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Esteban Gutiérrez Quezada

La muerte de Fidel: al César, lo que es del César


[…] era mi melodía, la melodía de Luis que seguía hablando ajeno a mi fantaseo, y después vi inscribirse una estrella en el centro del dibujo, y era una estrella pequeña y muy azul, y aunque no sé nada de astronomía y no hubiera podido decir si era una estrella o un planeta, en cambio me sentí seguro de que no era Marte ni Mercurio

Cortázar, Reunión

Sucedió algo que hacía mucho tiempo no sucedía: desperté de madrugada. El mensaje que había hecho vibrar mi teléfono a tan altas horas anunciaba la muerte del líder histórico de la Revolución Cubana. Por la mañana salía de viaje y me obligué a dormir de nuevo, pero antes corrí a la estantería detrás del escritorio para tomar mi ejemplar de Todos los fuegos el fuego y lo puse en la maleta pensando «Reunión, voy a releer Reunión».

El cuento que Cortázar escribió sobre el desembarco guerrillero en Cuba está basado en los Pasajes de la guerra revolucionaria de Ernesto Guevara. En él, un desdoblamiento literario del Che narra los primeros instantes de la gesta armada, el encontronazo con el ejército en su travesía desde el mar hasta la sierra y el momento exacto de su reencuentro, tras tomar diferentes senderos, con Luis, el comandante. Pese a todos los discursos que he leído, los videos que he visto, las declaraciones públicas que he escuchado en distintos medios, la imagen que conservo más nítida es la de aquel hombre que describe Cortázar, «apoyado en un tronco, naturalmente con su gorra de interminable visera y el cigarro en la boca».

Así aparece Fidel Castro en mi memoria, pero esa imagen ficticia, casi congelada y sin movimiento, está lejos de ser compartida por muchos. De sátrapa tirano a líder metafísico de América Latina, de autócrata sanguinario, violador de derechos humanos, a emancipador incontestable y utopía encarnada; a Fidel se le recuerda de formas contradictorias que no hacen sino mitificarlo en las mejores o peores direcciones, convirtiéndolo en una caricatura indigna de quien ejerció una influencia desmedida en la historia latinoamericana.

El mejor ejemplo es la eterna polémica entre los politiqueros de todo el mundo: ¿era Fidel Castro un dictador? ¿Era la Cuba socialista una dictadura? Se trata de una interrogante inútil, traicionera y hasta peligrosa, pues los calificativos no necesariamente dan cuenta de las cosas ni ayudan a comprender los procesos de sus protagonistas. En el sentido más arcaico, Fidel Castro era un dictador con todas las de la ley como en la Roma antigua lo fueron Cincinato y Julio César, es decir, hombres investidos de autoridad suprema en tiempos de peligro. Y si los tiempos de peligro son una constante en América Latina, lo han sido más en la historia de Cuba, esa isla de agravios sin cuento que fue la entrada desde allende el mar a las posesiones españolas en nuestro continente y que fue también el último país en alcanzar su aparente independencia, prácticamente en los albores del siglo XX, cuando dejó de ser una colonia peninsular y fue ocupada por el ejército de los Estados Unidos. Este fermento de centurias, aunado a los gobiernos títeres que le siguieron (el más oprobioso fue el de Fulgencio Batista) alimentó la situación particular de Cuba, el único lugar donde los aparentes imposibles se volvieron realidad: el triunfo de un pequeño grupo guerrillero frente a un ejército poderoso y bien armado en pos de la revolución socialista.

El triunfo de la Revolución Cubana significó el surgimiento de una esperanza para América Latina, cuyo futuro parecía incierto, su influencia global fue notable, incluso en los tiempos en que fue perdiendo su reverberación sacra ante los ojos del mundo. Tampoco hay que tener miedo a decir que el régimen castrista devino autoritario, que en un primer momento acusó a la comunidad homosexual de ser “contrarrevolucionaria” y recluyó a varios de sus miembros en campos de trabajo, que obligó al poeta Heberto Padilla a realizar una autocrítica como las del estalinismo en sus peores días, que fusiló al destacado general Arnaldo Ochoa (otra historia de folletín romana) por supuestos e improbados vínculos con el narcotráfico colombiano. Nada hay de raro en que así sucediera, porque es cosa intrínseca en las relaciones de poder generar disidencias, aún en las sociedades más igualitarias; es gracias a esas imperfecciones, a veces colosales, que existen la crítica, la renovación y el cambio.

Pero atención, es ridículo pensar que la isla ha sido la misma en estos 60 años de gobierno revolucionario y que los matices no existieron; Cuba es el único país del mundo con un programa sanitario universal, el que forma más y mejores profesionales de la medicina, el que más invierte en la educación en relación con sus ingresos, el que ha eliminado la desnutrición infantil gracias a programas alternativos a los caducos Objetivos de Desarrollo del Milenio de la Organización de Naciones Unidas (ONU) y el que cuenta con la tasa de analfabetismo más baja: logros de gran envergadura que no hubieran sido posibles sin el consenso y el compromiso de mucha gente. Ningún sistema calificado como "dictatorial” ha logrado tanto en materia de desarrollo social y es por eso que la palabra es insuficiente y banal, además de que las dos grandes corrientes que la utilizan (la liberal y la contrahegemónica) le atribuyen significados diferentes en favor de objetivos disímiles, algunos más loables que otros; palabras como "Comandante", "Presidente" o "Generalísimo" definen posturas ideológicas, pero no explican el proceso histórico.

Pienso que es momento de cerrar esta polémica y otorgarle al César (dictador o no) lo que le corresponde ¿absolverá la historia a Fidel Castro? Tal vez deberíamos preguntarnos si a la historia le corresponde absolver y si las historias que pretenden condenarlo o venerarlo por sus cuatro costados no tienen ese fondo común simplista, provinciano y de corto vuelo que atribuye los cambios sociales en el tiempo a sujetos específicos. Por lo demás, Fidel Castro ocupará un lugar privilegiado en nuestra memoria por toda clase de motivos. En mi caso, hay una razón profunda por la que prefiero recordar al Luis que inventa Cortázar, y es que yo también he llegado a sentir ese apasionamiento casi erótico por la lucha en favor de la justicia social, como aquellos barbudos que hace años cimbraron las entrañas de la Sierra Maestra. Eso es lo que todavía nos sirve hoy, la voluntad de avanzar hacia un orden social más equitativo y digno que el actual, apabullante, insensato e hipócrita. El asunto de la educación y la salud en la isla –historias felices, por supuesto–, así como el recuerdo de los desvaríos castristas, serán juzgados por la propia Cuba, por su pueblo. A nosotros nos corresponde seguir otros caminos que, aunque inspirados en los de Fidel Castro, no tienen por qué ser los mismos ni por qué apegarse a sus principios. Porque si la utopía sigue siendo igual que hace 60 años, entonces significa que no hemos avanzado en ninguna dirección. Y eso es injusto para todos los demás héroes de la Revolución Cubana.

Colegio de Estudios Latinoamericanos, generación 2014

Temas de interés: la literatura como proceso cultural (análisis desde la antropología), la relación de la literatura con la sociedad de consumo.

Se desempeña como asistente de la profesora América Malbrán Porto en las materias "Historia de América Precolombina" y "Etnias contemporáneas"

Twitter: @LordBoreal

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