«Señor agente 4121: cuando le dé la mano a sus vecinos, la próxima vez que le dé su mano con cinco dedos a sus vecinos, recuerde que hay una chica llamada Marta, compatriota suya (hasta el día de hoy) a la que ha hecho mucho daño». Son las palabras del presidente de una mesa de colegio electoral en Barcelona, después de la jornada del Referéndum por independencia de Cataluña. A escaso un mes de que el Tribunal Constitucional de España declarara como «ilegal» esta acción política, se ha desatado una represión inaceptable por parte de la Guardia Civil y la Policía Nacional del gobierno de Mariano Rajoy. Cerca de 450 civiles catalanes han resultado heridos sólo por su voluntad de manifestar su opinión a través de las urnas; entre ellos, una chica llamada Marta, que tiene rotos los cinco dedos de la mano.
Bajo el argumento de que el independentismo catalán vulnera la Constitución y pone en peligro al Estado español, Mariano Rajoy, en una acción desesperada, tiránica y torpe, ha sucumbido a las presiones de la Unión Europea para frenar el Referéndum, que ni siquiera garantiza la independencia catalana, y ha mandado a los cuerpos de seguridad a reprimir a los civiles tal cual lo hubiera hecho el franquismo en su apogeo. Es innegable que la independencia de Cataluña representaría un golpe duro para el mercado común europeo, que apenas está por resentir los costos del Brexit, pero también es cierto que la aspiración de los catalanes por ejercer la libre determinación de su destino político es contraria a un proyecto de Estado insostenible, en crisis, cuya historia está manchada por el autoritarismo.
Mariano Rajoy se escuda en una supuesta defensa de la democracia. Pero la democracia, por principio, no se puede defender a palos, ni es entendida de la misma forma por todos. Los discursos del constitucionalismo, de la Constitución como fuente inagotable de estabilidad y libertades, se estrellan con la adversa realidad de corrupción, injusticias y desigualdades inicuas que han puesto al Estado español en una crisis que ni Rajoy ni el Partido Popular son capaces de enfrentar. El movimiento por la independencia de Cataluña es, ante todo, un movimiento popular que sintetiza un anhelo arraigado en la historia, alimentado por el clima de contradicciones sociales y económicas que favorecen a sectores privilegiados en España. Si el referéndum catalán tuvo como objetivo provocar cambios en la actuación del gobierno central y en la sociedad española en general, no hay duda de que lo ha conseguido: la represión durante la jornada sólo pone de manifiesto la ineptitud de Rajoy y sus colaboradores para tender puentes de diálogo, la urgente necesidad de un cambio de rumbo en la política interna española y, acaso, propiciará que la simpatía por el independentismo se propague como el fuego.
Asistimos hoy a la eterna confrontación entre la vida real de los pueblos y los proyectos abstractos de Estados que ya no se molestan en ocultar sus verdaderas vocaciones como gerentes administradores del Capital, casi nunca en favor de los ciudadanos. Es por eso la independencia de Cataluña no se limita a la cuestión del nacionalismo, ni son suficientes los argumentos que la increpan al expresar su rechazo al dogmatismo nacionalista. Porque el nacionalismo (de pueblos e individuos), no es igual en todos los tiempos y contextos y no deriva siempre en desviaciones hostiles. En los momentos más lúcidos de la historia, el nacionalismo articula ideas y proyectos sociales en los que subyacen las intenciones más loables; ninguna transformación política en la historia moderna o contemporánea que haya perseguido fines encomiables (la rebelión contra injusticias, absolutismos y desigualdades) hubiera podido darse sin ese sentimiento generosos que promulga la libre determinación de los pueblos, y la injusticia que es negar a los ciudadanos organizados aquel derecho.
Lo que en boca de un xenófobo empresario norteamericano puede significar la segregación y la injusticia, en la movilización popular y digna puede significar la búsqueda de una sociedad más justa. La lucha del catalanismo es particular, pues es innegable que en el contexto español, la cruzada por proyectos verdaderamente alternativos ha de darse en clave nacionalista. Si esto es así, si pensamos en buscar nuevos destinos a nuestras sociedades, más justos y más dignos, habrá que recordar los versos que Rafael Alberti escribiera en 1936:
¡Pueblo catalán, vigila!
¡Pueblo catalán, alerta!
Con el corazón de España,
Sólo corazón de tierra,
Catalanes, yo os saludo;
¡Viva vuestra independencia!
Colegio de Estudios Latinoamericanos, generación 2014
Temas de interés: la literatura como proceso cultural (análisis desde la antropología), la relación de la literatura con la sociedad de consumo.
Se desempeña como asistente de la profesora América Malbrán Porto en las materias "Historia de América Precolombina" y "Etnias contemporáneas"
Twitter: @LordBoreal