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Guillermo Fernández Ampié

Ernesto Cardenal: La muerte de otro hombre-símbolo

A los 95 años, el pasado 1 de marzo, falleció en un hospital de Managua, la capital nicaragüense, el poeta, sacerdote y artista plástico Ernesto Cardenal Martínez, símbolo de una época que se adentra cada vez más en la neblina del pasado.

El poeta-profeta inspiró a toda una generación de nicaragüenses, y a muchos latinoamericanos, con su boina negra a lo Che Guevara, su cotona blanca de manta cruda –la prenda que antiguamente vestían los peones y campistos que cultivaban la tierra de los grandes hacendados– y su barba y cabellera argentadas. Pero especialmente fueron sus poemas los que abrieron los ojos a una generación de adolescentes, en la que me incluyo, para que observaran la historia del país de otra manera, y conocieran los hechos que no enseñaban los textos escolares utilizados en las escuelas públicas durante el somocismo.

Esa generación aprendió con Cardenal cómo se iluminaba o ensombrecía el rostro de Sandino cuando cavilaba en la montaña, quizás planeando alguna emboscada contra los marines estadounidenses que hollaban el suelo de su amada Nicaragua. Fueron sus poemas los que denunciaron de las atrocidades cometidas por los vástagos de la estirpe sangrienta (“¡Delen! … ¡Delen más! … ¡Maten a este hijueputa!”), y ensalzaron el sacrificio de las mujeres torturadas en la montaña por no delatar la ubicación de la guerrilla (la Matilde abortó sentada, después de ser interrogada toda la noche).

Eran los tiempos de la lucha armada revolucionaria, de los sueños de justicia social y aspiración a sociedades socialistas. Cuán revolucionario sonaban entonces sus versos, en particular aquellos que aclaraban que comunismo y el reino de los cielos en la tierra era lo mismo. Fueron palabras tan poderosas que rompieron las barreras de prejuicios y diferencias que separaban a los buenos cristianos de los revolucionarios. Versos que ahora prácticamente nadie recita y mucho menos se reivindican en público.

¿Cómo no reconocerle el tino que tuvo al decidirse interrumpir su estado de contemplación junto al lago Cocibolba, romper el aislamiento y arriesgar el paraíso que estaba construyendo para él y unos pocos más, para responder a la invitación del Frente Sandinista de Liberación Nacional a aportar a la lucha antisomocista algo más que sus poemas?

Cardenal estuvo a la altura de las circunstancias y el desafío histórico impuesto a su país, algo que no pudo hacer y que tampoco le perdonó la clase social en la que nació. Por eso lo dejaron solo y festejaron cuando Karol Wojtyla pretendió humillarlo al amonestarlo públicamente en 1983. Hasta sus hermanos de congregación guardaron silencio ante el inmerecido castigo. Pero el furibundo Papa anticomunista no contaba con que la humildad del cura rebelde era enorme, y que sería arropada y admirada por un pueblo empeñado en impulsar y defender su autonomía.

Después que el proceso revolucionario fue ahogado en sangre (le hicieron una guerra realmente sucia y criminal, como dejó constancia el Tribunal de La Haya), y sepultada con boletas electorales que impusieron una versión de democracia al gusto estadounidense, las puertas se abrieron de par en par a políticas neoliberales que se ensañaron contra los pobres. La poesía cardenaliana había dado un nuevo giro y trascendido a otros planos. Sus versos ahora escrutaban el cosmos. En las calles, los derrotados y anónimos protagonistas de la revolución se batían en nuevas barricadas contra los ajustes estructurales fondomonetaristas para después marchar cabizbajos hacia el desempleo.

Poco después vino el amargo divorcio con sus antiguos compañeros de la utopía revolucionaria. Tras la separación se declaró perseguido político. La monarquía española, tradicionalmente alérgica a curas y poetas rojos, le otorgo el destacado galardón que lleva el nombre de una de sus majestades. Esto dio mayor peso a sus críticas contra sus adversarios, según la visión de algunos medios.

A inicios del año pasado, cuando estuvo en riesgo de muerte, la Iglesia Católica levantó el castigo que le había impuesto hacía más de tres décadas, sin reconocer cuán injusta fue dicha sanción. Entonces comenzó a ser frecuentado por quienes lo adversaron cuando era un símbolo de la revolución sandinista, y hasta posaron para la cámaras en su lecho de enfermo. Entonces el admirable poeta de la revolución ya no era lo que había sido. Sus impulsos de cura hippie y revolucionario se tomaban como algo que había perdido toda su vigencia.

Dicen que se marchó en paz, reconciliado con esa Iglesia que lo humilló y censuró severamente, y que después recibió como a un hijo pródigo cuando el poeta-profeta ya no representaba ningún peligro. Ya no contaba con fuerzas para predicar que el comunismo y el reino de los cielos en la tierra eran lo mismo. Su muerte es otro signo del fin de esa época de la que él personificó un símbolo. Y aunque quedan sus poemas, harán falta nuevos sacerdotes como lo fue él, y nuevos poetas y profetas para los aciagos y desastrosos tiempos que hoy vive el mundo.

Ernesto Cardenal.

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