Un día despertamos y el mundo era una isla. Ya no somos el mundo de los continentes bien definidos, somos una isla convertida en un principio de universalidad, una isla emergente que no sabe caminar con la inmensidad que supone convivir con todo aquello que el capitalismo y la globalización nos impuso, al tiempo que desgastaba y arrebataba nuestra espontaneidad para relacionarnos en nuestros planos individuales y colectivos. Con exactitud no existe un testimonio fidedigno sobre la descomposición de Pangea, fenómeno ocurrido hace millones de años. Sólo sabemos que un día el mundo ya no era una masa uniforme, ya era un tablero con bloques separados, cada uno con una forma distinta.
La lógica colonialista en su afán por no perder protagonismo en ninguna coyuntura ha llamado “Estados de Emergencia” y “Estados de Excepción” al proceso fractal de los países que cimentaron su poder político y económico en el exterminio de los vínculos íntimos, cercenando las filosofías comunitarias que dotaban sentidos resilientes y comunitarios para enfrentar las distancias de diversa índole (físicas, espirituales, terrestres o generacionales).
Ante esta contingencia mundial predomina una Razón Insular, cuya eficacia supone performar el sentido más ríspido de los olvidos sistemáticos y las desigualdades más profundas. Esta Razón condensa preguntas donde se aglutinan ajustadamente todos esos temas que han quedado suspendidos ante el contexto del aislamiento sanitario internacional: Fronteras, movilidad, riesgo, vulnerabilidad, reclusión- o mejor dicho, exclusión- la constante histórica del sistema económico más agresivo.
Entre la romantización de la cuarentena y la idealización de una estrategia biológica como una forma de purificación y encuentro social, resulta mucho más preocupante la segunda que la primera. Cuestionar las contradicciones inoperantes alrededor de una medida preventiva explícitamente desigual permite identificar la existencia de una reflexión socioeconómica, no obstante, al idealizar el confinamiento como una suerte de justicia divina, legitimamos la exclusión como estrategia de reordenamiento social, ecológico y cultural, principalmente. En su condición geográfica la isla no sólo ha reinventado la exclusión geográfica e histórica, también se ha apropiado de esa condición fractal para cristalizar sus narrativas de una forma muy recelosa. Pero ¿qué pasa cuando una isla se ve obligada a aislarse de sí misma?
¿Cuáles son y como se viven las fronteras en una isla? ¿Cuál es la lógica de la ruta intervenida? ¿el camino interrumpido, la distancia sin certidumbre de retorno? ¿Cómo las geografías mínimas construyen sus narrativas en la lejanía, en el anonimato de la careta internacional? ¿Cómo y dónde se sitúan los contextos de las islas en todo aquellos que atraviesa al mundo desde el eje de lo político y económico? ¿Cómo se vive una isla lejos de los imaginarios paradisiacos y extractivistas tejidos por los mismo que las saquean y se enriquecen ilícita- y valga decirlo- magnamente de ellas? Y hablando de epidemias ¿cuáles son y cómo se han contenido? Esta última pregunta es quizá de las más sustanciales, sobre todo si recordamos que las islas siempre han estado embestidas por la brutalidad de los países que hoy experimentan una condición de isla.
Algo tan eurocéntrico como la invención de América, como diría Edmundo O’Gorman son las enfermedades severas con grandes capacidades de dispersión en acotados periodos de tiempo. Los virus, las bacterias, las infecciones que terminan siendo vehículos de una morbilidad que se enquista como una sentencia, manteniéndose anónimas apagando las voces del testimonio, causando pérdidas irreparables, pues lo que se esfuma va más allá del cuerpo.
La isla delimita su perímetro en la transparencia de lo evidente, comprendida desde la geografía, las islas como pequeños planetas tienen movimientos propios en la gran órbita llamada caribe. Un sistema caribe- planetario, lanzando constantes señales de una autonomía y una vida indescifrada.
La Razón Insular sirve para centrar estos cuestionamientos en los debates internacionalistas, descentralizando la tragedia, pues en estas pequeñas extensiones territoriales rodeadas de mar la tragedia opera con un sentido de vida prolongado. Las devastaciones y epidemias que han azotado a las islas no han tenido un eco tan amplio, aun cuando dichos problemas han debilitado el tejido social y recrudecido la vulnerabilidad de lo menos nombrado. Como herramienta de análisis, la Razón Insular recupera los sentidos que han coexistido en la misma proporción de la geografía minúscula. No se puede reducir ni sumir enteramente a lo decolonial, porque su esencia es independiente, y por ello profundamente compleja.
Es decir, si bien esta Razón puede ser compatible con algunas venas de la propuesta decolonial, no se define en ese corpus porque su teoría está en la microsociología de la cotidianidad, en los espacios de sociabilidad que son también, la huella indeleble de la opresión económica y del racismo. Tal como la apuesta decolonial lo enuncia, pensar lo nuestro con la legítima validez respecto al remanente occidental, la Razón Insular es complementaria a ese principio de urgencia reflexiva regional.
Con una naturalidad imperceptible, las islas se han sumado a la solidaridad internacional de establecer puentes de comunicación para ser puntos de contención ante el generalizado panorama de exclusión. Emergieron las islas y así, esparcidas por todo el mundo intentan encontrar un sentido de motricidad. Lo insular logra anteponerse y adherirse con solidaridad a la cruel dispersión, porque responde a un sentido encarnado, vivido: saberse y vivirse en una isla.
Esta imposición de la convivencia en el encierro saca a flote la insoportable inconsistencia de la cercanía en los vínculos afectivos. La medida preventiva del confinamiento en el hogar desata pavores que se tornan fársicos, y es que en el fondo esta exclusión internacional demuestra nuestra insuficiencia para habitar lo nuestro.
El mundo separado, aislado, recluido en sus propias lógicas distantes, sentenciado por sus desarraigos, hecho trizas en su propio universo amurallado y atiborrado de fronteras. El mundo envuelto en una metamorfosis insular.
Fascinados por los balcones italianos con ópera, música y palabras que trataban de sopesar la distancia mínima, siguen insistiendo en centrar el sentido de vida en aquel lado del mundo. Mirando las noticias sobre la Venecia que canta en medio de la desgracia, recordé las tardes cubanas en La Habana Vieja. El ocaso advierte su llegada por cielo y tierra, tal como si se tratara de un barco arribando al puerto, las sillas comienzan a acomodarse en la entrada de las casas, o mejor dicho, en la puerta de las ruinas, en esas osamentas arquitectónicas que se caen a pedazos. La infancia conquista las calles con los juegos de tiza, con balones, con patines o con una simple corredera.
El concierto de los balcones, las mujeres sacudiendo telas de diferentes formas y dimensiones, y gritándose de balcón a balcón, de balcón a esquina, de balcón al infinito. Ese sentido de comunidad tan propio de la isla que sabe perfectamente recibir el atardecer, esa Razón Isleña que es si no, una pedagogía de la espera…algún día, alguna vez dejaremos de ver vestigios en las estructuras que habitamos…algún día, alguna vez miramos el mar y no nos sentimos presos. Otro día, en otra ocasión lejos de la isla buscamos desesperadamente ese mar, ese sitio remoto en altamar.
Para que las calles de Italia y Japón recobraran la vitalidad prístina de la fauna tuvo que ocurrir un fenómeno de fractalidad paulatina, que en su máximo punto borró la injerencia humana del espacio, en contraste, el caribe no corre con la misma suerte, aquí todo ocurre con la direccionalidad del caos y el desastre avasallador.
Y aun siendo hoy todos ciudadanos de archipiélagos- a ratos tortuosos, a ratos reflexivos, constructivos, llevaderos, a ratos también agónicos- prevalece una soberbia generalizada donde pocos se preocupan por voltear a mirar un mapa, señalar cualquier isla y preguntarse ¿cómo se vive esto ahí donde no hay conexiones directas con este mundo infectado, enfermo?