Por: Atzin Batres Gaytán, Andrea Cortés Aguirre, Julia López Hernándezm y Ximena Pérez Villanueva.
“La lucha de las mujeres” parece una referencia universal, a lo que hace una sujeta universal. Si bien hay experiencias que compartimos todas las mujeres, las referentes al cuerpo que nos ata al mundo, venimos en todos los tamaños, colores y formas. Hablamos un sinfín de lenguas, vivimos en el ecuador o en el sur o en el norte, comemos diferente, vestimos diferente y luchamos diferente.
En esa diferencia, queremos entendernos y nutrir nuestra lucha. Deseamos salir de aquel orden de la supremacía, donde hay quienes dictan el devenir y quienes lo obedecen sin más. Donde se configura el mundo desde un sujeto blanco, boreal y adinerado. Uno donde no cabemos nosotras, que no nos nombra. Si acaso, se le permite un pequeño lugar a la sujeta blanca, boreal y adinerada. Pero es una sujeta en la que muchas seguimos sin caber.
Así, lo referente a “la lucha de mujeres” se piensa desde aquella sujeta. Ella es parte de nosotras, pero no todas nosotras podemos ser ella. Se ha hecho Historia de la lucha de las mujeres como si esa mujer fuese todas las mujeres. Esta lucha se propone como oleadas, haciendo referencia al vaivén de conquista y arrebato de derechos que hemos tenido, habiendo hasta el momento cuatro olas. Se comienza a discutir sobre la diferencia y jerarquía de los sexos. Desde la escuela europea, se ubica la primera ola como producto de la Ilustración y Revolución francesa, cuya idea de ciudadanía no nos incluía. En los estudios anglosajones, la primera ola corresponde al movimiento sufragista, a mediados del siglo XIX, en Estados Unidos e Inglaterra.
Desde aquí, encontramos discordancias con ese tiempo-espacio. Sor Juana escribió sobre la diferencia y jerarquía de los sexos, sobre la noción de igualdad política, intelectual y sensible entre ellos, en el Primero Sueño y en su Respuesta a Sor Filotea de la Cruz. Esto, casi cien años antes de la Revolución francesa y su consecuente producción intelectual.
Respecto al sufragio, mientras en Europa, Nueva Zelanda y Estados Unidos se obtuvo a finales del siglo XIX o principios del siglo XX, en América Latina el reconocimiento del sufragio, de manera regional, se ubica en la década de 1950. En la península arábiga, en los años 90 y a principios de los 2000.
La lucha por la despenalización del aborto consiguió su fin al iniciar la segunda mitad del siglo XX en Estados Unidos y Cuba. Sin embargo, se aprobó apenas hace días en Argentina, y sigue sin aprobarse en México.
La idea de acción y reacción evidentes, por etapas, en olas grandes y distanciadas, desde ésta sujeta nórdica, blanca y rica, quizá funciona para pensar la conquista progresiva de derechos de las mujeres y el intento sistemático por echarlos atrás, pero no explica ni responde a las particularidades de la lucha de mujeres en otras geografías. Aquí se mezclan, son olas más pequeñas, más seguidas, que chocan, se deshacen, se regresan, crecen. Quizá ni siquiera sean olas en sí mismas, quizá estemos en medio del mar picado. Quizá una ola fuerte sí dé impulso a los barcos, pero también hunde a las lanchas. En Sudáfrica (y en Estados Unidos) las mujeres blancas pudieron votar medio siglo antes que las mujeres negras: la ola del sufragio no fue una sola, ni llevó a la costa a todas.
Es necesario dejar de pensar al Sur global como variable dependiente de una ‘x’ cuyo valor es Europa central; y a sus procesos como simple eco de lo hecho por el Sujeto que se nombra universal. Es necesario pensar América desde América y hacia América.
La lucha de las mujeres se entrelaza con la racialización y la pobreza. Pero la lucha antirracista y de clases, desde los hombres, no siempre trae victoria para nosotras.
La lucha obrera fue y ha sido una experiencia diferente para hombres y para mujeres. A partir de nuestra “entrada formal” al trabajo asalariado, comenzamos a existir para el capital. Sin embargo, ello no hizo que se nos pensara sujeta en igualdad de condiciones. La reducción de la jornada laboral de un sexo no implicó la reducción de ésta para el otro. También, las mujeres recibían (y recibimos aún) menor paga por realizar el mismo trabajo.
Para el Estado y el capital, tanto nuestro trabajo con menor paga, como nuestro trabajo doméstico sin reconocimiento como labor ni remuneración, representan ganancias excepcionales: menor costo de mano de obra; los trabajadores reciben alimentación, cuidados y prole sin costo adicional ni responsabilidad alguna para el empleador; los obreros, habiendo ya alguien que hace todo esto por ellos, entonces pueden entregar su vida a laborar.
“Hemos sido la mano de obra barata que sostuvo este sistema en el último siglo. No hubieran construido ni sus negocios, ni sus fortunas, ni sus fábricas si no hubiéramos estado nosotras en las casas cuidando a los hijos, a los padres y a los maridos”[1]
Los derechos ganados por los trabajadores, que deben ser reconocidos y salvaguardados por el Estado, fueron bandera de bienestar en el siglo XX. El problema aquí es quién entraba dentro de la definición de trabajador. Nosotras, no. La lucha obrera fue construida desde la horizontalidad de sus iguales, y dentro de esa igualdad, no estaban las mujeres, ni las que trabajaban en casa ni las de la fábrica.
Estos derechos laborales, ganados por los trabajadores el siglo pasado, y que se hacen ahora cada vez más pequeños, más escasos, son resultado de que el respaldo y regulación gubernamental haga como que la Virgen le habla, y se haga también cada vez más chiquita. Ya no tener aguinaldo, ni seguro médico, ni respeto a la jornada laboral de 8 horas, ni antigüedad, ni jubilación, han sido derechos perdidos por los trabajadores. Les han sido arrebatados, lo que implica que los tuvieron antes de que se les quitaran.
Para las mujeres, ésta es una deuda histórica. El trabajo doméstico jamás ha tenido aguinaldo, ni respeto a la jornada laboral de 8 horas, ni jubilación; la mujer que sale un año del trabajo para dar a luz, pierde su antigüedad. No hay vacaciones, ni días hábiles. Trabajar 6, 8 o 12 horas en la maquila no te exime de tener que llegar a cuidar escuincles en casa. No puedes faltar si te enfermas, tampoco si los cólicos menstruales te hacen vomitar de dolor.
La lucha obrera de las mujeres ha tenido que hacerse de manera paralela, y no necesariamente conjunta, pues el sujeto ‘obrero’ parece ser, de manera exclusiva, un hombre.
Las mujeres en la lucha obrera existieron y existen. Por ejemplo, resulta imprescindible mencionar la película “La sal de la tierra (The Salt of the Earth)” de 1954, protagonizada por Rosaura Revueltas y dirigida por Herbert J. Biberman, la cual hace alusión a la lucha obrera en una zona minera de Nuevo México, en la que las mujeres exigen se les reconozca como sujetas políticas que demandan, se organizan y accionan para conseguir la igualdad de derechos y romper la jerarquía a razón de sexo. Los mineros, son hombres que piden mejores condiciones laborales, pero son las mujeres quienes no sólo exigen mejores condiciones de vida, sino que se apropian del espacio público para hacerse escuchar.
Esta cinta destaca una de las formas de protesta más importantes del siglo XX para la clase obrera: la huelga. Detener la mano de obra significa(ba) detener las fábricas y, por tanto, el sistema productivo de explotación y el néctar que alimenta al capital. Sin embargo, el sistema de explotación no se queda(ba) en el espacio de las fábricas, sino que se adentra(ba) en el espacio doméstico, aquel que históricamente se ha pensado “es el de las mujeres”. ¿Cómo protestar en él? ¿Cómo hacer lucha colectiva desde el hogar?
Las mujeres debemos enfrentarnos a la doble o incluso triple jornada laboral. Trabajadoras en la fábrica y trabajadoras en el hogar, el trabajo doméstico no remunerado necesitó y sigue necesitando visibilidad, renocimiento y dignificación. Lo personal, lo privado es político, por tanto, cualquier gesto de revolución social debe comenzar por abolir la subordinación de las mujeres.
Referencias
De Sousa Santos, Boaventura, "Reinventar la democracia reinventar el Estado", Ediciones Abya-Yala, disponible en: https://biblio.flacsoandes.edu.ec/catalog/resGet.php?resId=48027
Bonilla Gloria, "La lucha de las mujeres en América Latina: feminismo, ciudadanía y derechos", Revista Palobra, n.8, 2007, pp.42-56.
[1] Diputada Gabriela Cerutti, en el debate parlamentario sobre el aborto legal en Argentina en el 2020.
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