Tenía dieciocho años en aquel entonces, cursaba mi segundo semestre de la licenciatura y tenía menos de un año en la ciudad. Era año de elecciones, el ambiente estaba dominado por la coyuntura electoral. Mi generación y parte de la sociedad observábamos absortos e impotentes cómo la imposición de Enrique Peña Nieto avanzaba con tranquilidad impulsado por la maquinaria priista y mediática de Televisa. Veíamos venir con toda claridad cómo se gestaba la imposición de un candidato hueco, superficial, mediático, corrupto y asesino —no se olvidaba lo de Atenco en 2006. Todos lo vimos y se sentía una gran impotencia al ver que nada pasaba, que nada tenía eco por más que se pegaran carteles, se hicieran a asambleas, mesas de análisis y se convocaran protestas, se veía con frustración cómo su estrategia avanzaba sin que nada la frenara. Flotaba en el aire un ambiente pesimista cargado de impotencia, o al menos así lo recuerdo.
Entonces lo inesperado. Salió la nota sobre la protesta contra Peña Nieto en la Universidad Iberoamericana por parte de los estudiantes gritándole asesino, y fue motivo de burla cómo el entonces candidato terminó escondiéndose en los baños de dicha universidad ante la protesta. Lo que más sorprendió fue que hubiera una protesta en una universidad de paga como la Ibero (Frase de aquel entonces: “Mira que para que hasta los fresas protesten está cabrón el rechazo a Peña”). Aunque la noticia nos sorprendió gratamente tuvo una importancia menor, fue más impactante que Peña Nieto no pudiera nombrar tres libros que marcaron su vida o que no supiera de qué murió su exesposa.
Lo que hizo excepcional el evento y le dio proyección nacional fue la respuesta de los estudiantes ante las acusaciones de Pedro Joaquín Coldwell, Emilio Gamboa y Arturo Escobar al señalarlos como porros y ante la manipulación mediática que hizo Televisa de la protesta. Los estudiantes desmintieron tanto al PRI como a Televisa con un video casero en el que 131 estudiantes mostraban su credencial y demostraban que no eran porros. Eso fue todo, eso desató el #YoSoy132 (“Misteriosos son los caminos de la protesta social”)
El efecto del video fue brutal, en sólo seis horas se reprodujo 21,747 veces. A través de Twitter —que apenas tenía tres años en México— todos nos sumamos a la respuesta de los estudiantes de la Ibero asumiéndonos como el estudiante 132 que legítimamente protestaba contra la imposición de Peña Nieto. El PRI estaba acostumbrado a usar los medios de comunicación masivos tradicionales para desprestigiar a las protestas populares en su contra, partían de la idea de que no podía haber capacidad de respuesta comunicativa capaz de confrontar su versión. La estrategia mediática perfecta e imbatible basada en los medios tradicionales falló ante el sorpresivo uso de las nuevas redes sociales.
Al paso de los años no deja de ser interesante cómo un simple video y un hashtag pudieron desatar todas las movilizaciones que vinieron más adelante y pusieron en jaque al PRI. Lo cierto es que en un clima de descontento generalizado y ante la falta de canales de comunicación eficaces para expresar el rechazo a la imposición de Peña Nieto, el video estudiantil causó simpatías al ver que, por fin, alguien alzaba la voz y pudo hacerse escuchar a nivel nacional. Fue decisivo que el mensaje lo lanzaran los estudiantes de la Ibero, ya que contaban con una imagen social “aceptable”, lo cual legitimó la protesta. Si el mensaje se hubiera lanzado desde la UNAM no hubiera causado tanto revuelo porque está instalado en el imaginario colectivo que los estudiantes de la UNAM protestamos por todo, este señalamiento se escuchaba constantemente en ese tiempo. El hashtag por su parte funcionó como el significante vacío que se necesitaba, fue un símbolo sencillo y fresco que condensó todo el malestar social ante la imposición.
Después de la salida del video todo fue muy rápido: el 14 de mayo se publicó el video de los 131 estudiantes, el 23 de mayo salió el Manifiesto del #YoSoy132 y el 30 de mayo fue la Asamblea en las Islas de Ciudad Universitaria. De repente me encontraba aventando hashtags a diestra y siniestra y en otro momento estaba en la asamblea más grande que hubiera visto.
Hubo marchas en la ciudad, fueron mis primeras marchas masivas, ahí fue mi iniciación en el arte de gritar consignas, caminar distancias que por el puro kilometraje me parecían maratónicas y entonces aprendí a la mala lo que era “un ocho”. Hubo marchas (muchas marchas), hashtags, paros en facultades y universidades, un debate presidencial “alternativo”, un “contrainfome presidencial” y asambleas (muchas asambleas). Recuerdo la sensación de tener en las manos el rumbo de la historia, en verdad se creía que podíamos frenar la imposición de Peña Nieto. Fue la primera vez que sentí y viví la noción de “poder popular”, que hasta antes había sido sólo una abstracción.
Llegaron las vacaciones y volví a mi lugar, Playa del Carmen. Iba con la euforia de haber vivido mi primera experiencia de lucha en la ciudad y con sorpresa descubrí que había un #YoSoy132PlayaDelCarmen. Hubo una marcha, fue la primera marcha ciudadana en aquel pueblo/ciudad que entonces tenía dieciocho años de haberse convertido en municipio, justo mi edad. Ahí viví las elecciones, recuerdo estar afuera de la estación de ADO — que fungía como casilla electoral— “vigilando el voto”, aprovechando los muros de vidrio para contar los votos a la par del jefe de casilla. Recuerdo la acampada afuera del entonces IFE mientras se contaban los votos, fumé mucho esa noche en vela.
Como sabemos, Peña Nieto ganó las elecciones. Pese a la fuerza de las movilizaciones, la irreverencia de las respuestas y la creatividad de las protestas ganó el candidato de Televisa. Fue un gran golpe para “el movimiento”, básicamente las protestas se habían articulado en contra de la imposición de Peña Nieto y la manipulación mediática de Televisa, al ganar el primero ganó el segundo, y así nos ganaron ambos (o viceversa).
A pesar de la victoria electoral de Peña Nieto las movilizaciones continuaron: marchamos y marchamos, tuvimos asambleas por salón, por generación, por colegio, por facultades, por universidades, interuniversitarias metropolitanas e interuniversitarias nacionales. El desgaste nos comenzó a mermar. Las contradicciones que quizás fueron evidentes desde el principio, pero que se salvaban por la unidad en torno ante la imposición de Peña Nieto y la manipulación mediática, se volvieron irresolubles. Una dialéctica negativa entre la divergencia de objetivos y los mecanismos de decisión desgastantes fueron mermando a la movilización. Si bien el #YoSoy132 fue el significante vacío que condensó el malestar popular, más adelante se vio rebasado ante la multiplicidad y pluralidad de demandas incompatibles entre sí, los significados desbordaron al significante. El hecho de que nunca estuvimos unidos sino que coincidimos en una demanda y un hashtag, se hizo evidente.
Todo terminó con la toma de posesión de Peña Nieto el 1 de diciembre del 2012. Hubo varias marchas ese día, varias rutas, como clara muestra de la desintegración. Lo más fuerte sucedió en la marcha que iba con dirección a San Lázaro, hubo enfrentamientos: llovieron gases lacrimógenos, dispararon balas de goma, un compa quedó tuerto y otro compa murió en 2014, por el impacto de una bala de goma y por los gases lacrimógenos, después de estar en un coma inducido desde 2012.
Ese 1 de diciembre corrí con miedo al ver el nivel de la confrontación en San Lázaro, me incorporé a otra marcha que iba a Bellas Artes. No quería quedarme pero también sabía que tenía que estar ahí. Llegamos a la Alameda Central y el Bloque Negro ya había tenido su enfrentamiento con los granaderos, atacaron varios locales de Av. Juárez, había una hoguera casi en frente del Hemiciclo a Juárez con sillas y mesas de los locales aledaños. En la radio avisaban que “Los Anarkos” estaban por El Caballito, corrí para allá, no los encontré. Ya no iba con ningún contingente, estaba solo, impotente, enojado y con miedo. Por la radio escuché que los voceros de la Ibero se deslindaban de “los hechos violentos porque éste es un movimiento pacífico”… estaban reprimiendo a la gente y ellos preocupados porque su “movimiento” no se ensuciara. Me reventaba la cabeza del coraje y la impotencia, pero el miedo no se iba.
Después vino lo demás: estudiantes de la Ibero con su programa en Televisa, el distanciamiento y la estigmatización entre escuelas públicas y privadas —fue en el #YoSoy132 cuando oí por primera vez el término “chairo” para referirse a los estudiantes de la UNAM—, Attolini a Morena, y un rechazo generacional a los prácticas asamblearias que todavía no se cura.
Hoy en día se reniega del #YoSoy132, se recuerda esa experiencia con una mirada paternalista, se ridiculiza. Muchos niegan haber tenido relación con las movilizaciones, hubo quienes lo usaron de trampolín político, y otros como yo no terminamos de entender lo que pasó y nos pasó, todavía tenemos que saldar las deudas con el #YoSoy132, valdría la pena hacer el balance de forma colectiva.