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Esteban Gutiérrez Quezada

RENÉ AVILÉS FABILA, EL AMOR Y LA IZQUIERDA REVOLUCIONARIA


La política es una pasión

Antonio Gramsci

Sabía que mi maestra de piano, Adoración Fabila Pecina (ya tranquila en el otro mundo) formaba parte de una amplia genealogía de importantes músicos mexicanos que habían contribuido notablemente al desarrollo de este arte en nuestro país; Umberto Zanolli era el más famoso de ellos, conocido por despertar del sueño triste de los olvidados al gran compositor barroco Giacomo Facco y a sus hermosos contrapuntos. Lo que no sabía era que a esa notable estirpe pertenecía también el escritor René Avilés Fabila, fallecido el pasado 9 de octubre.

Lo conocí justamente por los días en que mi maestra enfermó, durante una conferencia que ofreció en el Auditorio Sonia Amelio de la Prepa 6. Hasta entonces, nunca había conocido en persona a ningún escritor –esas criaturas lejanas y quiméricas que se me antojaban más leyendas que seres humanos– y su presencia imponía, no sólo por su envidiable cabellera blanca y su voz fluida, sin trabas, sino por sus ideas claras, su desenvolvimiento al dirigirse al auditorio y su férrea crítica del ambiente político de aquel entonces. Por el modo de andar y el peinado me recordó a Vargas Llosa, y cuánta fue mi sorpresa cuando comentó con cierta amargura que en días pasados se había entrevistado con el escritor peruano, recientemente galardonado con el Nobel, pero que su charla fue interrumpida "por esos payasos de la CNN" que le dejaron apenas veinte minutos para la entrevista. Por lo demás, era totalmente opuesto al más conservador de nuestros escritores vivos: su vida estaba marcada por la militancia de izquierda, por su crítica al oficialismo y a los "partidos pseudo-opositores" (esos que en días pasados habían firmado el Pacto Por México) y por su experiencia en el movimiento de 1968.

Apenas terminada la conferencia, corrí a la biblioteca y en dos días devoré el único libro suyo que en ella había, El gran solitario de Palacio. Como me había sucedido con el tema de los escritores, el movimiento de 1968 había sido, hasta ese momento, una lejana página de la historia. Fue gracias a esa novela que comprendí la trascendencia del 2 de octubre y pude experimentar con horror los estragos del genocidio, de las desapariciones, de la ocupación de Ciudad Universitaria por parte del ejército, con tan vívida sensibilidad como sólo lo permiten las ficciones más logradas.

Pero quizás el libro que más me ha fascinado de él sea Réquiem por un suicida, ese hermoso texto medio novela, medio ensayo, cuyo narrador es esa criatura resultante de la estrepitosa caída del movimiento estudiantil, un sujeto que no encuentra más remedio que la acción armada y aún en ella se estrella contra una realidad terca, contra los despliegues militares y la omnipotencia del capital. Desanimado de cualquier posibilidad de acción, decide narrar no su suicidio, sino las razones que eventualmente lo empujarán a él: el fracaso en sus amores y en su acción política.

En ella y en buena parte de su obra, René Avilés Fabila nos demostró que el amor y el


erotismo no solo cabían en la revolución, sino que atenderlos era condición necesaria de cualquier cambio sustancial. En aquella novela, el amor aparece como el remanso contra el sinsentido, contra el sentimiento de fracaso de quienes entregaron su vida (real y metafóricamente) a una idea de revolución que prohibía el amor o lo menospreciaba, sin darse cuenta de que en México –The far far away melodrama's kingdom– el combate contra el melodrama barato que, en términos de Gramsci, sostenía la hegemonía autoritaria, no era solo necesario sino esencial. Lo afirma el propio narrador de Réquiem por un suicida: «Siempre he dicho (y ningún amante, alguien que haya estado profundamente enamorado, lo negaría) que la lucha de clases no es el motor de la historia; la más poderosa fuerza motriz de la humanidad es y ha sido el amor ». Eso somos en México y en buena parte de América Latina, donde heredamos una idea de amor profundamente influenciada por el catolicismo. Desde hace algún tiempo muchos movimientos contra-hegemónicos, sobre todo el feminista, han puesto atención a esta circunstancia y están deconstruyendo las relaciones de poder en el ámbito personal. «Lo personal es político», se dice, y creo que esa es la buena senda por la que hay que transitar.

Sospecho, a riesgo de adivinar, que estas enseñanzas nos quedan más a sus lectores que a sus allegados. En aquella conferencia en que lo vi por primera vez, al referirse a Réquiem por un suicida, nos contó que recién publicada la novela, algún joven con tendencias a la inmolación le había escrito agradeciéndole por la comprensión que a través de su libro le brindaba; exaltado, exclamó después: "¡pero si sólo es una novela!". Ahora, si releo ese libro, me decepciona teorizar qué tanto hay del René de carne y hueso en su narrador suicida, en su guerrillero imaginario, en su amante inagotable. Y llegó a la conclusión de que prefiero al escritor ficticio, que no por eso es menos tangible, entrañable y sabio que el Avilés Fabila de verdad.

Colegio de Estudios Latinoamericanos, generación 2014

Temas de interés: la literatura como proceso cultural (análisis desde la antropología), la relación de la literatura con la sociedad de consumo.

Se desempeña como asistente de la profesora América Malbrán Porto en las materias "Historia de América Precolombina" y "Etnias contemporáneas"

Twitter: @LordBoreal


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