Por: Montserrat Sánchez Romero.
Abstact: Reinaldo Arenas es conocido por sus novelas (principalmente el ciclo de la “Pentagonía” y El mundo alucinante) y su autobiografía Antes que anochezca. Poco se ha investigado sobre sus cuentos y poesía, y casi nulo es el trabajo de su ensayística, pese a ser bastante prolífica durante sus años en el exilio. En el presente texto se abordan su noción sobre la obra literaria, la literatura territorial, la tradición, así como la relación de obra de arte y el poder, y el diálogo literario con la realidad social. Esto con el fin de apuntar a una posible crítica literaria areniana con estos elementos en cuatro de sus ensayos.
Palabras clave: Reinaldo Arenas, ensayo testimonial, crítica literaria, literatura y sociedad, exilio.
“Martí no vivió Cuba, no vivió la isla. La padeció, eso sí. La dignificó. La escribió. La poetizó. La defendió. La amó más que nadie en cuatro siglos. Hizo la suya, para siempre exacta a la nuestra.”
Eliseo Alberto, Informe contra mí mismo.
Para Reinaldo Arenas, la literatura era sinónimo de vida. Antes de suicidarse, el 9 de diciembre de 1990, Arenas manifestó en su carta de despedida que se quitaba la vida, no sólo por su enfermedad, sino porque ya no podía seguir escribiendo. Su producción literaria estuvo profundamente marcada por la experiencia vital.
Reinaldo Arenas nació en Holguín, Cuba, en 1943 y murió en Nueva York, Estados Unidos, en 1990. Fue un escritor y disidente cubano. La crítica literaria y el trabajo académico se han centrado más en su segunda novela, El mundo alucinante; en su autobiografía, Antes que anochezca; en lo testimonial y autobiográfico de toda su obra; en el homoerotismo y la disidencia dentro y fuera de Cuba contra el gobierno castrista; o en el análisis de su famoso ciclo de novelas, conocido como la “Pentagonía”. Menor ha sido el trabajo de su narrativa breve o su poesía; casi nulo, el de su ensayística.
El éxodo del Mariel (1980) fue, sin duda, una oportunidad de libertad de expresión y de creación para nuestro autor cubano, una posibilidad de pensar y repensar el exilio y la función de la obra de arte. Desde el inicio de su carrera literaria en Cuba hasta su muerte, Arenas estuvo atravesado por una profunda relación antagónica entre el arte y el poder. Con el transcurrir del tiempo fue expresando todas sus preocupaciones críticamente y de manera más luminosa y directa en sus textos, como una suerte de juegos de poder y contrapoder en la sociedad. Vio en la literatura una herramienta emancipatoria o de control.
En el presente trabajo quiero discutir tres ejes generales de la ensayística literaria de Reinaldo Arenas: cómo el exilio cubano ha sido, al menos desde el siglo XIX, una posibilidad para la libertad creativa que gestó un arte extraterritorial e, indirectamente, hizo surgir un pensamiento político cubano concreto; cómo el exilio ha sido una base para las propuestas estético-políticas en sus artistas recientes, sobre todo frente al régimen nacionalista-revolucionario y, finalmente; cómo la obra de arte, especialmente la literatura, es y ha sido necesaria para el devenir del pueblo cubano (cuestión universalizable para el resto de América Latina).
Para dicha propuesta, abordaré cuatro ensayos: “La literatura cubana dentro y fuera de Cuba”, “La literatura cubana en el exilio”, “Cuba: literatura y libertad” y “La cultura popular en la actual narrativa latinoamericana”. Me parece que este trabajo puede ser un primer acercamiento para pensar en un proyecto futuro más ambicioso: pensar en una crítica literaria areniana hecha desde su ensayística.
También, quisiera añadir —aunque no profundizaré más en ello— que el ensayo y el exilio pueden pensarse como un binomio muchas veces inseparable, donde el sujeto, replegándose a su agitación, al cambio y al desborde de las certidumbres por dejarlo todo al huir, busca un espacio para tener claridad y mayores certezas ante el cambio. El ensayo ha sido, sin duda, este espacio.[1]
El posicionamiento crítico que Reinaldo Arenas tuvo hacia el régimen de Cuba se fue acrecentando durante sus años en el exilio, es decir, de 1980 a 1990. Esto se debe a que durante esta década el autor cubano no fue censurado o perseguido por un régimen (como lo fue durante su vida en la isla) y, por lo tanto, logró una mayor producción literaria, especialmente de ensayos.
Toda esta producción areniana estuvo marcada por un desencanto hacia cualquier forma de opresión y hacia los detentores del socialismo, del capitalismo e inclusive hacia los aliados abiertos o silenciosos de “cualquier dictadura” —refiriendo especialmente al gobierno de Fidel Castro— y hasta en contra de quienes no se posicionaron ante las desigualdades y las injusticias en el mundo. El compromiso de un autor para plasmar tal posicionamiento es reiterado o, en palabras de Liliana Weinberg:
Si se trata de un autor que se ha manifestado en favor del compromiso de la literatura con la política, deberá dar a través de su texto las razones que confirmen una y otra vez su posición, porque estará seguro que además de quienes estén de acuerdo con sus ideas, habrá los defensores de su posición contraria.[2]
Me parece que Reinaldo Arenas tiene claros a sus interlocutores: son el Estado cubano y sus defensores (pero también quienes no asuman una actitud crítica ante la dignidad y el valor de la vida). Son ellos a quienes les cuestionó el canon literario cubano y, por lo tanto, sus ensayos han sido hasta la fecha un espacio de disputa simbólica de lo que ha sido la tradición cubana. En este sentido, el autor de la pentagonía se reapropió de la tradición a partir de una genealogía hacia el pasado del arte y las letras de la isla.[3]
El tema del exilio en el imaginario de Arenas constituyó un papel primordial dentro de su ensayística, comenzando por Necesidad de libertad (1986). Este libro engloba una serie de ensayos testimoniales que abarcan los primeros seis años de su escritura en Estados Unidos, pero muchas de sus preocupaciones ahí plasmadas continúan en otros tantos textos escritos hasta el final de su vida.[4]
La centralidad de los ensayos de Arenas reside en una propuesta crítica del canon literario cubano, como lo escrito en “La literatura cubana dentro y fuera de Cuba”,[5] pues él ha asegurado que la aparente “literatura nacional” tiene como figuras representativas a artistas que, en su mayoría, han escrito y publicado fuera de la isla, comenzando por autores del siglo XIX, tales como José María Heredia, José Martí o Julián del Casal, y que formaron un puente hasta los autores contemporáneos, como Cabrera Infante e inclusive el escritor afiliado al gobierno revolucionario y más visible fuera de Cuba, Alejo Carpentier, quien “escribió gran parte de su obra en París, donde murió en 1980”.[6]
Esto nos hace pensar en que la tradición de la literatura cubana no está vinculada a un territorio específico, pero que aún así se formula como un canon garante de una ideología nacionalista-revolucionaria territorial, “una sierva del pensamiento oficial. O premio o condena. He aquí el sometimiento a las normas oficiales, o cárcel, exilio u olvido”.[7] Reinaldo Arenas, por lo tanto, concibe la literatura cubana como un proceso político, donde el exilio gestó pautas de una cubanidad construida desde la extraterritorialidad y la persecución, de esta última hablaré más adelante.
La diáspora, a través del ejercicio de la memoria, es reiterada en la escritura areniana. En el ensayo “La literatura cubana en el exilio” (1986),[8] nuestro autor funda una genealogía de los autores cubanos consagrados en el exilio y de algunas obras reconocidas en la isla que se escribieron fuera de ella. En el texto aparecen los escritores Lino Novás Calvo, Carlos Montenegro, Lydia Cabrera, Enrique Labrador Ruiz, Hilda Pereira, Guillermo Cabrera Infante, Severo Sarduy; todos estos autores, nos dice Arenas, hablan de la posibilidad de imaginar y crear a Cuba y a todo un pueblo desde la escritura, de actualizar y transmitir la tradición literaria cubana, profundamente vitalista, paródica, barroca y, sobre todo, transgresora, porque, continúa, “el exilio es ante todo una actitud política”,[9] pero también estética.
Esto entra en choque con la propuesta política-estética revolucionaria, ya que ésta formuló un canon propuesto desde un Estado cubano que tiene sus raíces en el discurso de Fidel Castro, “Palabras a los intelectuales” (1961), y lo consecuente respecto a lo que debe ser el arte revolucionario: nacionalista y con una inclinación implícita hacia el realismo socialista. En este sentido, el canon revolucionario plantea una serie de tendencias, censuras y borramientos en la literatura para aquellos que se relacionan con una literatura aburguesada o con el “diversionismo ideológico”.
Uno de los aspectos fundamentales en la ensayística de Arenas es el papel de la política en el arte como agente de cambio social. En “Cuba: literatura y libertad”, Arenas sentenció:
La lucha por la libertad de Cuba no ha sido nunca el privilegio de una sola clase social.
Asumir esa tradición libertaria y rebelde al precio que fuera —y siempre ha sido el peor— fue para los intelectuales cubanos del siglo XIX la mejor manera de considerarse cubanos y también el mayor estímulo que tuvieron para seguir luchando.[10]
La política no debe controlar la literatura; se debe politizar la literatura: lo primero significa el control de unos cuantos para la producción y el control artísticos; lo otro, la libertad del autor y de la obra de arte, productos de un pueblo y en pos del beneficio y dignidad del mismo. El precio de la libertad creativa, en el caso de los autores cubanos, ha sido llevado hasta sus últimas consecuencias y Arenas manifiesta que los autores que “sufrieron censura, prisión o destierro o que murieron por causa de la libertad, no eran hombres políticos, en el sentido fugaz y oportunista del término, sino grandes poetas y escritores, creadores incluso de movimientos libertarios mundiales.”[11]
El tema de la persecución del artista es una preocupación constante en Arenas. Él consideraba que aquellos que se han enfrentado a la represión y al control del arte gestaron obras valiosísimas para la tradición cubana desde el siglo XIX, porque “legaron un sentimiento nacional, una cubanidad trascendente, una conciencia de nuestros verdaderos valores que no ha podido destruir ninguna dictadura” y que, en el siglo XX, son fundamentales, pues ellos y quienes continuaron con su tradición “han escrito obras en las que podemos descubrir una crítica a la actual dictadura cubana”.[12] Entre estos últimos, cita a José Lezama Lima y a Virgilio Piñera, ambos víctimas del ostracismo.
La cuestión de la tradición literaria tiene una relación intrínseca con el papel de la memoria colectiva. El rescate de la obra de arte pasa por la recuperación de los escritores censurados u olvidados, de la actualización de su obra y de los valores humanos cristalizados en ella, de la dignidad pugnada históricamente para todo un país entrañado y compartido por todo un pueblo, porque, según Arenas: “por encima de todo horror, incluyendo el que nosotros mismos [los cubanos] podamos exhalar, una tradición hecha de belleza y rebeldía —un país en la memoria— nos ampara.”[13]
Más que acotar ciertos aspectos y recuperar a determinados artistas y a sus obras, como lo hizo el canon socialista hasta entonces, él disputó la cuestión acumulativa de la tradición y además la actualizó en debates culturales y políticos de toda una nación a lo largo de su historia y de sus diversas formas de expresión, las hizo propias y las colectivizó, porque en todo ensayo hay “puntos de encuentros profundos entre el texto y la comunidad: responsabilidad, sinceridad, compromisos con el tema, originalidad, interés por explorarlo”.[14]
Reinaldo Arenas logra vislumbrar que el desarrollo histórico de la cultura popular —para él sinónimo de tradición— frente al canon es algo característico no sólo de Cuba, sino de los pueblos de América Latina, porque en la expresión de su ser encuentra rebeldía y un cúmulo de expresiones humanas de carácter emancipatorio. La dignidad y la búsqueda de la libertad, de las cuales no puede escapar ni el artista más apegado a un régimen, es en Arenas parte de la obra de arte, porque dialoga con la realidad social y, por el contrario, el intento de controlar la obra es una manera de representar al poder.
Finalmente, nos podemos aventurar a afirmar que, a partir de su ensayística, en nuestro autor cubano hay una apuesta por hacer una nueva crítica literaria. En “La cultura popular en la actual narrativa latinoamericana” (1981),[15] el autor confronta dos posturas sobre cómo ha sido la visión de la cultura:
En la primera, habla de la dignidad de los pueblos, la cual tiene como fundamento la propia cultura popular, la de “abajo”. De ahí surge la lucha por su emancipación, porque dialoga con el pasado e imagina la resolución de los problemas del presente. La creación es el punto de partida, es el despliegue infinito de la imaginación, porque:
La literatura, que dentro de la cultura es una manifestación reciente, se ha alimentado y se alimenta de esa cultura popular que le antecede y marcha paralelamente a ella. No puede ser de otra manera, ya que toda literatura (toda gran literatura, es decir, la más innovadora, irreverente e imaginativa) refleja, resalta, critica, resume y trasciende la vida de los pueblos.[16]
La segunda, la “alta cultura”, entra en choque con la primera, por no ser más que un discurso legitimador de la opresión hecho por y para unos cuantos. La censura, el control de la técnica y el asumir una temática (la representación del otro y su deber ser en el mundo) en este tipo de creación es para el autor de la Pentagonía el punto de llegada y el objetivo de los gobiernos y demás detentores del canon:
Pobres pueblos (ya numerosos) donde la cultura popular, y por lo tanto la cultura en general, es una preocupación estatal. Un “objetivo” codificado, atendido y controlado (“estimulado”) por el Estado. Con el tiempo esos pueblos no serán más cultos, pero sí más tristes. Y la literatura (de existir alguna) habrá perdido aquella gracia, frescura, insolencia e irreverencia, poder crítico y de invención, que son características de un mundo libre, para ser un trágico mamotreto condenatorio [...], o un panfleto laudatorio.[17]
Arenas cierra su ensayo afirmando que la literatura, especialmente la poesía, es la que reanima, ilumina y da trascendencia a un maremagnum de voces, ritmos, figuras, dolores y cursilerías, canciones y desvaríos eróticos, humillaciones, furias, vilezas, terrores, miserias, grandezas y esperanzas de un pueblo.[18] Con ello, el autor construye una estética del exilio a partir de los resquicios del pasado popular en continuidad con su presente, haciendo un diálogo entre el artista y su tradición.
La participación de los pueblos en este diálogo, por tanto, trata de conglomerar y asumir toda una memoria poética que resurge y se renueva en cada obra creada. El valor del arte y la vitalidad que él encarna es una expresión de la libertad humana. Esta estética areniana de la tradición cubana es, sin duda, un amparo moral y espiritual que yergue un pilar libertario colectivo, donde el arte, producto de un contexto social específico, debe luchar dignamente para la defensa de su autonomía y la del pueblo del que surge.
Bibliografía
Arenas, Reinaldo. “La literatura cubana dentro y fuera de Cuba”, “La literatura cubana en el exilio” y “Cuba: literatura y libertad” en Libro de Arenas. Prosa dispersa (1965-1990). Nivia Montenegro y Enrico Mario Santí (Comp.). México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Dirección General de Publicaciones DGE, Equilibrista, 2013, pp. 172-197, 210-215.
____________. “La cultura popular en la actual narrativa latinoamericana” en Necesidad de libertad. Mariel: testimonios de un intelectual disidente. México, Kosmos, 1986, pp. 132-139.
Weinberg, Liliana. “El ensayo: un género sin residencia fija” en El ensayo en diálogo, vol. II. Liliana Weinberg (Coord.) Autónoma de México, Centro Coordinador y Difusor de Estudios Latinoamericanos, 2017, pp. 449-461.
____________. Umbrales del ensayo. Universidad Nacional Autónoma de México, Centro Coordinador y Difusor de Estudios Latinoamericanos, 2004.
Notas
[1] Al respecto, recomiendo revisar el texto de Liliana Weinberg, “El ensayo: un género sin residencia fija” (en El ensayo en diálogo, vol. II). En él retoma el concepto de Ottmar Ette, “escrituras sin residencia fija” con el fin de pensar el ensayo como producto y circunstancia semejante al exilio. Weinberg nos dice que el autor se posiciona desde la extranjería, es decir, hace “extraña” alguna circunstancia para cuestionarla, repensarla e interpretarla, donde el ajtor, en esta situación como exiliado, busca de manera sincera algunas certezas por medio del diálogo. El ensayo, como el exilio, puede pensarse como un lugar de (re)encuentros y (re)descubrimientos.
[2] Liliana Weinberg, Umbrales del ensayo. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Centro Coordinador y Difusor de Estudios Latinoamericanos, 2004, p. 91. [3] Entiendo por tradición literaria a la totalidad de las manifestaciones estéticas textuales producidas en Cuba a lo largo de su historia. El canon es la tradición acotada por políticas editoriales, la censura, la crítica literaria, las tendencias estéticas, el mercado editorial, los concursos literarios y cualquier práctica que determina qué hay que escribir y leer y de qué manera hacerlo en determinado momento de la historia, en este caso, desde 1961, con el discurso de Fidel Castro, “Palabras a los intelectuales” hasta toda la época del exilio de Arenas (1980-1990). [4] Buena parte de estos textos fue recopilada por los cubanistas Nivia Montenegro y Enrico Mario Santí (Reinaldo Arenas, Libro de Arenas. Prosa dispersa (1965-1990), México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Dirección General de Publicaciones DGE Equilibrista, 2013). [5] Reinaldo Arenas, “La literatura cubana dentro y fuera de Cuba” en Libro de Arenas. Prosa dispersa (1965-1990) (Op. Cit.), pp. 172-187. [6] Ibid., p. 181. [7] Ibid., p. 184. Cursivas en el texto original. [8] Ibid., pp. 187-197. [9] Ibid., p. 192. [10] Ibid., p. 211. [11] Ibid., p. 212-213.
[12] Ibid., p. 213. [13] Ibid., p. 215. [14] Liliana Weinberg, Umbrales del ensayo (Op. Cit.), p. 92. [15] Reinaldo Arenas. “La cultura popular en la actual narrativa latinoamericana” en Necesidad de libertad, pp. 131-139. [16] Ibid., p. 132. [17] Ibid., pp. 132-133. [18] Ibid., p. 139.
Montserrat Sánchez Romero:
Pasante de la licenciatura en Estudios Latinoamericanos de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Ha trabajado temas de exilio, diásporas y literatura transgresora en los siglos XIX y XX en América Latina. Actualmente está haciendo su tesis de Licenciatura sobre sensibilidades teológicas y la diáspora cubana en Estados Unidos en la novela El portero de Reinaldo Arenas.
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