Ecuador vivió los últimos días una verdadera insurrección popular cívica tras el anuncio del presidente Lenín Moreno de eliminar los subsidios a la gasolina y el diésel y otras medidas orientadas por el Fondo Monetario Internacional, y en claro detrimento de los bolsillos de la mayoría de la población. El oficialismo, como es común en los casos cuando la inconformidad popular termina en protestas y revueltas, lo primero que hizo fue denunciar que agentes externos, gobiernos vecinos y partidarios de la oposición –léase simpatizantes del expresidente Rafael Correa– pretendían derrocar al gobierno, sin mostrar evidencias que sustentaran las acusaciones.
Al anunciar las medidas Moreno también aseguró que estas sólo perjudicarían a los empresarios, principalmente del transporte, que se han enriquecido a costa de las subvenciones, y que en este sentido no perjudicarían a las personas con menos recursos económicos. Tal afirmación constituía una falsedad. Hasta un estudiante secundaria sabe que todo incremento al precio de los combustibles desata automáticamente, como reacción en cadena, un alza en el costo de los productos y servicios básicos, comenzando con el transporte.
Como licenciado en administración Moreno debería saber esa obviedad. También debería tenerlo presente por la historia reciente de América Latina. En todos aquellos los países en los que autoritariamente se ha pretendido imponer medidas económicas lesivas a la economía de la población empobrecida, la respuesta ha sido la misma: protestas callejeras, cortes de calles, quema de llantas… y enfrentamientos con la fuerzas policiales. Los ejemplos no son tan antiguos como para que Moreno no los recuerde o no esté enterado de ellos. Basta memorar el “Caracazo” de 1989 en Venezuela y las violentas protestas de los argentinos de los años noventa.
Con las disposiciones decretadas, y ahora suspendidas en virtud del rechazo y la rebelión popular, Moreno se ha sumado a la lista de mandatarios que siguen y tratan de aplicar incondicionalmente recetas dictadas por organismos financieros internacionales que no han funcionado en ninguna parte y en ningún momento. Pero también ha pasado a formar parte del club de políticos que durante su campaña electoral prometen una cosa y que una vez electos hacen exactamente lo contrario. Los ejemplos abundan en América Latina, pero también hay otros de primera clase, provenientes del primer mundo, donde algunos consideran que la democracia es modélica, un ejemplo a seguir. Sin ir más lejos podemos citar dos casos en España: Mariano Rajoy y Pedro Sánchez, el primero del conservador Partido Popular y el segundo considerado socialista, quienes por otra parte han gustado de dictar lecciones de democracia a los países latinoamericanos.
En 2011, para atraer a los votantes, durante su campaña electoral Rajoy prometió que de resultar vencedor su gobierno no subiría los impuestos. Seis meses después, ya investido como jefe de gobierno, anunció el incremento de las cargas fiscales. Por su parte, en campaña electoral Sánchez ha prometido que derogaría una reforma laboral que ha precarizado las condiciones y los salarios de los trabajadores españoles. En junio de 2019, una vez electo jefe de gobierno, el también líder del Partido Socialista Obrero Español declaró que “no sería productivo” derogar dichas reformas. Ahora, nuevamente en campaña, vuelve a prometer lo mismo. (Sobre estos vaivenes politiqueros puede leerse un poco en este link: https://www.eldiario.es/malditahemeroteca/VIDEO-Maldita-Hemeroteca-Mariano-Sanchez_6_462713737.html).
La indignación de los ecuatorianos también tenía que ver con el hecho de que al anunciar la eliminación de los subsidios al combustible, Moreno también estaba haciendo justo lo contrario de lo que prometió durante su campaña electoral. Esto dice mucho de lo que ha convertido la política y la democracia en América Latina y otras latitudes: en el arte de engañar, de mentir y estafar a los ciudadanos. Resulta vencedor de las elecciones el político que miente con más aplomo, el que mejor sabe encubrir las mentiras de sus promesas sabiendo que no podrá cumplir o que no tiene la voluntad de cumplir.
Por esto también resulta necesario repensar, debatir, redefinir y reconceptualizar la democracia, partiendo del supuesto de que una democracia debe responder y satisfacer las necesidades de sus ciudadanos. De no ser así, resulta sólo una estafa, un engaño. Por eso también se justifica el levantamiento de los pueblos para expulsar a aquellos mandatarios que ofrecen una cosa y que posteriormente, ya electos, hacen precisamente lo opuesto.
Imagine, estimado lector, cómo se sentiría usted si contrata un mecánico para que repare su coche y en lugar de hacer eso lo destruye completamente, que va a un mercado a comprar manzanas y cuando regresa a su hogar se encuentra con que le han dado aguacates; o bien, que visita a un médico para que le cure alguna enfermedad y en lugar de eso lo intoxica aún más. Seguro sentirá una gran indignación. Algo así también ha ocurrido con los ecuatorianos.