Arropar la resistencia. Los discursos ocultos reproducidos desde la corporalidad.
Por: F. Pamela Fuentes Martínez
El presente trabajo pretende ser un diálogo entre diversos autores, principalmente James C. Scott y Erving Goffman, en el cual se analizan las formas de resistencia que articulan los sujetos oprimidos desde lo cotidiano. Particularmente las que se dan a través de la corporalidad y que se manifiestan en las representaciones sociales que los subalternos construyen de sí mismos.
Palabras clave:
Discurso oculto, representaciones sociales, cuerpo, resistencia, cultura.
Artículo El cuerpo es territorio en tanto que es un elemento que constituye una identidad particular, la cual está atravesada por una serie de relaciones de raza, género, clase, etc., que la construyen y delimitan políticamente. De esta manera, la propia corporalidad se ve afectada por dinámicas de poder, las cuales condicionan nuestro habitar el mundo y las formas en que nos situamos en él. Por otra parte, al referirme al cuerpo como objeto de cultura, retomo la idea de Franz Boas, quien sostiene que el cuerpo denota los pactos morales de los grupos sociales; cómo se come, cómo se baila, cómo se mueve en el espacio, tiene relación con su sistema de valores establecido. Además, la reproducción y permanencia de elementos simbólicos pertenecientes a comunidades que han sido históricamente perseguidas o marginadas, en las representaciones corporales de los sujetos que las integran, evidencia historias de resistencias latentes. Al resistir las personas a una dominación, demuestran la existencia de una hegemonía, aunque no represente una imposición homogénea, pues no a todos les oprime de la misma forma. Dicha hegemonía nunca se termina de establecer, sino más bien es un proceso continuo y dinámico en el que ocurre una constante negociación entre la sociedad y las instituciones, comunidades y autoridades, obreros y empresarios, gobernantes y gobernados, dominantes y dominados, etc., por lo que la formas de resistir también suelen ser cambiantes. La resistencia no se da siempre de formas directas, accionando mediante movimientos sociales que intenten romper con el orden dominante. En ocasiones “los dominados saben que son dominados, saben cómo y por quiénes; lejos de sentir esa dominación, dan inicio a todo tipo de sutiles modos de soportarla”. Esto da pauta a la producción de posicionamientos clandestinos de insubordinación. El acto de resistir implica un discurso que se oponga a las formas dominantes. Resistir desde la corporalidad significa que el cuerpo es el espacio de enunciación, al mismo tiempo que el medio por el que el discurso se transmite. En este sentido, James C. Scott señala que los cuerpos “generados en forma rutinaria por la esclavitud, la servidumbre, el sistema de castas, el colonialismo y el racismo constituyen una gran parte, según parece, de los discursos ocultos de las víctimas.” Para entender mejor el concepto de discurso oculto habría que comprender lo que Scott llama discurso público, en la medida en que el primero se enuncia como contraposición del segundo. El discurso público es el comportamiento adecuado de subordinación social impuesto por los pactos morales hegemónicos. Sin embargo, no advierte lo que realmente pasa en las relaciones de poder, pues este discurso se ajusta de acuerdo con la apariencia que el grupo dominado pretende dar. Es en el discurso público donde los oprimidos manifiestan cierto respeto a los poderosos, aunque esa sumisión sea, posiblemente, sólo una táctica.
Cabe aclarar que cuando Scott se refiere a discursos ocultos, no quiere decir que solo se tenga cuenta de ellos en tanto haya un acercamiento total a los grupos dominados y que estos tipos de discursos nunca se manifiesten en los espacios públicos. Más bien, a lo que hace referencia cuando usa el concepto “oculto” es que, si bien es un posicionamiento que se presenta abiertamente, está disfrazado. Por eso, aunque se enuncia en el ámbito de lo cotidiano, lo hace de forma indirecta, a escondidas del dominador. El hecho de manifestarse de modo abierto es lo que hace que estas representaciones sean leídas como actos de rebeldía, debido a que se oponen a los pactos morales establecidos por el orden hegemónico, aunque aparentemente no rompan con ninguna norma. Para Goffman, todas las relaciones sociales se tratan de impresionar y ser impresionado, por lo que las maneras en las que nos representamos cotidianamente, aunque pueden ser de forma intencionada o involuntaria, no son aleatorias, sino que tienen un objetivo comunicacional. También señala que hay dos modos en los que las personas se comunican, a través de la expresión dada y la expresión que emana. La primera se refiere los signos lingüísticos o lo que los sustituye, mientras que la segunda engloba las formas no verbales que el sujeto expresa; como los gestos y tonos. Se debe tener en cuenta que en esta dinámica también participa quien recibe la impresión, el cual, a partir de la representación del otro y su experiencia previa, decodifica lo que le están intentando comunicar. De acuerdo con James C. Scott, las relaciones de poder afectan el discurso que se da, es decir, lo que se dice y lo que se oculta también depende de la persona con la que se dialogue y la posición en la jerarquía social que se tiene en relación con el otro. De este modo, la representación personal que el oprimido construye a partir de la expresión dada puede leerse como un elemento del discurso público; mientras que la expresión que emana articula el discurso oculto del dominado frente al opresor. Las representaciones que se construyen a través de los cuerpos son, quizá, el principal medio que el grupo dominado tiene para manifestar resistencia en su vida diaria. La construcción de dicha representación está basada en una serie de elementos simbólicos asociados a identidades y geografías particulares; tales como la ropa, el cabello, los gestos, las modificaciones corporales, los modales, entre otras. Este conjunto de elementos tiene como objetivo no sólo comunicar quién se es, sino también qué se puede esperar de la persona. En estas representaciones es desde donde se resiste, entendiendo también que la expresión que emana está siendo construida voluntariamente con la intención de transgredir. Esto sucede cuando el sujeto subalterno trata de exagerar o resaltar aquellos símbolos que demuestren su rebeldía e incluso incorporar nuevos si así lo precisa, con el objetivo de hacer eficaz su discurso. “Los otros descubren, entonces, que el individuo les ha informado acerca de lo que «es» y de lo que ellos deberían ver en ese «es».” La representación del individuo no sólo está constituida por elemento físicos, sino también por su actuar. Goffman aborda la actuación como los actos que realiza el individuo, mediante los cuales aparenta cumplir la función que le corresponde de acuerdo con lo que representa. Además, esta actuación refleja también la confianza que el propio individuo tiene de que el rol que está desempeñando es convincente. Scott, por su parte, aborda la actuación como parte de la reproducción del discurso público que debe cumplir el subordinado. No significa que este sujeto quiera conducirse del modo en que lo hace, sino que ese rol le es impuesto socialmente por la condición de dependencia en que se encuentra con relación al dominador. La representación que el dominado sostiene de sí mismo es móvil y dinámica, y se adecua según las circunstancias. Por esta razón, para Scott, “cuanto más amenazante sea el poder, más gruesa será la máscara”. Para Goffman, las personas son la misma máscara que usan para representarse y si esta muda, ellos también. Por lo que debajo de la máscara no hay nada, pues el sujeto se construye a través de los símbolos que usa para representarse. En este sentido, podemos pensar que sería difícil encontrar similitudes en la representación de personas de clases diferentes, debido a que el sujeto se sirve de elementos y modos simbólicos que ha incorporado a partir de su experiencia y, al tener una experiencia de clase distinta, la forma en que las personas se representan también cambiará. Arropar la resistencia supone que los sujetos subalternos pueden vestir máscaras y representaciones tejidas por símbolo propios, como discurso político que busca corromper la imagen que el grupo dominante quiere dar, con la intención precisamente de oponerse a los valores y formas que les han sido impuestos históricamente.
Las formas de resistencia no se dan solamente en espacios de movilización social y política, en las que los participantes accionan de forma directa y se posicionan tajantemente contra las estructuras del orden que les oprime, también están presentes en lo cotidiano, a través de las representaciones que los sujetos subalternos construyen de sí mismos. Esto no quiere decir que todos los elementos simbólicos que constituyen estas representaciones sean formas de resistencia por sí mismas, se considera tales solamente a aquellas que se presentan de maneras disruptivas y que incumplen voluntariamente los pactos morales hegemónicamente establecidos. Los objetivos de estos discursos pueden variar dependiendo de las circunstancias del sujeto oprimido. Algunas veces tienen el objetivo de incomodar, en la medida en que su representación resulta contraria al discurso público que se pretende mantener, mientras que otras funcionan como la reafirmación de la presencia de estos sujetos fuera del marco de espacios a los que se les asocia. Por esta razón, al ser un espacio político, el cuerpo puede funcionar como espacio de resistencia. Bibliografía: Boas, Franz, Cuestiones fundamentales de antropología cultural, traducción de Susana W. De Ferdkin, Argentina, Solar/hachette, 1964. Goffman, Erving, La presentación de la persona en la vida cotidiana, Buenos Aires, Amorrortu editores, s. f. Marchese, Giulia, “Del cuerpo en el territorio al cuerpo-territorio: Elementos para una genealogía feminista latinoamericana de la crítica a la violencia”, en Entre Diversidades, vol. 2, no. 6, 2019, 39-72. Roseberry, William, “La hegemonía y el lenguaje contencioso” en Joseph, Gilbert y Daniel Nugent, Aspectos cotidianos de la formación del estado: la revolución y la negociación del mando en el México moderno, México, Era, 2002. Scott, James C, Los dominados y el arte de la resistencia, traducción de Jorge Aguilar Mora, México, Era, 2000.
Foto de portada: Bernardo Pérez
Sobre Pamela: Nació y creció en la Villa de Zaachila, Oaxaca, México. Es estudiante de pregrado en el Colegio de Estudios Latinoamericanos en la UNAM. Ha realizado investigaciones en torno al arte como medio para tejer comunidad en territorios atravesados por la violencia en Zaachila, Oaxaca. Participó en el Seminario de Estudios sobre Racialidad y Etnicidades, del posgrado en ciencias antropológicas de la UAM Iztapalapa. También ha coordinado talleres sobre identidades y género.
Que análisis más potente y evocador. ¡Gracias por tu texto, Pamela!