Hombrecito, ¿qué quieres hacer con tu cabeza? ¿Atar al mundo, al loco, loco y furioso mundo? ¿Castrar al potro Dios? Pero Dios rompe el freno y continua engendrando Magníficas criaturas, Seres salvajes cuyos alaridos Rompen esta campana de cristal
Rosario Castellanos
Dos meditaciones
México ha sido cuna de muchos escritores, cuyas plumas son y han sido, sorprendentemente, variables. Encontramos que hay un porcentaje importante de manos femeninas sosteniéndolas, al recordar sólo algunos nombres: Sor Juana Inés de la Cruz, María Luisa Puga, Valeria Luiselli, Rosa Beltrán, Antonieta Rivas Mercado, Pita Amor, Elena Garro, Elena Poniatowska y, por supuesto, Rosario Castellanos.
Hace unos días, concretamente el 7 de agosto, se cumplieron 43 años del fallecimiento de Castellanos; sin embargo, los recordatorios apenas y se hicieron presentes. Por lo menos en este año, no hubo homenajes comparados con los que suelen hacerse a José Revueltas o a Juan Rulfo. ¿Qué dice esto de nuestro país, de nuestra cultura? Quizás en nuestra memoria no haya espacio para tantos nombres, por eso nos centramos en repetir unos cuantos. Si bien hay y habrá mucho qué decir tanto de Revueltas como de Rulfo, existe aún más, sobre autores que han sido poco estudiados o siquiera leídos.
Afortunadamente, el olvido no es el hogar definitivo de Castellanos, pues su reivindicación ha sido, más o menos, constante gracias a quienes nos interesamos por su obra y tratamos de difundirla.
Pero para quienes no lo sepan o no lo recuerden, recapitulemos un poco: ¿quién fue Rosario Castellanos? Nació en la Ciudad de México el 25 de mayo de 1925 y murió el 7 de agosto de 1974 en Israel. Pese a nacer en la capital del país, pasó gran parte de su niñez y adolescencia en el estado de Chiapas hasta la muerte de su hermano y, posteriormente, la de sus padres. A partir de entonces, encontró consuelo en la escritura y literatura, así que regresó a la Ciudad de México para estudiar letras en la Universidad Nacional Autónoma de México. Después complementó sus estudios en Madrid y trabajó en el Instituto Indigenista Nacional en Chiapas. Castellanos se preocupó y defendió fervientemente tanto al sector indígena como a las mujeres. En 1971, fue enviada como embajadora a Israel; tres años después de su llegada, murió en, lo que se dijo, un accidente doméstico.
Las aportaciones de Castellanos fueron numerosas y muy significativas. Una de ellas es, la que señala Carlos Monsiváis en sus Notas sobre la cultura mexicana en el siglo XX, su critica hacia el indigenismo por pretender establecer una especie de protectorado para las comunidades y negarles su capacidad de ser autónomos:
Quizás sean las novelas y cuentos de Rosario Castellanos (Balún Canán, 1957, Oficio de Tinieblas, 1962, Ciudad Real, 1960) los intentos más significativos de entre lo reciente por darle voz y dimensión justa al indígena. En Castellanos existe conciencia de los peligros de la narrativa indigenista: “Uno de sus defectos principales [de la corriente indigenista] –dice R.C.- reside en considerar el mundo indígena como un mundo exótico en el que los personajes, por ser las víctimas, son poéticos y buenos. Esta simplicidad me causa risa. Los indios son seres humanos absolutamente iguales a los blancos, sólo que colocados en una circunstancia especial y desfavorable… Los indios no me parecen misteriosos ni poéticos. Lo que ocurre es que viven en una miseria atroz.”
Es visible que el pensamiento de Castellanos era característico por ser bastante crítico en muchos otros temas. En su texto Lecciones de cocina, realiza una especie de monólogo, en el que se presenta como una intelectual recién casada. Misma que intenta preparar la comida a su marido; sin embargo, no tiene “la formación tradicional que una mujer debería poseer”. De esta manera, cuestiona el papel de la mujer en sus tiempos (que es vigente aún en nuestros días).
Por otra parte, existe la Rosario poeta, quien se mantiene crítica pero envuelta en, lo que pareciera ser, una melancolía nata e inmodificable. Uno de mis poemas favoritos, el cual sintetiza perfectamente lo anterior, se titula Destino. Éste inicia con dos versos poderosísimos y determinantes: “Matamos lo que amamos. Lo demás/no ha estado vivo nunca. Y termina con uno no menos tormentoso: damos la vida sólo a lo que odiamos.”
Pese a que Castellanos era una mujer dedicada, crítica, inteligente y demás, puede que su propia sensibilidad significara algún tormento. Muchas veces veía un comportamiento, incomprensiblemente, egoísta, déspota y ególatra en el hombre que hacía el mundo, como se podría interpretar al leer su poema Agonía fuera del muro. Sin embargo, esa “decepción ante el comportamiento humano” no detuvo su labor ni intelectual ni humana. Celebremos entonces su valor, ¿y cuál es la mejor forma? Metafóricamente: no dejarla morir, ¿y cómo se impide la muerte de los escritores? Al recordarlos y, por supuesto, leerlos.
Estudiante de licenciatura de Estudios Latinoamericanos. Es parte del Taller de narrativa fantástica y poesía en el Centro de Cultura José Martí. Miembro del equipo de la revista Horizontes.
Lineas de interés: literatura, arte e historia.