el motor que les permite continuar su noble tarea: el desasosiego que les produce presenciar las condiciones de injusticia y abandono que sufren los migrantes. Porque la tristeza, cuando es valiente y se libera de las ataduras egoístas y narcisistas que rigen al mundo, es la fuente de todos los actos de solidaridad. Este film nos permite reflexionar en torno a eso: ¿qué nos hace realmente solidarios? ¿Qué nos vacuna contra el ostracismo y la indiferencia?
Llévate mis amores se presentará del lunes 03 al sábado 08 de octubre en la muestra «Talento Emergente» de la Cineteca Nacional y después se estrenará en las salas comerciales. Yo tuve la oportunidad de disfrutar del preestreno hace un mes, en el cine de la Diana-Cazadora, entre una curiosa fauna que hacía de público: había desde gente de a pie hasta defensores de los derechos humanos, activistas de refugios, periodistas, cinéfilos, cinematógrafos y religiosas (me tocó sentarme entre dos monjas de hábito blanco y mi queridísima amiga migrantóloga Elizabeth Arlette Ramírez: dos extremos risibles de moral), todos congregados por esta película.
Al final de la proyección una chica del equipo productor nos presentó a Daniela, una joven integrante de Las Patronas que además había salido en el documental. En pantalla era una mujer sensible y risueña que a la pregunta «¿qué sentimientos te provocan los migrantes?», responde emocionada: «Gusto y tristeza. Tristeza porque se van y gusto porque se llevan un lunch», y que ahí, frente a nosotros, está paralizada por los nervios. Alguien le pregunta si Las Patronas han enfrentado problemas graves con la justicia o los grupos criminales y ella balbucea un tímido «no». La chica de la producción alza el micrófono para intentar explicarnos la circunstancia de estas mujeres y entonces sucede el milagro: la tristeza se vuelve valiente. Daniela respira hondo, supera el miedo y le quita el micrófono a la otra chica para tomar la palabra. Nadie va a hablar por ella porque nadie, ni los realizadores del documental, saben con certeza lo que es ser una Patrona.
Afuera de la sala, entre la algarabía que causan ese tipo de eventos, vislumbro su figura conversando con algunas personas, rodeada por una entusiasta multitud, gente que espera encontrar un hueco entre tanto movimiento para dirigirse a ella. Nosotros decidimos no esperar, quizás porque nuestra insignificancia de universitarios de biblioteca nos niega el estatus ético para hablarle, o quizás porque no hay palabras bastantes en nuestro vocabulario para agradecerle lo que Las Patronas hacen por la causa de la solidaridad.
Colegio de Estudios Latinoamericanos, generación 2014
Temas de interés: la literatura como proceso cultural (análisis desde la antropología), la relación de la literatura con la sociedad de consumo.
Se desempeña como asistente de la profesora América Malbrán Porto en las materias "Historia de América Precolombina" y "Etnias contemporáneas"
Twitter: @LordBoreal