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Contrainsurgencia y mujeres en resistencia

Por: Diana Lorena Marín Cruz, Daniela Prado Ibarra y Fernanda Barrón Lavalle.


El eje central de esta reflexión que comprende el periodo del siglo XX, es el papel que jugaron las mujeres y el espacio en el que fueron posicionadas por el Estado y la sociedad; sea por su forma de pensar, como de actuar. Con la llegada de los movimientos sociales, las transformaciones políticas y económicas que se estaban viviendo en América Latina, las mujeres comenzaron a cuestionarse sus roles, a verse como sujetas trabajadoras, sociales, sujetas capaces de tomar decisiones sobre sus propios cuerpos y abrirse camino dentro del espacio público. Los gobiernos y los medios de comunicación fungieron (tal como en la actualidad) como pilares que impidieron a las mujeres formar parte del espacio público, fueron los medios de comunicación y el Estado, quienes se encargaron de mantener un discurso patriarcal, es decir, repleto de misoginia. Se formaron una serie de estereotipos alrededor de las mujeres, como el ideal de la buena mujer: la mujer católica, hogareña, al servicio de los demás -sobre todo, el marido y los hijos-, con nula decisión sobre su cuerpo, relegada al espacio privado; y por el otro lado, la mala mujer: la mujer militante, políticamente activa, con libertad sobre su cuerpo y su sexualidad, que se apropia del espacio público, pone en duda su rol dentro del hogar, toma decisiones y cuestiona la maternidad. Las acciones no sólo se limitaron a los medios de comunicación, sino que tomaron acción directa sobre los cuerpos, podemos entender este accionar como castigos ejemplares, ya que se buscaba, a través del miedo, detener el cuestionamiento que se estaba llevando a cabo sobre la posición de las mujeres. Algunos ejemplos mencionados por la autora Jane Franco en su libro "una modernidad cruel", son las violaciones, los empalamientos y la exposición de los genitales y pechos de mujeres asesinadas, tanto en espacios públicos concurridos, como en medios de comunicación. También es importante entender que todos estos procesos estaban cimentados en estructuras de dominación, el Estado se encargó de imprimirlas a través de diversas prácticas violentas para ejercer el poder. Los distintos grupos sociales afectados por los cambios económicos y por la represión que generó la Doctrina de Seguridad Nacional, no permanecieron como sujetxs pasivos, por lo que podemos encontrar diversas formas de organización en pro de la resistencia en América Latina, así como la búsqueda de nuevas maneras de manifestación dentro de los mismos grupos según la paulatina adopción de los métodos represivos de cada gobierno. La estrategias de contrainsurgencia dirigidas a las mujeres eran una respuesta ante las dos transgresiones que su participación política significaba: hacia el orden patriarcal y hacia el sistema capitalista. En cuanto al orden patriarcal, su actuar y presencia fuera del espacio privado significaba una oposición al rol normativo de la “buena mujer” Estas estrategias fueron más violentas hacia las mujeres racializadas y originarias, quienes pertenecían a los grupos más alejados de la visibilidad pública. Sin embargo, un elemento común, fue el direccionamiento de la represión hacia los cuerpos. En este sentido, encontramos la violación sexual como parte de la tortura ejercida hacia las mujeres miembras de movimientos en comunidades originarias desde la década de los 60 en Centroamérica. Esta abominable práctica fue extendida hacia países como Colombia, Argentina y Brasil, cuando se adoptó la desaparición forzada como una de las tácticas predilectas de contrainsurgencia. Además, se sumó el acto de desaparecer a las infancias que nacían bajo el cautiverio de sus madres. Este acto constituye una forma de tortura hacia las personas en búsqueda de lxs desaparecidxs. En el caso de los espacios urbanos y los movimientos estudiantiles, encontramos una severa estigmatización que buscaba confirmar el estigma de la “mala mujer”, sobre las miembras de los movimientos sociales, como cuerpos “disponibles.” Esto es una respuesta, también, hacia la gradual pérdida de control sobre la sexualidad femenina por parte de los varones. Victoria Langlad, en su trabajo “Entre bombas y bombones”, señala el llamado que los medios de comunicación hacían a los padres para recuperar el control de la sexualidad de sus hijas. De este modo, aludían a su falta de masculinidad. La representación mediática de los movimientos sociales en América Latina se reconoce en su mayoría por la información sesgada, alterada y tendenciosa que ofrece al público que la consume. Los medios de comunicación masiva, antes y ahora, se sirven de la participación política de las mujeres para explotar nuestra imagen de manera burda y mercantilizar con ella. Las contradicciones son evidentes: capitalizan la representación sexualizada de mujeres activistas mientras, simultáneamente, condenan esta misma participación política. Las implicaciones de la representación no se detienen en la ridiculización y cosificación de las luchas sociales y los cuerpos que las conforman, sino que se encargan de infundir terror mediante discursos conductistas cargados de, entre otros males, machismo, racismo y clasismo. Esto se logra, por ejemplo, divulgando imágenes explícitas de mujeres asesinadas. La representatividad de las minorías en distintos campos ha sido un objetivo por el que se ha luchado desde hace décadas, sin embargo, no es empática ni inofensiva a priori. Por ello, de ser posible, es importante mantenernos críticxs y cuestionar lo que consumimos. Si bien, los medios de comunicación masiva promueven la violencia, legitiman la misoginia, transforman los cuerpos y las luchas en objetos de consumo, que a su vez son explotadas y tergiversadas por industrias como la cinematográfica y la publicitaria, así como simbólicamente se nos despoja y des-significa de nuestras propias exigencias en búsqueda de dignidad, resulta imperativo generar y mantener resistencias sólidas como contrapeso, sí en el plano material, pero también en el no-tangible, en el terreno de las ideas y los sentires.




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