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Exacerbación de la violencia contra las mujeres desde fin del siglo XX

Por: Selene Figueroa Arenas


La violencia ejercida contra las mujeres es un problema mundial e histórico, que dentro de la región latinoamericana se ha presentado con características particulares, las cuales la han llevado a agravarse en cantidad y crueldad, pero ¿en qué circunstancias se ha generado?

El patriarcado se ha erigido como pieza angular dentro de la organización social humana, y aun cuando distintos modelos económicos se presentan, la estructura primitiva de autoridad del varón sobre la mujer se ha mantenido. Por lo tanto, la historia latinoamericana que ha oscilado desde la conformación de las colonias hasta el “moderno” modelo económico neoliberal, descrito como el estado colonial-moderno por Rita Segato, no ha modificado la relación violenta ejercida contra la mujer por parte de los hombres.

Incluso las comunidades que no habían sido absorbidas por la modernidad civilizatoria y donde las sacerdotisas eran figuras de poder, al entrar el neoliberalismo, éste ha reproducido las dinámicas de dominio patriarcal, ya que las sacerdotisas, en su mayoría, han sido relegadas para dar paso a los sacerdotes como figura central.

Lo anterior solo nos abre una pequeña arista del gran problema al que las mujeres nos enfrentamos. El capitalismo como modo de producción se ha sustentado en la acumulación del capital a través de la explotación desmedida, de modo que no bastaba la fuerza laboral que ofrecían los hombres, así que se valió de la integración masiva de la mujer al mundo laboral para cubrir sus demandas.

Esto nos postró en una doble explotación, ya que los designios “naturales” que se nos imponen no se abolieron: la mujer se incorpora como fuerza de trabajo en el mercado laboral, pero su trabajo doméstico se le sigue atribuyendo como inherente. Aunado a lo anterior, la figura femenina es vista como inferior, en consecuencia, su remuneración será menor, llevando a que muchas mujeres fueran contratadas en las grandes zonas industriales para así cubrir las necesidades de producción y a su vez generar mucha más ganancia.

Segato nos ofrece un análisis de lo anterior, hablando específicamente del caso de Ciudad Juárez y la ola feminicida que se vivió durante la década de los 90, aunque nos adentra a estos crímenes como aquellos realizados a través de un poder organizado para mandar un mensaje de territorialidad jurisdiccional (los grupos delictivos usaban el cuerpo de las mujeres como un cerco para delimitar hasta donde gobernaban ellos en la impunidad).

Es así como el cuerpo de la mujer y de las infancias se convierten en el medio por el cual el patriarcado plasma su dominio y, en los casos más extremos, los exhibe a través de la violación y el feminicidio, también donde el capitalismo incrementa sus ganancias a costa de la explotación.

El mandato de masculinidad, término de Rita Segato, incluye dentro de sí la necesidad de exhibir la capacidad de dominación sobre el cuerpo femenino. Lo muestra como una especie de tributo el cual debe de ofrecerse desde el cuerpo femenino para la masculinidad, que se conformará a partir de esta dominación y, por lo tanto, debe circular dentro del entorno patriarcal un mandato de agresión y sobre todo de conquista del cuerpo.

Este mandato de masculinidad se manifiesta con mayor énfasis en las sociedades coloniales ya que al haber sido dominados por otras culturas, los sujetos masculinos o patriarcales se volvieron inseguros y esa inseguridad se convierte en un mecanismo violento que constantemente necesita reafirmar su dominio. En la actualidad, estas sociedades coloniales se conformaron como naciones de características dependientes en las cuales se reafirma su sometimiento y por ende su inseguridad.

El feminismo neoliberal ha marcado una serie de soluciones para contrarrestar la violencia machista, acciones meramente punitivas y que no atacan el problema en sí, ya que no han contribuido a minimizar la violencia contra las mujeres y sólo han llevado a que la explotación de la mujer dentro del capitalismo se muestre de manera más sutil en lo público y mucho más duro en lo privado, de ahí los numerosos casos de violencia intrafamiliar, violaciones y feminicidios.

Aunque en la actualidad las mujeres “gozamos” de los mismos derechos que los hombres, podemos estudiar, ser profesionistas y tener participación política y social, en realidad aquellas que logran acceder a estos privilegios se enfrentan a un mudo laboral totalmente precarizado. Estas conquistas que se obtuvieron no trazan un beneficio colectivo, pues aunque existan voces que orgullosas proclaman que ahora las mujeres tienen cargos tan importantes como el de ser presidentas o que figuren dentro de los grandes líderes mundiales, no se genera un quiebre en la estructura patriarcal de dominio, sino que sólo lo maquilla para ser más digerible.

La violencia contra las mujeres nunca debe de minimizarse, pero este dolor al que nos enfrentamos día a día debe transformarse en combustible. Como lo dice Audre Lorde “El dolor es un hecho, es una experiencia que se debe de reconocer, poner en palabras y después debe ser utilizada de manera que la experiencia se modifique, se transforme en algo diferente, en fuerza, conocimiento o en acción”.





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